Políticos en la Red: el futuro ya está aquí

Los políticos se han lanzado en esta larga precampaña a la conquista de internet. No tanto guiados por la convicción de que en el ciberespacio se ventilen los votos decisivos sino por imperativo de los nuevos tiempos. Hay que estar en la onda, y la onda es la Red. Dicho de otro modo más sofisticado: el universo político se construye en torno a conceptos que, en sí mismos y eximidos de la obligación de desarrollar su significado, representan ideas. Los políticos tratan de apropiarse o figurar como abanderados de aquellos asociados a valores positivos. Modernidad es uno de los más solicitados en la pasarela de las palabras hermosas, y la utilización de internet para presentar, acercar y humanizar a los candidatos es el último grito en modernidad. Medido en términos cuantitativos, crearse un espacio personal en Facebook no servirá para llenar la urna de votos, pero ya es imprescindible para no pasar por troglodita. Internet es una meta volante de la precampaña. Hay que estar. Es una de las obligaciones que incluye el decálogo de la política espectáculo, entre cuyas características incluye que la campaña es permanente.

Igual que hace poco se impuso la costumbre de que los partidos organizaran mítines y encuentros con militantes y simpatizantes casi todos los domingos del año, tiende a extenderse irremediablemente la presencia en la red de los líderes políticos. La celebración de actos está relacionada con el mantenimiento de un clima emocional mientras que la presentación del candidato en internet tiene más que ver con la necesidad de cotidianeizar su imagen. Además, tiene el valor añadido de que esa presencia -o sea, la visualización del candidato como hombre corriente- es permanente, simultánea y traspasa fronteras; siempre y cuando la oportunidad que ofrece el medio no se transforme en una trampa mortal: las páginas hay que actualizarlas constantemente para dar sensación de dinamismo y no de oportunismo.

En suma, internet forma parte de nuestras vidas directa o indirectamente. Es una herramienta de gran utilidad para solucionar problemas ordinarios. Es una ventana global, un espacio abierto y prácticamente ilimitado donde podemos encontrar cualquier tipo de información y servicio. Dicho esto, no sería comprensible que los productos políticos no se publicitasen también en la red. Aunque no todo el mundo tenga acceso o quiera hacer uso de ella. Y aunque el votante medio no vaya a decidir su voto en función de lo que le diga un candidato a través del ciberespacio. Porque lo normal es que, quien quiera entrar en su red de amigos, consultar sus propuestas o leer su blog sea un votante fiel. Los curiosos son menos y la curiosidad dura muy poco.

Según el INE y el CIS, poco más del 40% de los españoles navega por internet con cierta asiduidad. Para sólo el 13% es su actividad preferida -y sólo es la principal vía de información para los jóvenes-. Esto dice mucho en términos políticos: la radio, la prensa y, sobre todo y con diferencia, la televisión son armas políticas de largo alcance electoral. Internet todavía es del calibre 21 para el grueso de la población. Otra cosa es el efecto extensión que provoque. Es decir, el juego que aporte a los medios tradicionales. El candidato, en el momento en que presenta su red social, su página personal o incluye en ella un determinado contenido, es noticia por un día, lo cual puede significar bastante en situaciones de previsible empate técnico.

Por otro lado, el perfil de usuario es una persona joven o muy joven -mayoritariamente hombre-, de entre 16 y 40 años, con estudios medios o superiores, que trabaja por cuenta ajena -muchos de ellos en empleos relacionados con las nuevas tecnologías- y que tiende a utilizarlo desde casa, principalmente para buscar información, leer noticias o realizar consultas de ocio. De este retrato robot podemos extraer, en principio, una conclusión rudimentaria: internet es territorio joven. Pues bien, los jóvenes son importantes para decantar balanzas en los comicios y, además, los jóvenes son sensibles a la empatía con quien utilice su mismo lenguaje. De este modo, un candidato que quiera aproximarse a ellos debe penetrar en su mundo.

