¿Políticos? No, gracias

Son como las meigas… No existen, puesto que sobrevuelan la realidad como ectoplasmas montados en las escobas del sudor de sus súbditos, pero haberlos, haylos.

A la corta, dan la vara. Luego se esfuman y la gente los olvida. Es, en efecto, como si nunca hubiesen existido. Vuelven, los menos, a sus profesiones, aunque raro sea el que la tiene. Otros acaban capitaneando las relaciones públicas de las empresas privadas. Algunos acaban entre barrotes. A los restantes se los traga el tiempo, ese antropófago.

Es una profesión horrible. Siempre en reuniones o poniendo buena cara, estrechando manos, sonriendo a troche y moche, acariciando a los niños, a las viejecitas y a los cesantes, sonriendo con mueca de robot a los fotógrafos, halagando a los del 15-M y el botellón, enfundándose camisetas de equipos de fútbol, estrechando durante un minuto interminable las manos de sus huéspedes ilustres como si fueran estatuas de sal, suscitando odios, aguantando insultos, hablando sin decir nada, espurreando flatus vocis (paz, democracia, rigor, negociación, diálogo, confianza, tolerancia, talante), esgrimiendo promesas en las que nadie cree, descuidando a la familia y asegurando que no hay motivo de alarma mientras la ciudad, la Bolsa, la deuda, el país, Grecia, Irlanda, Portugal, Europa, el euro, Afganistán, Libia, Siria, Irak, Yemen, Somalia, Fukushima, el Imperio y el orbe se desploman a su alrededor.

¿Son masoquistas? ¿Por qué, pudiendo vivir como la gente normal, eligen un oficio tan espantoso? No lo entiendo. Me lo pregunto a menudo. Ellos dirían que los mueve la voluntad de servicio, el deseo de ser útiles a sus semejantes, la búsqueda del bien común…

¡Bueno, bueno, déjense de gaitas, que ya somos mayorcitos!

Aquí hay gato encerrado. ¿Quiénes son las personas que peor lo pasan en este mundo traidor? Los reyes, los presidentes de Estados Unidos, los de los demás gobiernos, los ministros y los altos cargos, por ese orden y en ese plan.

No pueden tomarse una cerveza en la tasca de la esquina, no pueden ir al cine sin escolta, no pueden tirar los tejos a la vecina del quinto, no pueden decir que el del cuarto es un cabrón, no pueden quedarse en bolas en una playa nudista, no pueden (desde hace poco) viajar en business ni siquiera pagándolo de su bolsillo, porque sería ostentación y perderían votos, y no pueden, en fin, y para hacerla breve, tomarse las mínimas libertades y permitirse las pequeñas satisfacciones que están al alcance de la mano de cualquier persona del montón, por exiguo que sea su salario y humilde el trabajo que lo genere.

Yo preferiría ser cualquier cosa, barrendero, sepulturero, paleta, limpiabotas, sin techo, gorrilla, mozo de cuerda, asistenta o puta, dicho sea con toda clase de respetos hacia tan honorables menesteres, antes que político. Si uno se mete a eso corre el riesgo de llegar a ser director general, secretario de Estado, ministro, líder de la oposición, portavoz del Gobierno o, peor aún, jefe de éste.

Da lo mismo quién seas, dónde vivas y en qué ideología milites. Obama, Sarkozy, Aznar, Felipe, Bush, Cameron, Zapatero, Camps, Gadafi… Todos llegan al poder en loor de muchedumbres, entre aullidos de júbilo, aupados y paseados sobre el escudo por sus legiones, ¡sí!, ¡tú puedes!, ¡en ti confiamos!, ¡colócanos!, y todos, a la vuelta de unos meses, son vilipendiados, acosados, llevados a la picota, observados con lupa, puestos en solfa con las vergüenzas al aire, terminan, a veces, en el banquillo y rayan, siempre, al nivel del fango en las encuestas a las que responden, con sed de venganza y plebeyo encono, los mismos que los votaron, aclamaron y encumbraron. ¡Pues vaya ganas!

¿Conocen ustedes el nombre de algún político suizo? Los cargos públicos, allí, según me dicen (y si me han engañado, mal rayo parta a quien lo hizo), son por sorteo entre los votantes, no llevan aparejada remuneración alguna y a los seis meses prescriben. ¿No sería ése un buen sistema para evitar la corrupción, poner freno a los delirios de grandeza y salir de la crisis sin necesidad de estrujar los bolsillos de la gente adinerada ni de retorcer el pescuezo económico a la de a pie?

Lo malo de la democracia es que sale carísima, y más aún si corre pareja a una dinastía áulica. Los gastos se duplican. ¿Duplicarse? ¡Qué digo! En nuestro triste caso, el de Vandalia, Tontalia, Telelalia, Cigarria o Zangania, antes España, se multiplican por 17. ¿Será por gobiernos? Y todos regidos por un máximo denominador común: sus cuentas son las del Gran Capitán.

