Polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga

La última novela de Pérez-Reverte, Sidi, es uno de esos libros que te secuestran durante el tiempo que tardas en leerlos y que cuando los terminas, te dejan conmocionado hasta que las emociones que te provocaron se van disipando y te permiten regresar a tu vida rutinaria y anodina.

Los americanos, dueños de una poderosa industria cinematográfica, han elevado el wéstern a la categoría de epopeya nacional. Los españoles comenzamos ahora a sacudirnos el secular complejo de inferioridad para rescatar, más en la novela que en el cine, nuestras cuatro epopeyas nacionales: la reconquista, la conquista de América, los tercios en Europa y la guerra de la Independencia. Pérez-Reverte, que ya ha explorado con algunos libros ese pasado nuestro, especialmente la guerra de la Independencia y sus aledaños, se traslada ahora al siglo undécimo, cuando España aún no había nacido pero un héroe de epopeya, el Cid, apuntaba ya como depositario de ciertos valores que deberíamos considerar nuestros o hacer por rescatarlos: la caballerosidad y el sentido del honor.

Sidi comienza con un episodio de la indecisa frontera entre moros y cristianos, ese territorio peligroso que algunos colonos se atreven a poblar por las ventajas fiscales que les proporciona vivir dificultosamente con una mano en el arado y la otra en la espada.

Desterrado por un rey rencoroso, el Cid se gana la vida alquilando su mesnada para rescatar el botín y los cautivos que arrastra una algara de moros tras el saqueo de algunos poblados y alquerías. Rui Díaz es un profesional de la guerra que aspira a conseguir sus objetivos con el mínimo coste de sangre, pero que sometido a la autoridad de un rey con aspiraciones más épicas se ve obligado a plantear una batalla campal en condiciones adversas a pesar de las cuales su empeño y experiencia vencen.

Pérez-Reverte que conoce bien la literatura española y está familiarizado con la sintaxis de esa otra forma de literatura que es, sin duda, el cine -la sombra de John Ford que asoma en Sidi y en otras novelas suyas- ha escrito un relato conscientemente seco y directo sobre el guerrero castellano hijo de una nobleza menor que ha de ganarse la vida con la espada, alquilándola a reyezuelos moros si es preciso, aunque siempre manteniendo la fidelidad al rey castellano que exige su sentido del honor, una virtud más destacable cuando se piensa que el monarca no es precisamente una persona honorable, lo que nos recuerda aquel verso vigésimo del Poema de Mío Cid: ¡Dios, qué buen vassallo, si oviesse buen señor!

Ya venimos acostumbrados de otras novelas de Pérez-Reverte a su documentación detallada y exhaustiva. En esta parecería que el autor se ha trasladado realmente a la época cuando describe vestidos, armas, enseres, expresiones, paisajes, y actitudes y sentimientos de unos hombres que «huelen a estiércol de caballo, cuero, aceite de armas, sudor y humo de leña» a cuyo lado vivimos el cansancio de la cabalgada, los azares de la lucha, los repartos del botín y entendemos la carencia de otro horizonte aparte de buscar cobijo para el próximo invierno en lugar propicio, a cubierto y abastecido.

Al margen de lo que la novela tiene de aventura, conviene destacar el logrado retrato de vida de la frontera en un momento en que la política enfrentaba a todos contra todos, tanto en las taifas musulmanas, resultantes de la fragmentación del califato, como en los reinos cristianos del norte que iniciaban la reconquista abriéndose paso a codazos en sus propias indefinidas lindes. Entre esos poderosos reyes que lo son por la cuna y su sangre noble se busca la vida ese héroe mínimo, el Cid, al frente de su mesnada.

Pérez Reverte tiene la habilidad del montaje cinematográfico que alterna momentos de acción trepidante con los de reflexión que prestan su convincente encarnadura a los personajes y los de evocación que nos hacen conocer los precedentes del héroe, su historia anterior, su origen, sus motivaciones y su formación.

El poder evocador del autor brilla especialmente en sus escenas de batalla en las que con una prosa vigorosa y contenida, escribiendo sobre el hueso, nos introduce en medio del combate para que sepamos cómo suena el acero al salir de la vaina, cómo suena al penetrar la carne, cómo las espadas que se encuentran, las lanzas de fresno que se astillan, a qué sabe el miedo en la víspera del combate, ese vacío que te sube del bajo vientre a la garganta cuando estás a punto de poner su vida en astillero, qué aspecto tienen los cadáveres descompuestos, tan distinto al que nos imaginamos los que solo disponemos de una experiencia cinematográfica.

Un novelista, cualquiera que se atreva con el oficio, teje su historia con los mimbres que va recogiendo a lo largo de su vida, una vida hecha de lecturas y experiencias. Por eso es difícil ser novelista antes de cierta edad, porque la novela requiere haber vivido y haber leído. En este sentido Pérez-Reverte juega con ventaja respecto a los otros novelistas que escribimos novela histórica. Podemos, si nos esforzamos, leer tanto como él -aunque también depende del aprovechamiento de lo que se lee-, pero difícilmente podemos alcanzar la experiencia del que lleva unas cuantas guerras en la retina y en el zurrón. Guerras modernas, sí, pero convengamos en que todas las guerras son siempre la misma, sin que importe la época y el lugar.

La eficacia de una novela histórica depende de dos equilibrios, el del personaje con su ambiente y el de la materia narrativa con la documentación. Pocos autores lo consiguen. Normalmente el exceso de datos pacientemente acopiados en el periodo de documentación -datos que el autor quiere que aparezcan para deslumbrar al lector con sus conocimientos- lastran la novela. Pérez-Reverte, experimentado tejedor de historias, sortea con habilidad esos Caribdis y Escila que amenazan toda novela del género. Eso ha hecho, una vez más, en Sidi, y el resultado es no solo una eficaz novela histórica sino simplemente una excelente novela, sin más apellidos.

Juan Eslava Galán es escritor.

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