Igualmente, es cierto que un nada desdeñable 30% reconoce participar en diversos foros. Si tenemos en cuenta que no todos los foros son confesables -que queda mejor decir que se busca información y no, por ejemplo, sexo-, o que los creadores de redes sociales -Flickr, Facebook, Tuenti o MySpace- se están haciendo de oro, podemos decir sin miedo a equivocarnos que hay muchas personas que escuchan y leen pero, sobre todo, que quieren ser oídas y leídas a través de internet. Trasladado esto a términos políticos, no es aventurado pensar que la concepción tradicional de participación política puede verse seriamente modificada -incluso adulterada, pues participar no es simplemente opinar- con la extensión de las nuevas tecnologías.

En todo caso, en relación con este asunto, internet es hoy más un contrapoder que un poder. Esto es, es un ámbito más propio y propicio para la contestación y la movilización que para la reflexión sosegada, precisamente por la ausencia de restricciones. Comprueben ustedes mismos cómo degenera lingüística y argumentalmente cualquier foro de participación política a medida que se suman internautas. Internet es el medio más utilizado para convocar manifestaciones y actos de protesta -muchos espontáneos- no autorizados, para despellejar al adversario y para la extravagancia política, saltándose mucho más que las normas de la corrección política. El anonimato no está garantizado, pero mientras se sigue el rastro del autor, el mensaje ya ha sido diseminado.

Según lo expuesto, lo que es evidente es que internet va a cambiar radicalmente el concepto y los límites -también legales- de la campaña electoral. Con este recurso, resultará todavía más difícil vigilar el contenido de los mensajes durante la precampaña y, sobre todo, como ya sabemos, será imposible mantener el día de reflexión. ¿Quién puede negar hoy, a más de 60 días de las elecciones, que estamos sumidos en plena campaña? ¿Acaso no se puede hacer campaña fuera de las páginas oficiales de los partidos o los candidatos y fuera también del periodo legalmente establecido? ¿Quién se atreve a garantizar el derecho del internauta -no hay que olvidar que es un derecho- a no recibir mensajes políticos claramente definidos como electorales si enciende el ordenador o el móvil el día de reflexión?

Pero volvamos al principio haciendo recuento de lo que hasta el momento tenemos para encontrar el quid de la cuestión. La presencia del candidato en internet es una imposición del desarrollo tecnológico aplicado a la política, en cuya vanguardia se sitúa Estados Unidos, pionera en casi todos los usos y costumbres que tienen que ver con el marketing político en democracia. Europa importa muchas de las tendencias de la política americana sin reparar en el hecho de que la naturaleza de nuestros sistemas pueda ser distinta. El presidencialismo impregna toda la actividad política estadounidense y se traslada también a los modelos parlamentarios, que, obviamente y también por otras razones, dejan de serlo en la práctica.

La personalización del poder es una consecuencia de la democracia mediática, pero también de la americanización de la política -ambos fenómenos no son independientes, ni tan siquiera distintos-. Cuando la política se personaliza, la campaña se centra en el líder y no en el partido ni en los contenidos programáticos. El liderazgo se convierte en el factor aglutinador y decisivo para atraer a los votantes no convencidos por encima de los otros dos factores que intervienen en la elección: programa y coyuntura, tanto económica como internacional. Por su parte, los votantes convencidos continúan rigiéndose por los cánones tradicionales: ideología e identidad partidista.

En consecuencia, la presentación del programa y la descripción de la coyuntura se dejan en manos del líder, de manera que la percepción del elector estará determinada por lo que aquél le transmita, por su eficacia comunicativa. Por tanto, la maquinaria electoral se engrasa para garantizar la presencia y visualización del candidato durante el mayor tiempo y el mayor número de espacios posible y, en relación con esto, para mostrar cercanía respecto del ciudadano en tres sentidos: proximidad física, accesibilidad e identificación con el elector. Internet hoy no es imprescindible para asegurar esa cercanía, pero el futuro ya está aquí y el candidato puede dirigirse a nosotros a través del teléfono móvil mientras guardamos cola en el supermercado o viajamos en autobús.

Por último, y en lo que se refiere concretamente a la elección de 2008. Esta se va a jugar fundamentalmente en el terreno del liderazgo. En él, unos se desenvuelven mejor que otros, pero lo cierto es que va a ser una disputa entre dos concepciones radicalmente diferentes de entender la política, cada cual aprovechará mejor sus armas para hacer llegar sus mensajes y ambos se emplearán a fondo en cada medio. Internet es uno más.

Javier Redondo, profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid.