Política exterior, el ruido y la música

Por Miguel Ángel Moratinos, ministro de Asuntos Exteriores (ABC, 25/11/06):

ESTOS últimos días la política exterior ha estado en el centro del debate partidista y mediático. La discusión y la crítica son siempre saludables y forman parte de la vida cotidiana en un sistema democrático. Pero de vez en cuando es menester detenerse y contemplar las cosas con perspectiva para no perder la visión de conjunto. No podemos dejar que las controversias sobre nuestras relaciones internacionales oculten a la ciudadanía el sentido último de lo que pretende hacer el Gobierno en su acción exterior. El ruido, muchas veces interesado, no debe impedirnos escuchar la sinfonía. Por ello me quiero referir al desafío de adaptar nuestra política exterior a las nuevas realidades que definen la situación española actual en un medio internacional atravesado por cambios profundos y rápidos.

Estas transformaciones modifican nuestro lugar en el mundo en tres direcciones fundamentales: primero, hemos pasado de estar en la retaguardia de la Guerra Fría a encontrarnos en puestos cada vez mas avanzados del escenario internacional, aun partiendo de decisiones que nos situaron ante graves amenazas del terrorismo. En segundo lugar, España es hoy la octava economía mundial, con niveles de renta que convergen con la media europea, hemos avanzado hasta el puesto 19 en el índice de desarrollo humano de la ONU. España es el segundo mayor inversor en América Latina tras Estados Unidos. En tercer lugar hemos pasado de ser un país de emigración a ser un país de inmigración, con todas las repercusiones que ello supone, incluida la aportación de los inmigrantes a la riqueza nacional.

El Gobierno ha tratado de definir políticas que respondan a estas nuevas realidades, siempre a partir de una definición de los intereses nacionales inspirada por valores que forman parte de nuestra identidad como país europeo occidental. Por lo que se refiere a la lucha contra el terrorismo, conviene recordar que algunos de nuestros socios están en plena reconsideración de su estrategia para afrontar esta amenaza, pues la que han aplicado hasta ahora no sólo no daba los resultados apetecidos sino que resultaba claramente contraproducente. Mientras tanto, nuestro Gobierno puso en marcha una política de iniciativas que diera respuestas a las múltiples dimensiones de este problema. Reforzando, desde luego, nuestra capacidad operativa tanto en el plano policial como en el de la inteligencia y también, en el plano militar.

Pero además, siempre hemos creído que nuestra estrategia contra el terrorismo debía tener una importante dimensión política dirigida a aislar a los extremistas. Es sabido que uno de los objetivos fundamentales de Al-Qaeda es precisamente crear divisiones irreconciliables entre el mundo islámico y Occidente. De ahí la propuesta del presidente del Gobierno, asumida por el secretario general de Naciones Unidas, de crear una Alianza de Civilizaciones. El sentido de esta iniciativa no es otro que crear una concertación entre actores razonables de distintos orígenes culturales, que sean conscientes de los peligros que se ciernen para todos si los extremistas lograran su propósito de crear un conflicto de dimensión planetaria. La tragedia de Irak es hoy un lamentable y trágico paradigma que puede generar un desorden sin fin. En definitiva, el permanente discurso sobre la guerra en las relaciones internacionales ha terminado siempre mal, y frente a esta deriva es irresponsable no tratar de forzar el discurso de la paz y el entendimiento. Nuestra política en Oriente Medio forma parte también de la convicción profunda de que estamos ante uno de los nudos gordianos -no el único, desde luego, pero sí uno de los mas relevantes- de la seguridad mundial. ¿Quién se acuerda ya de aquellos que decían que el camino hacia Jerusalén pasaba por Bagdad? Ahora, por el contrario, escuchamos voces como la del primer ministro Blair, que afirmaba recientemente que una solución duradera del conflicto de Oriente Próximo es clave para derrotar al extremismo. Eso es lo que el Gobierno español sostiene desde hace tiempo, pero no es suficiente y por ello no queremos mirar hacia otro lado. Sabemos muy bien las dificultades que hay en el camino hacia la paz. Dispuestos a dedicar nuestras mejores energías a una causa, hemos elegido trabajar en un problema que a todos se nos antoja esencial. Tenemos la credibilidad y la legitimidad para ello, como lo demuestra el hecho de que nuestras tropas sean bienvenidas en Líbano.

Un segundo factor de enorme trascendencia en nuestra posición exterior es el hecho de que nos estamos convirtiendo en una de las grandes economías del mundo, con un crecimiento sólido y sostenido. Los flujos de inmigración que hemos recibido en los últimos años son un efecto más de nuestro poder de atracción. En consecuencia tenemos más peso económico y más población y esto aumenta nuestra influencia internacional, si sabemos usarla con acierto. En Europa nos hemos situado en el grupo de países con mayores niveles de prosperidad, y por tanto convertido en una referencia para los nuevos socios que quieren aprovechar nuestra experiencia en el uso de los fondos comunitarios. También obtuvimos el apoyo mayoritario de los ciudadanos a la Constitución, lo que nos proporciona ahora autoridad para encontrar soluciones a la cuestión de la ratificación. En éste, como en otros grandes debates europeos, queremos dar la cara con propuestas e ideas. Así lo estamos demostrando en el control de fronteras y la regulación ordenada y legal de los flujos migratorios, aunque somos conscientes del terrible desastre humano que vive hoy el África subsahariana.

El volumen de inversión de nuestras empresas en Iberoamérica y la presencia entre nosotros de mas de un millón de ciudadanos latinoamericanos convierten a España en un país cada vez mas vinculado con esa región. Pero el Gobierno español no cree en ejes y desea mantener relaciones respetuosas con todos los Estados iberoamericanos. No queremos ser un factor de división, sino de integración.

Tampoco en el norte de África nos vamos a resignar a que se ahonden las divisiones existentes. Nuestra visión para el futuro es un Magreb más unido que sea capaz de resolver sus contenciosos, que resulte más atractivo para la inversión europea y que cree empleo. Somos cada vez más interdependientes, también en el ámbito energético, y no podemos elegir permanecer al margen de las aspiraciones y los intereses de nuestros vecinos, que en gran parte son comunes a los nuestros. España puede ser junto a Argelia el eslabón de un partenariado energético africano-europeo.

En el resto de África, el Gobierno ha hecho un esfuerzo por potenciar las relaciones con estos países que no tiene precedentes en la diplomacia española reciente. Visitas a todos los niveles, un sustancial aumento de la ayuda, la celebración de una Conferencia ministerial sobre migraciones, constituyen algunas muestras del interés renovado de nuestra política exterior por este continente.

En cuanto a Asia, estamos sembrando futuro porque somos conscientes de que nuestra prosperidad actual no tendrá continuidad sin nuestra presencia en el polo de mayor dinamismo de la economía mundial. De ahí la apertura de nuevas Embajadas e Institutos Cervantes y el flujo constante de visitas oficiales intercambiadas en los últimos años.

En definitiva, España es un país con un peso creciente en el mundo. Tenemos por tanto una mayor influencia que estamos utilizando para reforzar la necesidad del Derecho Internacional como mejor medio para resolver los conflictos, fortaleciendo las instituciones multilaterales y contribuyendo a crear un entorno fuera de nuestras fronteras más propicio para nosotros mismos y para los demás. La política exterior del Gobierno defiende, como no podía ser de otro modo, los intereses de los españoles, pero sobre todo promueve y garantiza principios y valores de una humanidad que deseamos en progreso.