Política de Estado, no de gobierno

La política en general, proclive por definición a moverse en espiral y no tanto en línea recta, suele aguantar bien las curvas, incluso las no peraltadas, pero se descoloca hasta límites insospechados con los volantazos. Estos son siempre radicales, inesperados, desconcertantes. Pueden estar motivados por externas circunstancias pero, precisamente por ello, en una democracia parlamentaria deben ser justificados. Y si el cambio de sentido entra en el ámbito de una política de Estado, como lo hace el protagonizado por Pedro Sánchez con Marruecos, tiene que ser, además, consensuado.

Porque el conjunto de decisiones, puntos de partida, líneas rojas y acciones que conforman la política pública que representa los intereses nacionales de un país frente a los otros, en definitiva, su política exterior, va más allá de una acción de gobierno. Es una política de Estado. De modo que, a pesar de que esta se vea profundamente influenciada por la situación internacional que se viva en un determinado momento, la toma decisiones en este ámbito exige un mínimo acuerdo y, por supuesto, información o comunicación previa a los partidos de mayor representación parlamentaria. En caso contrario, como el que nos ocupa, el sorpresivo movimiento se percibe como una de esas maniobras volatineras marca de la casa que muestran, una vez más, que Sánchez no comulga ni con sus propias ideas. Más grave aún, que no se considera obligado a informar de nada ni ofrecer explicaciones a nadie. Se basta y se sobra.

Política de Estado, no de gobiernoNo es la primera vez, por otra parte, que el presidente vira contra pronóstico, caiga quien caiga, sin inmutarse un ápice ante la implacable memoria de las hemerotecas. Es su estilo. Nunca se le ha visto atado por aquello que prometió para atraer a los clientes en el mercado de las urnas y las papeletas. Tampoco en el de los apoyos para gobernar, aunque le sean imprescindibles. Experto tahúr, ejecuta su ficticia alquimia con apabullante naturalidad. Transforma el discurso acerca de cualquier asunto que se le ponga sobre la mesa, aunque se trate de una cuestión tan espinosa, indudablemente de Estado, como la soberanía del Sáhara Occidental, un problema enquistado desde que Marruecos, veterano pescador en aguas revueltas, impulsara la Marcha Verde para ocupar lo que entonces era una colonia española. Así que Sánchez, sin encomendarse a Dios ni al Parlamento, lo ha despejado de su escritorio de manera unilateral, y a otra cosa.

Sueña el rey que es rey, y vive con este engaño mandando, disponiendo y gobernando.

El caso es que en una carta dirigida por Sánchez a un monarca que urde más que sueña, el de Marruecos, se comunica que España considera ahora, como si por fin hubiéramos llegado todos a la respuesta acertada tras tan prolongada reflexión, que la opción de la autonomía defendida por Rabat es "la base más seria, realista y creíble para la resolución del conflicto" del Sáhara.

En un santiamén y por escrito, el presidente se desvincula, con un puñado de frases y en nombre de todos nosotros, de la posición de neutralidad activa en torno a una solución en el marco de la ONU. Así, a través de la misiva que tuvo a bien leernos el portavoz de la casa de Mohamed VI, nos enteramos de que en España hemos apostado por su propuesta de integrar el Sáhara como una autonomía dentro del reino, descartando la vía del referéndum de autodeterminación que defiende el Frente Polisario y que constituía desde hace décadas una de las alternativas contempladas por Naciones Unidas para solucionar el conflicto que afecta a la que fue la provincia número 53 de nuestro Estado.

En resumen, Sánchez acababa de colocarnos al otro lado de la perspectiva. Por primera vez, nos hemos posicionado de forma oficial a favor de una de las partes en conflicto. Y, para colmo, de la parte que no defendía Sánchez en su programa electoral o en sus discursos ante la Asamblea General de la ONU. Instantes de perplejidad. ¿Lo sabían sus socios de Gobierno? ¿Lo entienden, al menos, aquellos que le votaron? ¿Recuerdan los párrafos del programa electoral, contrato sagrado entre candidato y elector, que se referían en concreto al asunto de marras? Da incluso pudor rememorarlos, pero la salud democrática que en teoría permite a quienes han comprado el alma de un proyecto político reclamar su cumplimiento o, por lo menos, pedir explicaciones en caso de ser transgredido merece el esfuerzo.

Sueña el que afana y pretende, sueña el que agravia y ofende.

En su programa electoral, el PSOE se comprometía literalmente a "promover la solución del conflicto del Sáhara Occidental a través del cumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas que garantizan el derecho de autodeterminación del pueblo saharaui. Por ello trabajaremos para alcanzar una solución del conflicto que sea justa, definitiva, mutuamente aceptable y respetuosa con el principio de autodeterminación del pueblo saharaui, así como para fomentar la supervisión de los derechos humanos en la región, favoreciendo el diálogo entre Marruecos y el Frente Polisario, con la participación de Mauritania y Argelia".

