Política, sobre todo, mucha política

A los partidos políticos se les vota por rutina o por utilidad. Cuando digo rutina me refiero al voto del forofo, del indolente; del que vota como lo hicieron sus padres y antes sus abuelos. En los países de larga tradición democrática termina siendo un voto conservador, aunque el ejemplo lo situemos en la izquierda. Y cuando hablo de la utilidad, quiero abarcar a los que votan por seguridad o miedo y a los que votan por expectativas futuras que en no pocas ocasiones terminan sin cumplirse.

En las elecciones municipales y autonómicas de este 24 de mayo hemos tenido un claro ejemplo de esta división. Está claro que a Podemos y Ciudadanos les han votado por utilidad. Ciertamente, es una utilidad proyectada hacia el futuro y vestida de ilusión, de ganas de cambio, de impugnación a lo existente, de rechazo a todo lo que hemos tenido hasta ahora; y poco importa en el momento de emitir ese voto que las expectativas creadas sean exageradas o imposibles, que el camino marcado nos lleve a situaciones desagradables o desastrosas para la mayoría. Han cumplido con lo que se pide a la política desde siempre: esperanza.

Política, sobre todo, mucha políticaEn Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, La Coruña y Bilbao el Partido Socialista no alcanza a ser ni siquiera la segunda fuerza política, se ha perdido respecto a las elecciones municipales anteriores, tenemos los peores resultados desde 1978; y sólo en Asturias y Extremadura somos el primer partido. Si alguien se atreve a decir que el PSOE ha tenido un gran resultado electoral en estas elecciones, o no se entera de nada, o tiene, por el motivo que sea, intención de engañar. Ha sido una derrota sin paliativos, de la que no se puede responsabilizar a los candidatos, sería sumar a la derrota, el error en el diagnóstico. Es cierto que puede obtener más poder del que ha tenido hasta ahora, pero una cosa es gobernar, que se puede hacer con pactos múltiples, y otra bien distinta que no ofrezca preocupación el «estado de salud» del Partido Socialista.

Vengo diciendo desde hace tiempo que el PSOE está siendo incapaz de adaptarse a la sociedad que contribuyó a cambiar; que de un tiempo a esta parte se nos revela como un partido viejo, al que se vota por rutina. Esa realidad que es apreciada por los propios dirigentes socialistas, han intentado cambiarla estos últimos años con soluciones procesales: las elecciones primarias y un continuo cambio de rostros; buscando siempre al más joven, al que menos pasado tenga. Muchas palabras, muchas historias del pasado, pero poca credibilidad y ninguna idea realmente nueva desde hace más de 10 años. Sin embargo, hoy los resultados les dan a los socialistas una nueva oportunidad, la posibilidad de hacer pactos -que en las municipales no deja de ser habitual-, permitiéndoles gobernar algunas Comunidades Autónomas donde no han ganado y algunas ciudades en las que tampoco son la primera fuerza. Pero estos resultados les presenta a pocos meses de las elecciones generales una encrucijada diabólica: si se conforman con obtener poder con los apoyos de Podemos, que ha demostrado que no tiene las limitaciones de IU, se irán diluyendo poco a poco, como ha sucedido en otros países de nuestro entorno; si por el contrario se refunda convirtiéndose en un partido reformista de centro izquierda, entendiendo que a su izquierda existe otra izquierda hoy pletórica por los resultados de las elecciones municipales, podrá recuperar una posición privilegiada en la política española. Hoy el PSOE es un partido sostenido por la costumbre, sin nuevos apoyos y perdiendo los sectores más dinámicos de la sociedad; depende de ellos que mañana vuelva a ser un partido útil. Se mueven entre la borrachera que provoca el poder a su disposición y unos resultados electorales que les muestran insistentemente que no son tan necesarios como lo fueron anteriormente para una sociedad que ellos mismos ayudaron a transformar.

