Política de Estado para rejuvenecer la población

Recientemente el INE ha facilitado información sobre el Estado de la Población española, donde por vez primera se ha registrado un crecimiento negativo (-113.902 personas entre 2012 y 2013) y se confirma la persistencia en el descenso de la natalidad, lo que inmediatamente se ha relacionado con la prolongación de la crisis económica. Ciertamente la crisis no ayuda, pero la reducción de la natalidad tiene bastante más que ver con una tendencia estructural de las poblaciones más evolucionadas, como es el caso de España, que con el impacto que la crisis pueda tener sobre nuestra demografía.

Los demógrafos han prestado particular atención a la teoría de la transición demográfica. En síntesis, esta teoría mantiene que las poblaciones humanas han de experimentar un tránsito desde un estadio, denominado primitivo, durante el cual las poblaciones crecen poco, no crecen o incluso experimentan fases regresivas como consecuencia de una elevada natalidad (o natalidad natural) y una mortalidad también elevada debido a las pésimas condiciones higiénicas, sanitarias y alimenticias, a otro estadio de crecimiento igualmente bajo, pero en este caso por el balance de una natalidad y una mortalidad bajas (control extendido de la natalidad y de las enfermedades).

Entre estos estadios, se experimenta un elevado crecimiento, por el desajuste entre ambos parámetros: la mortalidad baja, pero aún no lo ha hecho la natalidad. Este desajuste es responsable, nada menos, de que la población mundial haya pasado de 2.000 millones de habitantes en 1930 a 7.000 millones en el año 2011. Y con tendencia a aumentar a escala planetaria.

La transición por esta fase de crecimiento ha disparado todas las alarmas: de la FAO al Banco Mundial, de las Naciones Unidas a toda ONG que trabaje en países menos desarrollados: ¿Es sostenible este crecimiento? ¿Hasta cuándo se prolongará? ¿Tiene el Planeta Tierra capacidad para soportarlo en términos de recursos alimenticios, agua, etcétera?

Pero mientras el grueso de los países emergentes y menos desarrollados se encuentra inmerso en esta explosión demográfica, cuyo principal reto es atender a la demanda creciente de su población en alimentación, vivienda, infraestructuras, etcétera, los países más evolucionados han alcanzado ya la “tercera fase”. Con ello se han conseguido grandes logros sociales: reducción de la mortalidad en general y de la mortalidad infantil en particular, prolongación de la esperanza de vida, plena capacidad de las mujeres para decidir sobre cuándo y cuántos hijos concebir,...

Pero unido a ello, la población se ha envejecido no solo porque los mayores vivan más años, sino porque hay menos jóvenes. De esta forma avanzamos hacia una sociedad con mayor calidad de vida, pero que languidece en términos biológicos y puede incluso poner en peligro su propia supervivencia.

Hace tiempo que la población española no está garantizando el reemplazo de sus generaciones: desde que en 1981 el número medio de hijos por mujer descendió de 2,1. Y esa cifra ha continuado bajando hasta situarse en 1,32 en 2012, sin que se aprecien signos de haber tocado fondo.

La inmigración ha tenido el efecto de mejorar las tasas de fecundidad y natalidad, pero por breve tiempo, ya que la crisis económica está provocando bien la emigración de los inmigrantes (emigrantes de retorno en sus tierras de origen), bien que las inmigrantes que permanecen opten también por tener un menor número de hijos.

Hasta ahora ese descenso de la fecundidad, consciente y querido, no se había traducido en una reducción directa de la población porque las generaciones de mujeres que se han ido incorporando a la edad fecunda eran más numerosas que sus inmediatas antecesoras. Es decir, contábamos con más mujeres de entre 20 y 30 años, por ejemplo, que de entre 30 y 40 años. Por tanto, aunque la tasa, la proporción de nacimientos, se estuviera reduciendo, el número absoluto de mujeres en edad fecunda era mayor y el número de nacidos no descendía tanto.

En estos momentos España se encuentra en un momento crítico por lo que a la renovación de su población hace referencia. El descenso de los nacimientos se explica no solo por el control generalizado de la natalidad (registrando uno de los valores más bajos de nuestro entorno europeo), sino que lo novedoso, y también lo preocupante, es que por vez primera ha descendido el número absoluto de mujeres en edad de procrear en relación a las generaciones anteriores. Este es un dato de una gran trascendencia, pero cuya repercusión en la dinámica de la población española no está siendo suficientemente valorado.

El baby boom español se situó entre 1970-1975. A partir de entonces año tras años han descendido los nacidos en España. Hoy, las niñas nacidas en esas fechas están cumpliendo los cuarenta años y pronto completarán su ciclo reproductor. Y entonces... Entonces, si no se corrige la tendencia a la baja de la fecundidad, el número de defunciones superará al de nacimientos y entraremos en una fase de crecimiento vegetativo negativo, a la vez que crece la proporción de persona de más edad.

Sin entrar a valorar aquí la relación que el Gobierno y sus expertos están haciendo de esta realidad para acometer una nueva reforma del sistema de pensiones, que merecería un comentario más extenso, de lo que no cabe ninguna duda es de que en España se debería acometer ya de forma decidida, como una política de Estado, la del rejuvenecimiento de su estructura demográfica, que sería abordar el problema del envejecimiento de la población en su raíz y no únicamente en sus síntomas. Esto tiene dos vías: la recuperación de la fecundidad y el fomento de la inmigración. Sin obviar el papel de la segunda, pero que solo podría ser efectiva en un contexto económico de crecimiento continuado, en el caso de la primera se hace preciso implementar políticas estables y efectivas (no efectistas) para modificar la tendencia de reducción de natalidad, en cuyo origen se encuentran una multitud de factores (de la vivienda al paro juvenil, de la no penalización de la mujer en el trabajo a la conciliación real, de la dotación de un sistema eficaz de guarderías a…). No son políticas de árbol, sino de bosque. No son políticas cuyos resultados vayan a ser percibidos en el corto plazo, pero imprescindibles para modificar el rumbo de la dinámica de nuestra población en el medio plazo.

Josefina Cruz Villalón es catedrática de Geografía Humana de la Universidad de Sevilla.

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