Política y autodestrucción

Cuando una bala alemana impactó en la frente de Charles Péguy y acabó fulminantemente con su vida, a la edad de 40 años, el polémico filósofo y poeta francés había recorrido ya una larga travesía que le consolidaría como uno de los principales escritores católicos modernos. Era el 5 de septiembre de 1914, la víspera de la batalla del Marne, la primera contienda militar de la Gran Guerra, que a la postre resultaría clave, tanto que el historiador naval alemán Holguer W. Herwig, uno de los principales referentes mundiales en aquel episodio, la ha considerado como la batalla terrestre más significativa del siglo XX y la más decisiva desde Waterloo.

El teniente en la reserva Charles Péguy se había alistado en las filas del ejército francés voluntariamente. Considerado un hombre pasional, transitó después de múltiples vicisitudes políticas desde la ideología socialista, donde acabó peleado con muchos de sus correligionarios del momento, al más ferviente catolicismo. Francia celebra los centenarios de la muerte de sus hombres ilustres de una manera muy especial y como corresponde a un país que aspira a tener siempre en el recuerdo a los que dejaron de alguna manera huella en un determinado momento de la historia. En estas fechas, toda una serie de mesas redondas evocan la figura de Péguy y lo examinan con un evidente interés por limar las aristas más discutibles en muchos de sus textos e integrarlo en el imaginario colectivo dentro del amplio y diverso patrimonio francés.

Un personaje mucho menos conocido de la batalla de Marne, pero clave en el devenir de la guerra, fue el jefe de la sección de inteligencia del Estado Mayor alemán, el teniente coronel Richard Hentsh, la persona en que el mando supremo alemán, que dirigía la guerra desde Luxemburgo, delegó para abordar la ofensiva contra Francia y la toma de París, a cuyas puertas se encontraba ya la milicia alemana. Toda la atención estaba centrada en el río Marne, a unas decenas de kilómetros al este de la capital, donde también dirigió su mirada Gaziel, como narra en las páginas finales de su Diario de un estudiante en París. Explica el exdirector de La Vanguardia en su dietario de aquellos días sus últimas horas en una ciudad abandonada, su despedida de la pensión que regentaba Mme. Philippoty, el regreso a Barcelona en el tren que le devolvería desde la estación de Austerlitz al punto de partida… También el miedo latente entre los parisinos ante la inminente entrada del ejército alemán. Las frases que más se oían en las calles, dice Gaziel, eran siempre de despedida: “¡Au revoir! ¡Au revoir! ¡À bientôt!”. Pero entonces sucedió algo sorprendente. Lejos de atacar después de seis días –los que van del 6 al 12 de septiembre– de cruel batalla, tras causar decenas de miles de muertos en las filas aliadas y con la victoria militar a su alcance, los alemanes, siguiendo las indicaciones que supuestamente portaba Hentsh, se replegaron ligeramente hacia el norte, hasta llegar al río Aisne donde establecieron sus defensas. Allí permanecieron cuatro años, hasta la segunda batalla de Marne, ya menos importante. Y la guerra adoptó un sesgo imprevisto. La oportunidad alemana había pasado. El tiempo siempre acaba siendo clave en las batallas. Las militares y las políticas.

¿En qué momento el PP perdió su oportunidad para alargar el ciclo político que dibujaron las elecciones generales del 2011? Seguramente, muy pronto, cuando erró con las primeras medidas económicas que han resultado devastadoras para las clases medias, que ni mucho menos se han recuperado de aquel mazazo, e hizo trizas el programa electoral y, lo que es más importante, su credibilidad ante el electorado más fiel y su reiterado eslogan de partido previsible. Entre aquel descorazonador inicio y la detención del exvicepresidente económico Rodrigo Rato se despliega la historia de una legislatura y la explicación de una previsible derrota política –y veremos si también aritmética– pese a partir de una mayoría absoluta. No hace falta ser muy perspicaz para adivinar que la imagen del exvicepresidente penetrando, avergonzado y aturdido, en un coche policial mientras un funcionario le agarra por la nuca para obligarle a bajar la cabeza es demoledora y va a estar permanentemente presente en esta larga campaña electoral.

A estas alturas, los ciudadanos ya han decidido que el caso Rato no es un asunto personal. Las desavenencias, intereses, errores y trapicheos que supuestamente se hayan podido producir entre las diferentes esferas del PP con poder en la Administración para que el caso tuviera una exposición mediática importante, llegando a pensar torpemente algunos que incluso podían sacar un rédito partidista, no hacen sino alimentar el componente político de todo este turbio asunto. También la percepción de que hay una lucha más cruenta y descarnada de lo que se percibe desde fuera y se nos explica, producto, en buena medida, del pánico generalizado que se ha instalado en sus principales dirigentes y en sus cuadros políticos. Hace tiempo que el PP cruzó de una manera imperceptible, e incluso difícil de ver en toda su dimensión en aquel momento, el Rubicón del control de las cosas e incluso de su futuro como actual partido hegemónico en la vida pública española.

¡Ay el Rubicón! Qué homenaje a este pequeño río de la cuenca Adriática que pasó a la posteridad en el siglo I a.C. cuando César, saltando por encima de las normas establecidas, lo cruzó con sus soldados y pronunció para la historia una de las frases más repetidas: Alea iacta est (la suerte está echada). Cierto: se hizo con todo el poder pero un grupo de los suyos encabezados por Bruto y Casio lo apuñalaron y acabaron con su vida. Rajoy ha salido indemne de otras acometidas internas, como en el 2008 tras su segunda derrota electoral. Ello ha sido gracias al hermético cierre de filas de todos los suyos. ¿Es esa la situación actual? ¿Quizás Bruto y Casio se han puesto en marcha ya para actuar después de las municipales?

Antes que una bala alemana pusiera fin a su vida, Péguy había dejado escrito que a cada día le bastan sus temores y que no hay por qué anticipar los de mañana. El miedo real y el miedo imaginario están actuando de corsé y han situado en estado de shock a los candidatos del PP. Ni tan sólo el chistoso Carlos Floriano, dispuesto a afilar su supuesto ingenio a la hora de disparar contra los suyos llegando a pensar que lo hace contra sus adversarios, es capaz de abrir boca en estos momentos. Y uno tiene la sensación que eso antes ya lo ha vivido, que todo se repite, y que en política la derrota siempre tiene una previa: la autodestrucción.

José Antich

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