Políticos, trapecistas y boxeadores

No creo exagerar si afirmo que las elecciones generales del próximo 20 son las más interesantes desde las del 15 de junio de 1977. En aquellas, las primeras, se definía un marco político que correspondía a las inclinaciones de una sociedad que salía de cuarenta años de dictadura. Las urnas sirvieron para colocar a cada cual en su lugar, por más relativo que fuera. Venció a los puntos y con muchas trampas la UCD de Adolfo Suárez, aún no canonizado sino todo lo contrario. Se formó un esquema de país electoral que casi nadie había previsto. Baste decir que en Catalunya barrió la izquierda, esa misma que ahora abre los contenedores de basura por si encuentra algún resto que le sea servible en su quiebra absoluta. ¡Chacón ha vuelto!

El 20 de diciembre está convocado a las urnas un país exhausto, desanimado, perplejo ante la corrupción, la crisis y la falta de alternativas. Como una de esas partidas de mus entre ancianos que tanto les gusta utilizar como metáfora a los comentaristas que no saben ni contar amarracos. Los restos de todos los naufragios, es decir, lo viejo, representados por el PP y el PSOE, dispuestos a todo con tal de no perder el último vagón del último tren de su historia. Y frente a ellos dos formaciones sin pedigrí, para suerte suya, pero con inquietante futuro, Ciudadanos y Podemos. No tienen pasado, es decir, no han tenido aún que nadar en la mierda, porque los pasados en España se miden por su nivel de estiércol.

Políticos, trapecistas y boxeadores¿Por qué creen ustedes que Rajoy no asistió al debate de los cuatro lobitos que guardan nuestras camas, que diría en plan perverso la vieja canción de los angelitos y los niños antes de dormir? Porque la mierda, en su sentido llano, hubiera acaparado el debate. ¿Qué puede hacer un registrador de la propiedad y de todos los desfalcos, estafas y malversaciones de fondos de sus compañeros de partido –¿conoce usted alguno que se salve, incluido el tigre de las Azores?–. Un hombre de 60 años, con piel de cocodrilo, hecho al silencio y el escaqueo, frente a tres tipos que se lo juegan todo a una partida y a quienes les daban por primera vez y única, la oportunidad de hacer con esa piel una alfombra para el salón. No es miedo, que diría el gallego, fue precaución.

¡Que vaya Sorayita! Menuda pieza. Así les demostrará que a juego sucio casi me gana y en cinismo estamos a la par. Hay que tener un tupé de peluquería de la madrileña calle Serrano para sugerirle a Pablo Iglesias que lo de Monedero, un asunto que se limita a hacer una complementaria en Hacienda, es comparable a lo de su Bárcenas, don Luis el animoso, que si se descuida se lleva la Hacienda entera. Demasiado. Esa muñeca con rostro de menina velazqueña tiene más maldad acumulada en años de peleas de partido que cualquier barbilampiño del PP modelno. Nadie asciende en la cucaña política sin dejarse las prendas blancas, o como decían nuestros clásicos, “a bragas enjutas”.

Las elecciones del 20 de diciembre abordan ese enigma que desde hace 38 años ha ido convirtiendo nuestra democracia en una charca. Son dos generaciones, según decía Ortega, y henos aquí metidos hasta el cuello en una crisis adobada por chorizos de los que no se comen. Al fin aparece otra clase política, a derecha e izquierda, y eso es un acontecimiento que muy bien puede acabar como el rosario de la aurora, pero de momento y hartos de los rosarios del ritual no deja de abrir un resquicio a la esperanza.

Tienen mucha gracia nuestros analistas canónicos de la izquierda. Aseguran que Albert Rivera es un producto fabricado por la banca y el Ibex 35 como recambio de Rajoy. Discúlpenme el sarcasmo. Si algo ha demostrado nuestra banca es que ha sido incapaz de prever hasta su propia ruina, que acabó siendo la nuestra. Sería gratificante que por una vez tuvieran una idea que fuera más allá de las comisiones en los cajeros o las sisas en los pagos a terceros. No votaré nunca a Ciudadanos pero es bueno que exista y confío, cuando pasen las elecciones, dedicar un artículo al interesante libro de Ellakuría y Albert de Paco, Alternativa naranja (Debate), porque ahí están elementos muy curiosos de nuestra vida intelectual y política, que los resultados electorales confirmarán o rechazarán; pero sin duda muy sintomáticos de nuestra crisis cultural y política.

