Política grande

Es imposible no sentirse sobrecogido por el atentado que un asesino fanatizado cometió hace unos días en Niza. Ya sabemos que matar es muy fácil. Lo que estamos aprendiendo con dolor es que se puede hacer de muchas maneras, algunas de ellas nada sofisticadas. El espanto de los atentados yihadistas sustenta el sentimiento de inseguridad que abruma a los ciudadanos de los países occidentales. Ahora con especial intensidad en Francia y, tras los atentados de esta última semana, también en Alemania. Es en estos momentos cuando la existencia de Estados fuertes y de Gobiernos estables adquiere su mayor significado. Porque unos y otros nacieron, especialmente, para garantizar la seguridad y la libertad de los ciudadanos. Y es en momentos como estos en los que es preciso hablar de política, de la política con letras mayúsculas, de la política grande.

Que el terrorismo yihadista no va a desaparecer de la noche a la mañana es una evidencia. Que su erradicación exige la persecución y detención de los terroristas es una obviedad; como lo es que la prevención, la lucha contra los fenómenos de radicalización en nuestras sociedades, es la tarea más difícil, al tiempo que la más necesaria si queremos acabar con el terror. Perseguir, proteger, preparar y prevenir, las cuatro palabras que sintetizan la política antiterrorista de la Unión Europea, exigen determinación, perseverancia y coordinación; acuerdos de Estado y entre Estados, que fortalezcan las instituciones democráticas. Acuerdos que los ciudadanos reclaman en momentos de incertidumbre como estos, y que nacen de la acción política. De la política grande.

Política grandeDesgraciadamente, no es este el único asunto grave al que los europeos debemos enfrentarnos. Europa se está descomponiendo ante nuestros ojos. La cohesión social fue la primera víctima de la crisis; de la crisis pero, sobre todo, de la forma en la que la Unión le hizo frente. Después vino la cohesión moral, que enterramos en inhumanos campos de refugiados, con alambradas levantadas a toda prisa y externalizando nuestra precaria política común de asilo a un país, Turquía, que, hoy es imposible no recordarlo, está sometido a una enorme inestabilidad. Y, finalmente, de la mano del Brexit ha empezado a quebrarse nuestra cohesión territorial. Una quiebra que, además, amenaza nuestro futuro económico. Ya sabemos que para no retroceder, esto es, perder cohesión, hace falta dar pasos hacia adelante. El problema es que eso exige política, de la grande. Y no parece que nadie esté dispuesto a abandonar la otra, la pequeña, la que mira a los pies, a lo nacional, al beneficio electoral, y nunca levanta la vista.

¿Y España? Sufrimos los problemas derivados de una crisis económica atroz cuya terapia ha exacerbado las desigualdades hasta extremos insoportables. Solo atendiendo a las grandes cifras se podría anunciar, con cautela, que lo peor de esta crisis ha pasado. Pero para la inmensa mayoría de los ciudadanos, la recuperación no será una realidad hasta que hayan recuperado los derechos sociales y laborales que el Gobierno de la derecha les arrebató. Estamos inmersos en una crisis territorial grave que el paso del tiempo sin más no va a resolver. Y tenemos que hacer frente a una crisis política profunda que afecta a la credibilidad de muchas de nuestras instituciones esenciales, empezando por los propios partidos políticos. Como en el caso del terrorismo y en el de Europa, para hacer frente a estas tres crisis simultáneas hace falta aparcar temporalmente los asuntos cotidianos para proyectarse más allá.

Es evidente que, cualquiera que sea la solución que los partidos encuentren para desbloquear la actual situación política, tema que no he querido abordar en este artículo, estos problemas seguirán ahí. Enfrentarlos nos debería llevar a realizar en la legislatura que ahora comienza un ejercicio de esa política grande que exige la solución de los grandes problemas. Una política grande que como tal esté abierta al conjunto de las fuerzas políticas. Para reforzar nuestros acuerdos en política antiterrorista y prevenir la radicalización de los hijos y los nietos de quienes vinieron a nuestro país en los primeros años de este siglo, tratando de evitar las tragedias que jóvenes británicos, franceses o belgas —ahora también alemanes—, pertenecientes a la segunda y la tercera generación de inmigrantes, están causando en sus respectivos países. Porque aún estamos a tiempo, y no estamos haciendo casi nada. Se trataría, también, de ponernos al frente de los países que quieren construir una Europa mejor, empezando por una política generosa en relación con los refugiados que llaman a nuestras puertas. Una Europa envejecida necesita una política de inmigración ordenada, inteligente y solidaria. ¿Alguien sensato piensa que el problema de las pensiones en nuestro país se arregla únicamente dedicando parte de nuestros impuestos a las pensiones de orfandad y de viudedad? Sería preciso, en fin, abordar la solución de nuestras tres crisis, formulando políticas económicas y sociales que piensen en una España competitiva, innovadora y justa; haciendo frente a nuestros problemas territoriales con una reforma de la Constitución medida y acordada; reformando, asimismo, nuestras instituciones políticas, dotándolas de la transparencia y la eficacia que exigen los ciudadanos para, entre otras cosas, erradicar cualquier tipo de corrupción.

Todo ello debería obligar, en primer lugar, al PP, que debe asumir que ha perdido la mayoría absoluta y que ya no va a poder hacer las políticas que, sin cortapisa alguna, ha desarrollado durante más de cuatro años. Un partido que está en minoría y que, por tanto, debería pensar en un posible programa de gobierno pero, sobre todo, en las cosas que está dispuesto a rectificar.

El PSOE, por su parte, no puede olvidar que sus problemas nacieron con la crisis y su resolución está ligada, en buena medida, a la superación de esa crisis. La preocupación socialista en la próxima legislatura debería concentrarse en cómo conseguir que los ciudadanos perciban que con sus iniciativas y sus críticas convierten la recuperación que propugna el PP en una recuperación justa; en recuperar la credibilidad haciendo una oposición útil para los ciudadanos. La soledad del PP refuerza la viabilidad de esta estrategia que tiene una conexión evidente con la política grande que aquí se propugna.

No creo que estemos ante una segunda transición. La Transición que nos permitió pasar de un régimen autocrático a una democracia parlamentaria ya la hicimos. Pero quizá sí convenga recordar que ese cambio profundo lo hizo una sociedad ilusionada con la construcción de un futuro mejor, y temerosa por la posibilidad de volver a tiempos oscuros. Esperanza y temor. Es muy posible que ahora la sociedad española, golpeada por las crisis que la afligen, tenga menos esperanza. Pero es seguro que tiene miedo: al terrorismo; a la destrucción de una Europa imperfecta, pero mucho mejor que la que conocieron nuestros padres; a la consolidación de fracturas sociales que acaban siendo incompatibles con el crecimiento económico y el bienestar. De lo que en cualquier caso estoy convencido es de que solo un ejercicio de política grande nos permitirá recuperar la esperanza y combatir el temor de nuestros conciudadanos.

Alfredo Pérez Rubalcaba fue secretario general del PSOE (2012-2014).

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