Pon FP en tu título

En los últimos 22 años hemos tenido cinco leyes orgánicas sobre educación, y tanto cambio ha acabado agotando a enseñantes, padres, editores y público en general, entre otras cosas porque con cada nueva ley ha habido los correspondientes tira y afloja, movimientos de grupos de presión, escaladas verbales y, al final, contentos y descontentos. Bajo este ruido, mientras se replanteaban las reglas del juego en Primaria, ESO y Bachillerato, a la chita callando, la Formación Profesional se veía siempre reforzada sin apenas ningún cambio.

Hace dos meses se publicó el real decreto que establece la ordenación general de la FP y, una vez más, los cambios son mínimos. ¿Rutina? ¿Abandono? ¿Olvido? En absoluto: cumplimiento del principio de que si una cosa funciona, mejor no tocarla. Y es que, efectivamente, nuestra formación profesional reglada está viviendo un buen momento. Tiene una estructura idéntica a la de la mayoría de los países de la UE y la nueva ley le aporta la deseable novedad de integrar un poco más las formaciones ocupacional y continua con la reglada.

Si bien cada familia profesional es un mundo y no se pueden poner todas en el mismo saco, hay que decir que la FP tiene unos índices de éxito más que aceptables si miramos los datos de ocupación al final de los estudios, la satisfacción de quienes la han cursado y cómo las empresas acuden a los centros educativos a buscar a los profesionales que no encuentran en el mercado. En algunos sectores, los tutores de los centros han de pedir a los empresarios que no tienten al alumnado con ofertas de trabajo antes de que obtengan el título.

No vamos mal, pero podemos mejorar. Los puntos débiles los tenemos en la inexistencia de mecanismos de acreditación externa final, en el hecho de que no se está actuando con suficiente decisión para separar en centros diferentes la ESO y la FP en las localidades donde es posible hacerlo, en el riesgo de perder la calidad y el prestigio que ha ganado si se abre el grifo sin medida en los mecanismos de paso de grado medio a superior, en la inexistencia de una inspección especializada y en la lentitud en la integración de los tres subsistemas de FP: el reglado, el ocupacional y el permanente.

Desde el punto de vista del usuario, la FP parece atractiva. Cada vez hay más centros con certificados de calidad. Hay centros donde, estudiando determinados ciclos formativos, se obtienen de forma directa carnets de instalador. Existen becas para hacer prácticas y estancias en empresas del país y del extranjero. Se ha establecido un procedimiento para convalidar formación y experiencia adquirida en el mundo laboral por créditos de FP reglada. Hay 41 carreras universitarias, la mitad ingenierías técnicas, que reconocen créditos a los alumnos que proceden de la FP de grado superior.

Pues bien, si es todo tan bonito como lo hemos pintado hasta ahora, ¿por qué la FP sigue teniendo esa pátina de vía de segunda del sistema educativo? ¿Por qué siguen sin llenarse los ciclos formativos, al tiempo que los centros no pueden ofrecer a los empresarios todos los titulados que les piden? ¿Por qué la matrícula de los ciclos formativos de grado superior cada vez se alimenta más de las pruebas de acceso y menos de titulados de Bachillerato?

No hace demasiado, el Departament d'Educació hizo una campaña de promoción de la FP con el eslogan Posa títol al teu futur. Esta campaña, como la que han hecho en años anteriores tanto la Administración autonómica como la local, tiene la finalidad de aumentar la matrícula de los ciclos formativos de FP. ¿Qué necesidad hay? Pues mucha, y quien tenga ganas de bañarse en estadísticas, que mire las de la Conselleria d'Educació, las del ministerio y las de la OCDE, y encontrará pruebas de que somos un país de descompensaciones.

Tenemos superávit de titulados universitarios, sobre todo de estudios no tecnocientíficos, y, en cambio, nos faltan técnicos intermedios y operarios cualificados. Tenemos el dudoso honor de contar con un porcentaje de jóvenes de entre 20 y 24 años con nivel educativo insuficiente casi un 10% mayor que la media de la UE. Por contra, el porcentaje de universitarios también es un 10% más elevado. Un 30% de los universitarios no acaban la carrera, mientras que en la UE eso le pasa al 15%.

Aquellos padres y tutores que creen que los chicos y chicas no serán felices y triunfadores si no hacen Bachillerato y después educación universitaria obligatoria, ¿no cumplirían mejor su cometido orientando a sus hijos y pupilos para que se ganen bien la vida como instaladores de gas, educadores infantiles o proyectistas industriales en lugar de que sufran, si llegan, como licenciados disfuncionados?

Parece que por fin nos estamos dando cuenta de que no podemos tener una facultad o escuela universitaria en cada pueblo con estación de tren, ni resistir los costes de mantener estudios repetidos con pocos matriculados. Hay que aprovechar que cada día hay más padres, enseñantes y empresarios que son conscientes de las descompensaciones que sufrimos, para ser valientes y emprender medidas para tener menos universitarios y más técnicos intermedios.

Tal vez se tendría que hacer otra campaña que rezara Pon formación profesional en tu título.

Jordi Font, inspector de educación y escritor.