El mayor reto es el del PSOE. Tienen un candidato menos creíble aún que Mariano Rajoy. Porque, a menos de ser muy tonto, el que vote a Rajoy sabe lo que vota. ¿Pero al soldado Sánchez? Es un hallazgo del equipo de Ciudadanos haberse inventado el implacable lema: “Hay que salvar al soldado Sánchez”. En un editorial sorprendente, incluso para los que no nos sorprendemos ya de casi nada, El País hace una defensa de la capacidad política y de la credibilidad de este soldado salido de la nada, a la que probablemente volverá en pocas semanas. No es un augurio, es una constatación. Lo viejo carece de recursos. Se le acabó la cantera, el banquillo, que dicen los deportistas. Y aparecen tipos que a duras penas aceptaría El Corte Inglés para sus épocas de rebajas.

Después de dos generaciones largas, esos 38 años, que van desde las primeras elecciones de 1977 hasta ahora, convirtieron la política en una estafa. Sin excepciones; o beneficiario o cómplice, dejémonos de hostias. Ya tiene que estar mal la cosa para que traigan del museo de la complicidad y las malas artes a un exlíder que mejor estaría callado. Me refiero a Felipe González. La edad pesa y los kilos, en su duplicidad de carne y de dinero, también. (Recientemente una jueza de Oviedo, que no me quiere bien, me ha procesado porque me referí a un abogado de UGT como persona “entrada en carnes”. No es una broma, la titular del juzgado n.º 4 de Oviedo, Coral Gutiérrez Presa, miembro de Jueces por la Democracia, considera que he herido el honor de un letrado por decir que era “entrado en carnes”; un eufemismo, porque la verdad es que está gordo como un bocoy. Me piden 6.000 euros por el exceso de pesaje del abogado. O sea que confío que las carnes que nos sobran a Felipe González y a mí no constituyan motivo de querella).

Que ese PSOE, representado por esta fauna de individuos dentro de toda certeza, quiera denunciar a Podemos porque mientras ellos instituyeron lo que felizmente se denomina puertas giratorias –a cada cese, nuevo comedero– los de Podemos, algunos, colaboraron con las arrogancias de Chávez y las miserias de Maduro. Venezuela, el país del que Felipe González y su partido se benefició durante años del más corrupto de sus líderes, el compañero Carlos Andrés Pérez, antiguo presidente de la República y miembro de la Internacional Socialdemócrata, clama al cielo y al infierno juntos. Este hombre de Slim, entrado en carnes, me recuerda al Elvis Presley de sus últimos años, embutido en el traje blanco y más colgado que un jamón. Hay que terminar con esa roña, que ni llega a casta, la que consideró la Transición como su patrimonio. De ahí que las apelaciones de “los nuevos”, ya sea Ciudadanos o Podemos, a una Segunda Transición me parezcan ridículas. ¿Transitamos de dónde a dónde? Una cosa era pasar de una dictadura a una democracia, y otra sanear un régimen corrupto.

Lo único que aún queda por explicar es la obsesión en convertir a los líderes políticos en personajes que parecen preparados para ganar concursos televisivos. Se les exige para ser políticos, que hagan ejercicios en la barra hasta alcanzar el triple salto mortal en el trapecio, y que aprendan a baquetear al adversario hasta que caiga sobre la lona. ¿Ustedes creen que hacer política, que gobernar, es eso? ¡Si parecen personajes preparados para un casting en una película de acción! Hay que desterrar el espectáculo, porque el espectáculo, que no la política, es lo que nos llevó a los niveles de corrupción y crisis de los que ni hemos salido ni creo que saldremos en muchos años. Por mucho que pretendan engañarnos.

Gregorio Morán

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