Estremece imaginar qué estaría pasando ahora mismo en nuestras calles si no hubiera sido Sánchez el remitente de la ya histórica carta a Mohamed VI en la que ha desaparecido cualquier referencia al diálogo, al principio de autodeterminación o la supervisión de los derechos humanos, a Argelia y Mauritania, "socios clave de España" y, por supuesto, al Frente Polisario. A Ceuta y Melilla.

Hasta la fecha, en el delicadísimo asunto del Sáhara Occidental ningún Gobierno de este país se había atrevido a mover ficha sin parlamentario consenso. Mucho menos sin debate. Y, en realidad, que Naciones Unidas entrara como organismo supervisor de una solución consensuada supuso para España y Francia relajar un rato la conciencia sobre el hombro de la comunidad internacional. Sin embargo, desde que EEUU, bajo el mandato de Donald Trump, reconociera la soberanía marroquí sobre el territorio de la antigua ex colonia española a cambio de que Rabat normalizara los lazos con Israel, era cuestión de tiempo que la balanza se decantara con carácter definitivo del lado de Mohamed VI.

De hecho, al día siguiente de producirse, el Ministerio de Exteriores galo se posicionó públicamente del lado de Rabat para apelar a la resolución de una disputa que había "durado demasiado" y que, ya por entonces, a finales de 2020, la diplomacia francesa calificaba de "riesgo permanente de tensiones". Más recientemente, tras meses de desencuentros, también la poderosa Alemania terminaba bailando al ritmo de Marruecos.

NO NOS engañemos, el destino del pueblo saharaui se antojaba cada vez más cerrado. Solo el carácter especial de la relación de España con su ex colonia y su postura de "protección" de la misma, mantenida por todos los gobiernos sin excepción precisamente por su carácter de política de Estado, se interponía a la hora de dar carpetazo internacional al asunto. Eso sí, para empezar, teníamos que hacer las paces con Marruecos tras el magnífico patinazo del ingreso hospitalario en España de Brahim Gali, líder del Frente Polisario, y reestablecer las relaciones diplomáticas antes de que el rey alauita organizara, en plena crisis de refugiados ucranianos, otro inhumano Tarajal en la valla de Ceuta.

En política internacional influye más que en cualquier otra, con excepción de la económica, el aleteo de la lejana mariposa y ahora, señores, la Unión Europea está a lo que está. Solo faltaba que se abriera un frente en el sur, con el drama y el peligro que llega del Este y en plena crisis energética, posible as en la manga de nuestro presidente. Al menos, así queremos creerlo. Se impone una vez más la realpolitik, tanto en su acepción de política pragmática como en la de política de poder.

Ni siquiera una vez analizados los antecedentes, objetivos y probables motivos de una decisión geopolítica de este calibre, más bien al contrario, puede explicarse la unilateralidad de Sánchez a la hora de redactar los términos de esa carta a espaldas del Parlamento, del principal partido de la oposición. Incluso, al parecer, de sus propios socios de Gobierno, históricamente volcados con la causa saharaui y que ahora quedan en una situación bastante comprometida para seguir justificando que aún defienden algo más que sus escaños y los correspondientes emolumentos.

La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, a quien Sánchez ve cada vez más como adversario político, reaccionaba insistiendo en la tradicional postura de Unidas Podemos, es decir, en que la solución al conflicto "pase por el diálogo y se respete la voluntad democrática del pueblo saharaui". ¿Verdadera sorpresa o teatro? Tampoco lo sabemos, quizás un día Marruecos nos lo aclare.

Mientras Sánchez se limita a hablar de una "nueva etapa" de España en sus relaciones con Rabat, Marruecos celebra el "hito histórico", Argelia nos califica de traidores al tiempo que llama a consultas a su recién instalado embajador en Madrid y el Frente Polisario nos acusa de "legitimar la represión de Marruecos sobre el pueblo saharaui". Acusan a España, no a Sánchez. Al Estado, no a su puntual presidente del Gobierno. Por eso se trata de una política de Estado, es decir, de consenso. Ahora ya de explicaciones que, por supuesto, no se espera que ofrezca el propio Sánchez.

El ministro de Exteriores ha anunciado una comparecencia a petición propia en el Congreso para informar, que no explicar, el cambio de política exterior dado por España. En cualquier caso, Pedro Sánchez siempre tiene una justificación para todo, incluso dos. Quizás en su cabeza reina ahora mismo la convicción de que deberíamos, cada uno de nosotros, darle las gracias por su iniciativa y sus desvelos. Por no aburrirnos ni abrumarnos con tanta realpolitik. Bienvenidos al teatro de la realpolitik.

Alicia Huerta es abogada y escritora.

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