El PP ha ganado las elecciones y sin embargo su derrota es inapelable. Durante meses y años se les ha venido diciendo que los números no son suficientes para ilusionar a los ciudadanos, que es necesaria la política y en nuestra situación una política con mayúsculas. Nunca será más oportuna la exclamación contraria a la que Clinton espetó a Bush padre: «¡Es la economía imbécil, es la economía!»; aquí, como cualquiera que sepa las diferencias entre nosotros y los estadounidenses, se les podría decir: «¡Es la política, es la política!», dejemos los calificativos a gusto del lector. La repugnancia hacia la política, la incapacidad para salir de los límites del partido, mucho mayor de la que tuvo Aznar que se abrió a sectores moderados en su primera legislatura, la aparición de casos de corrupción que afectan a las estructuras del partido con más responsabilidad política, la desaparición de ETA como enemigo aglutinante y sobre todo como barrera para encarar determinadas cuestiones políticas, ha llevado al PP a esta amarga victoria, -dejemos para otro artículo la importancia que para mí tiene la derrota de ETA en la ampliación del debate político español, la desaparición de la banda terrorista ha influido más en la política española que en el País Vasco...-.

En el último momento, con la nominación de Esperanza Aguirre, los populares creyeron recuperar las características que hicieron al PP de Aznar un partido ganador, pero ese retroceso, ese reconocimiento implícito de sus errores, no ha servido. Ya puse en duda en uno de mis últimos artículos que Aguirre pudiera asegurar a Rajoy el mejor resultado posible; pues bien, Cifuentes, con menos seguridad en un recetario liberal que la presidenta del PP de Madrid, no sólo ha ganado con holgura la Comunidad, sino que también ha obtenido un mejor resultado en la capital de España. Sinceramente creo que el PP tiene por delante un calvario electoral, pero estoy seguro que en la derecha con vocación de gobernar ha desaparecido la oportunidad para una alternativa peculiar en la que se mezclan unas gotas de casticismo, un ideario liberal de libro sin atender a la realidad social, y unos chorrillos de heroísmo épico que en el pasado ofrecía la lucha contra el terrorismo etarra, y que hoy los españoles lo han situado donde debe estar: en la historia. El centro derecha si quiere revitalizarse debe ser distinto a esta mezcla de ideas trasnochadas y sentimentalismo glorioso. Pueden pensar de cara a las elecciones generales que el miedo a Podemos les convertirá en un partido útil para los que necesitan seguridad. Si esta es la única base de su comportamiento político hasta noviembre no dudo de su victoria, pero tengo mis dudas de que lleguen al gobierno, y si lo consiguen, de que sea una legislatura estable y dure los cuatro años preceptivos.

Por último, todo el mundo habla de los pactos municipales y autonómicos porque es más fácil hablar de lo evidente que trascender a lo inevitable y arriesgarse a sondear las claves políticas del futuro próximo. Este resultado nos dice que todo está abierto, como lo estuvo en 1978, y no me refiero a los acuerdos, hago mención a cuestiones políticas vetadas hasta ahora y a otras que creímos solucionadas definitivamente. No tengo voluntad de convertirme en un Jeremías de saldo, aprovechando los resultados o conmocionado por ellos, ¡quién sabe! Creo que la deslegitimación institucional, el descrédito de la política oficial, la falta de resultados prácticos de la política económica, el debilitamiento de los dos grandes partidos -base indiscutible de nuestro sistema político-, y el auge del «autodeterminismo» en las comunidades autónomas vasca, catalana y navarra auguran un tiempo de debates encendidos sobre todo lo demás, también sobre lo más importante. Debemos tener en cuenta que no somos Grecia, pero ellos tienen algunas cuestiones mejor solucionadas que nosotros y no son las menos importantes. No soy pesimista, ahora se necesita inteligencia, moderación, propuestas para las reformas inevitables y política, sobre todo, mucha política.

Nicolás Redondo Terreros es presidente de la Fundación para la Libertad y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.

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