¿No sería mejor, puestos a admitir el trágala -irreversible, me temo- de esas autonomías que son motivo de pasmo en el resto del planeta, optar por un mínimo común múltiplo?

Pero dejemos las matemáticas de altura, que no están al alcance de quienes en nosotros mandan, y refugiémonos en el cálculo a palo seco, el de la cuenta de la vieja, para la que bastan los dedos, saber sumar y restar, y tener un poco, sólo un poco, de sentido común.

¿Para qué sirven los diputados, los asesores y el pachanguero bullebulle laboral -chóferes, secretarias, escoltas, jefes de prensa, soplones, escribas, mayordomos, palafreneros y pelotas- que surge por metástasis administrativa y burrokrática -con doble erre de asno y ka de okupa- alrededor de ellos?

Imaginemos una democracia con partidos -¡qué le vamos a hacer!-, pero sin diputados ni senadores (otra excrecencia inútil que nos sale por un riñón)… El PSOE, el PP, el PNV, IU, EA, CC y demás ingredientes de la sopa de ganso, letras y siglas que es el plato único de nuestro deplorable sistema electoral se embarcan en el chundachunda de los mítines y las campañas. Llega el gran día. Se abren las urnas. Los votantes votan. Escrutinio y reparto proporcional de la tajada. Uno de los partidos consigue la mayoría absoluta o relativa, pero estrictamente aritmética, sin el cambalache de las circunscripciones, el trampantojo trilero de Homs y la ley del embudo de las listas cerradas, y forma Gobierno a solas o en coalición. Su líder nombra ministros, éstos eligen a sus colaboradores y el engranaje se echa a andar ateniéndose al programa por el que se les ha votado. Las críticas al mismo, positivas o negativas, se formulan desde las diferentes tribunas de la sociedad. Si el Gobierno lo es de mayoría absoluta, sigue en el poder cuatro años, a no ser que él mismo, por lo que sea, lo disuelva y convoque elecciones anticipadas. Si es de coalición y sus socios le retiran la confianza, ídem. Y ya está.

¿No es eso, acaso, lo que sucede ahora, con un Parlamento en el que impera a rajatabla la disciplina de partido y en el que nunca hay ovejas que se desmanden? ¿No es eso lo que hicieron Suárez, Calvo Sotelo, Felipe y, últimamente, Zapatero? ¿Para qué marear la perdiz con las sesiones de los miércoles, las enmiendas y remiendos de las leyes, los debates sobre el Estado de la Nación y demás zarandajas autistas, ombliguistas, autofágicas y bizantinas, que sólo interesan, para justificar su sueldo, sus privilegios y sus bicocas, a quienes de todo eso se benefician?

rubalcabaha dicho que sobran las diputaciones. ¡Toma! Y los diputados. Y un montón de ministerios. Y los coches oficiales. Y los móviles. Y las tarjetas de crédito. Y los sindicatos. Y los militares. Y la fanfarria. Y las subvenciones. Y la cooperación. Y buena parte de los funcionarios, los alcaldes, los embajadores, los…

No sólo. También sobra el 80% de las leyes, normas, disposiciones, prohibiciones, preceptos, reglamentos, órdenes, trabas, trágalas y puñetas de distinta jurisdicción, dimensión e índole que estrangulan la actividad de los españoles, su espíritu de iniciativa y su libertad. Deróguense sin demora. Pongamos fin al Estado de Control y Tente Tieso.

El único político europeo, nos gusten o no sus salidas de madre y hasta de padre, que ha cogido el toro por los cuernos, ha estado a la altura de lo que la debacle europea exige y ha demostrado que tiene un par no sólo para satisfacer, si es que lo hace, a las velinas, ha sido Berlusconi, tan denostado por todo quisque, sin excluir a la derecha y a la derechona.

Termino. Quienes de verdad sobran, con muy pocas excepciones (no las menciono, pues están en la cabeza de todos los que no la han perdido), son los políticos, y ello, entre otras razones, por el peso de la evidencia -lean la prensa, escuchen la radio, pongan la tele, vayan al café, hablen con los taxistas- de que la política sólo es ya economía y los países son una empresa, una marca, un logotipo.

Yo no digo que eso esté bien ni mal. Sólo digo que es así y que, en consecuencia, deberían ser los contables y los empresarios quienes empuñaran las riendas de un mundo que se derrumba.

¿Qué tal si confiáramos el Gobierno a El Corte Inglés, Coca Cola y Zara, pongo por caso? Sería un tripartito.

Peor de cómo nos va, no nos iría. Eso es seguro. Lo malo es que ningún empresario con dos dedos de frente aceptará ese marrón.

¿Quo usque tandem abutere patientia nostra, señores de la política? No nos queda, ni les queda a ustedes, mucho tiempo. La desaparición del euro, el desguace de Europa y el corralito están a la vuelta de la esquina.

¿Me he vuelto loco y digo tontunas? ¡Ojalá! Seré el primero en alegrarme.

Por Fernando Sánchez Dragó, escritor y columnista de El Mundo.

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