Poner las barbas a remojar

Por Carlos Castresana. fiscal y profesor visitante de la Universidad de San Francisco, California, EEUU (EL PERIODICO, 19/03/04):

Los atentados terroristas del 11-M en Madrid han causado profunda conmoción en EEUU, y han vuelto a poner de golpe la seguridad como principal asunto de la agenda electoral en la carrera presidencial de noviembre. Los norteamericanos se preguntan si sus trenes y sus lugares de reunión o de trabajo son seguros o vulnerables. Las autoridades se han apresurado a afirmar que están adoptando las medidas necesarias para proteger a un pueblo atemorizado, que recibe cada mañana en los telediarios la información del grado de alerta terrorista con la misma rutina que las previsiones del tiempo.

En ese contexto, no es de extrañar que la primera reacción de la opinión pública norteamericana ante el resultado electoral del domingo en España haya sido la de considerar que los españoles han sido víctimas del voto del miedo. Obviamente, no es cierto, pero hay varias razones que justifican esa precipitada y errónea conclusión.

La primera, que los norteamericanos, a diferencia de los españoles el 11-M, se consideraban invulnerables en su propio territorio antes del 11-S y, por lo tanto, no entienden que nosotros hemos relativizado el miedo después de más de 30 años de padecer el terrorismo.

La segunda, que la mayoría de la sociedad estadounidense no ha percibido la guerra de Irak como una violación del derecho internacional, y tampoco ha sentido que la actuación de su Gobierno haya desoído el parecer de la inmensa mayoría de los ciudadanos.

La tercera, que la mayoría de los estadounidenses están apenas empezando a conocer la cadena de mentiras y desinformaciones que llevaron a ese país a la guerra. Han creído durante el último año que la comunidad internacional respaldaba masivamente la política agresiva de Bush. Han sido convencidos de que Bin Laden y Sadam eran socios, y que este último disponía de armas de destrucción masiva que iba a destinar inmediatamente a realizar ataques terroristas contra EEUU.

George W. Bush sigue presentándose ante la opinión pública de su país como un "presidente de guerra" y esa situación de "emergencia nacional" le sirve indistintamente para justificar tanto el recorte de las libertades fundamentales como el brutal incremento experimentado por el desempleo o el déficit público. La demagogia esta muy presente: España, dicen ahora, era un aliado insignificante: sus tropas en Irak son apenas el 1% del total, y aunque Estados Unidos pierda el apoyo español, continuará firmemente su "guerra contra el terror".

Sin embargo, la verdad se va abriendo lentamente camino: los norteamericanos ya saben que no había armas de destrucción masiva en Irak, perciben que Al Qaeda está más fuerte que nunca y observan con angustia que Irak se está convirtiendo para ellos poco a poco en un nuevo pequeño Vietnam, donde han perdido la vida más de 550 soldados estadounidenses, a pesar de lo cual la situación en ese país, al igual que en Afganistán, sigue peligrosamente fuera de control.

El Gobierno norteamericano está alarmado, y con razón, por el resultado electoral español. Se teme un efecto dominó, y que la propuesta de Zapatero de someter el futuro de Irak al consenso y la dirección de la presencia internacional en ese territorio, a las Naciones Unidas, se extienda. Se teme que España se realinee junto a Francia y Alemania y eso cree más problemas a la ya bastante precaria situación de Tony Blair. Se teme, sobre todo, que la imprevista salida de Aznar por la puerta de atrás ponga sobre el tapete las consecuencias de gobernar en contra de la voluntad de la mayoría, en contra de las normas del derecho internacional, y utilizando masiva y sistemáticamente el engaño y la ocultación como instrumentos de una política que considera a los ciudadanos menores de edad.

Es obvio que el pueblo estadounidense no ha perdido en España un aliado. Se va haciendo obvio también que los españoles no han votado con miedo. Se va abriendo camino el debate sobre el hecho de que invadir países, destruir sus infraestructuras, dinamitar los procesos de consenso de la ONU y recurrir a los secretos y las mentiras quizá no sea la manera más adecuada de combatir el terrorismo. Muchos en Washington están poniendo sus barbas a remojar.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *