Política norteafricana de EE.UU.

Desde el acceso de los países del norte de África a la independencia hace medio siglo, han atraído la atención de EE.UU. en mucha menor medida que los pesos pesados de Oriente Medio como Egipto y Arabia Saudí, en tanto que Israel, por razones obvias, es la fuerza impulsora que atrae la atención a la región. Los políticos y medios de comunicación estadounidenses concentran sus miradas sobre todo en Siria y mencionan escasamente los acontecimientos que tienen lugar en el norte de África. Pero la importancia de cuanto sucede en el Magreb y en países colindantes del Sahel en el sur ha empezado a activar la agenda política de Washington.

Ello se debe a dos clases de razones. La primera se refiere a la política de seguridad después de que las fuerzas de seguridad argelinas lograran contener el terrorismo islámico a finales de los años noventa. Aunque los problemas de seguridad de Argelia se consideraron a principios de los años noventa un asunto principalmente “interno”, a pesar de los atentados en Marrakech en 1994 y en París en 1995, los puntos de vista cambiaron hacia el final de una década de enfrentamientos sangrientos, y EE.UU., que había ofrecido cobertura de radar de sus yacimientos de petróleo y gas en 1994, advirtió que las ramificaciones del terrorismo en Argelia presentaban una dimensión internacional. Los ataques contra Nueva York y Washington en el 2001 pesaron todavía más en las posturas de Washington y las autoridades argelinas encontraron en la capital estadounidense una actitud francamente receptiva.

A principios del siglo XXI –mientras Argelia salía de su década negra, Libia volvía gradualmente al redil internacional, Marruecos presentaba exitosas reformas y Túnez proclamaba su prosperidad económica–, EE.UU. siguió estrechando sus relaciones con estos dos últimos países pero procuró llegar a un mayor entendimiento con Argelia. EE.UU. empezó a tender una red de seguridad que, más allá de atender a la punta del iceberg –terrorismo, narcotráfico y tráfico de personas–, se proponía abordar las raíces de estos problemas. La Iniciativa Antiterrorista Trans-Sáhara era uno entre otros mecanismos destinados a este fin, pero, en términos generales, la situación de los países de estructura estatal semifallida y la carrera por las materias primas en el norte de África ante la creciente presencia económica china en la región exigían un marco de acción política más amplia.

Las crecientes necesidades energéticas de EE.UU. estimularon su grado de interés en Chad, Argelia y Libia, donde los últimos niveles de producción de petróleo y gas se habían visto dificultados por años de sanciones económicas bajo cuyo régimen había que trabajar. La presa más preciada estaba aquí y había que arrebatarla a los chinos y, en la medida de posible, a los rusos. Hace una década, la Iniciativa Eisenstadt había intentado reavivar la Unión Árabe del Magreb que, aunque nacida en 1989 y compuesta de los cinco países principales del Magreb, nunca había alcanzado ninguna de sus promesas. El punto muerto de las relaciones entre Argelia y Marruecos sobre el Sáhara Occidental, la cuarentena impuesta durante años a Libia y la guerra civil de Argelia se habían cobrado su precio. Sin embargo, EE.UU. se dio cuenta de que este mercado revestía más importancia de lo que había imaginado en un principio y podía rendir pingües beneficios si se solucionaban los problemas de seguridad, políticos y económicos.

Las revueltas que derrocaron a los líderes de Túnez y Egipto hace casi dos años y la prolongada caza y muerte del líder libio Gadafi han reactivado el interés en el Magreb. A principios de este año, los rebeldes radicales islamistas invadieron amplias áreas del norte de Mali que han controlado desde entonces. Crecen los temores en el sentido de que pueda surgir un Estado islámico en uno de los países más pobres y de situación desestructurada y fallida. La amenaza que plantean los rebeldes, las armas de las que disponen, por no hablar de los fondos que poseen, han provocado una creciente inquietud en Washington, colocando toda la región en lugar preferente de la agenda.

La amenaza de esos grupos de poner cerco a la capital de Mali, Bamako, ha forzado la intervención francesa. La postura de ejercer un liderazgo desde atrás, las mociones con respaldo del Consejo de Seguridad de la ONU y la promesa de entrenar a las tropas del país han dado paso con rapidez a la voluntad de atajar el avance de los atacantes. El despliegue de aeronaves no tripuladas estadounidenses ( drones) y el acuerdo de varios países de África Occidental para enviar tropas que luchen junto a las francesas ponen de manifiesto un consenso poco corriente. Argelia, que había mostrado recelos sobre la acción de tropas occidentales, ha abierto su espacio aéreo a los cazas franceses. El presidente francés Hollande ha mostrado máximo interés en subir a bordo a los estadounidenses, pues no ignora los crecientes lazos entre EE.UU. y Argelia.

Más que nunca en la historia reciente, EE.UU. está empezando a trabajar con los países de la región, incluidas tanto las estructuras de que puedan disponer Libia y Túnez como los países que han contenido la primavera árabe, Argelia y Marruecos. Ahora bien, se precisa un esfuerzo mucho mayor para poder influir en la respuesta a una de las preguntas clave del momento: ¿pueden ser socios fiables los partidos islamistas en el Gobierno, ya sea en solitario o en coalición, en Libia y Túnez? ¿Puede confiar en ellos EE.UU. para proteger sus intereses más generales en el plano económico y de seguridad? ¿Cuál será el papel de Qatar, cuyos intereses en Libia no encajan necesariamente con los de Washington? ¿Cuál será el papel de Qatar en Túnez? Y ¿qué cabe decir del aliento de Arabia Saudí a fuerzas radicales islámicas en Mali y otros países del Sahel?

Los presentes acontecimientos están obligando a EE.UU. a reaccionar frente a recientes situaciones sin precedentes, tales como la visita del primer ministro egipcio y del ministro de Exteriores tunecino a Gaza tras la reanudación de hostilidades entre Israel y Hamas en noviembre del 2012. Es posible que tales visitas hayan suscitado el rechazo por considerarlas una pose, pero apuntan al creciente peso que los gobiernos en Túnez y Egipto, dominados por Enahda y los Hermanos Musulmanes, conceden a la opinión pública. Dicho esto, ambos gobiernos parecen resueltos a mantener buenas relaciones con EE.UU., cuya buena disposición es fundamental a la hora de asegurarse un importante apoyo económico, financiero y militar. Un mayor interés, sin embargo, no significa que EE.UU. considere fácil ni sencillo un total compromiso en la región, dado que el “giro hacia Asia” es lema clave de la nueva Administración estadounidense. Tanto la evolución de los presentes acontecimientos como cualquier teoría magnífica y ambiciosa que se pueda perfilar decidirán, en suma, el rumbo de la política de Washington.

Francis Ghilès, investigador senior, Cidob, Centro de Estudios y Documentación Internacionales, Barcelona.

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