Pongamos fin a la pandemia permanente de enfermedades respiratorias

Pongamos fin a la pandemia permanente de enfermedades respiratorias
Lynsey Addario/Getty Images Reportage

La COVID-19 dejó al descubierto las limitaciones de los sistemas de salud en el mundo para hacer frente a las pandemias de infecciones respiratorias. Con una cifra oficial de muertos por COVID-19 que ya supera los cinco millones y estimaciones extraoficiales que llegan a quintuplicar esa cantidad, las dificultades de los sistemas de salud son evidentes en todas partes.

Lo que no está tan claro es por qué el mundo no previó la COVID-19. Las enfermedades respiratorias son desde hace mucho la principal causa de muerte por infección en el mundo. Antes de la pandemia de la COVID-19 se estimaba que 2,5 millones de adultos y niños morían por neumonía cada año. Ninguna otra enfermedad infecciosa se acerca siquiera a esta cantidad de víctimas mortales.

Pongamos fin a la pandemia permanente de enfermedades respiratorias

Y hay muertes por neumonía en todos los países. En los de altos ingresos, las muertes se concentran en los adultos mayores; mientras que en los países con bajos ingresos, las principales víctimas son los niños. Muchos países con ingresos medios sufren gran cantidad de muertes en ambos grupos.

Considerando estos datos, las infecciones respiratorias fueron la «pieza faltante» más significativa en la agenda mundial de salud. Antes de la pandemia nunca hubo una campaña mundial para la salud centrada en reducir las muertes por neumonía ni una agencia mundial sanitaria responsable de brindar apoyo a los países para prevenirla, diagnosticarla y tratarla.

Ni siquiera Gavi, la Alianza Mundial para Vacunas e Inmunización, cuyo mandato es vacunar a los niños más vulnerables del mundo, ha sido capaz de proteger a más de la mitad de ellos con una de las armas más poderosas contra la neumonía: la vacuna conjugada antineumocócica (PCV, por su sigla en inglés). Una gran cantidad de niños —más de 350 millones de menos de cinco años de edad— siguen entonces peligrosamente expuestos.

Ni siquiera los llamados de atención de dos brotes de infecciones respiratorias —el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS-CoV) en 2002 y el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV) en 2014— fueron suficientes para persuadir a los gobiernos nacionales y las agencias de salud mundiales de la necesidad de enfatizar el control de la neumonía.

Por ello, los sistemas de salud no estaban preparados en ningún continente cuando apareció el SARS-CoV-2 —el virus que causa la COVID-19—, que rápidamente se convirtió en pandemia. Las autoridades de salud nacionales no estaban equipadas para lidiar con las oleadas de gente que necesitaba diagnóstico y tratamiento rápidos (y, especialmente, las grandes cantidades de oxígeno médico que requieren los pacientes de COVID-19).

Las historias trágicas de muertes por falta de acceso a la atención sanitaria aparecieron primero en América Latina a principios del verano de 2020 y pronto se extendieron a Asia, Oriente Medio y África. Es imposible olvidar el sufrimiento de los pacientes que luchaban por respirar ni las dificultades de sus familiares y de los profesionales de la salud mientras trataban desesperadamente de conseguir oxígeno.

No sabemos cuántas muertes hubo por COVID-19 debido a la falta de diagnóstico y tratamiento, pero muchos de los países con mayores tasas de mortalidad por esta enfermedad informaron bajas tasas de análisis de detección y escasez de oxígeno. Ahora, a más de 18 meses del inicio de la pandemia y a pesar de la disponibilidad de vacunas eficaces, los gobiernos siguen con dificultades para reducir la cantidad de muertes. De las 50 000 muertes por COVID-19 que todavía ocurren cada semana, el 70 % son en países con ingresos bajos y medios.

Es inaceptable. La pandemia de la COVID-19 debe convertirse en un punto de inflexión para el control de la neumonía en todo el mundo. Los países no deben sufrir nunca más muertes masivas por pandemias de infecciones respiratorias. Y no debiera seguir muriendo tanta gente cada año por neumonías no vinculadas con la COVID-19.

Pero eso seguirá ocurriendo, a menos que los gobiernos nacionales reemplacen sus planes de respuesta reactivos ante las pandemias por estrategias proactivas para controlar la neumonía. Implementar una respuesta permanente y eficaz a la neumonía reduciría las muertes por causas respiratorias de todo tipo de infecciones y el riesgo de otra pandemia respiratoria.

Para lograr esta meta será necesaria la cobertura completa con vacunas poderosas para combatir la neumonía, mejores herramientas para el diagnóstico en todos los niveles de los sistemas de atención de salud y mejorar el acceso a los tratamientos. También habrá que reducir los factores de riesgo principales de las muertes por neumonía, entre ellos, la contaminación ambiental, la emaciación infantil y el uso del tabaco.

Las agencias mundiales para la salud y el desarrollo —como el Fondo Mundial, el Banco Mundial, Unitaid, la Organización Mundial de la Salud y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia— debieran convertir el apoyo que han proporcionado a los países con ingresos bajos y medios por la COVID-19 en programas de control de la neumonía a largo plazo. Tan solo el Grupo de Trabajo para la Emergencia de Oxígeno del Acelerador del Acceso a las Herramientas contra la COVID-19 proporcionó a los países necesitados insumos de oxígeno por más de USD 600 millones y debiera recibir financiamiento del G20 para lograr más. Y las organizaciones filantrópicas privadas debieran continuar apoyando los esfuerzos de las ONG para fortalecer los servicios de atención respiratoria más allá de la pandemia.

Sin este apoyo sostenido, el mundo seguirá expuesto a la posibilidad de otra pandemia por infecciones respiratorias y correremos el riesgo de incumplir muchos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para la salud, especialmente los relacionados con la reducción de la mortalidad materna, neonatal y de niños, y de la carga de enfermedades contagiosas y no contagiosas.

Aunque la COVID-19 dejó al descubierto algunas fallas críticas en la arquitectura de la salud mundial, también reveló todo lo que pueden lograr los gobiernos nacionales, las agencias mundiales para la salud y el desarrollo, y los donantes cuando se ven urgidos a invertir en la lucha contra las infecciones respiratorias. Y todavía queda mucho por hacer.

Después de todo, nuestro mundo transita cambios que acelerarán el riesgo de otra pandemia de enfermedades respiratorias. Las infecciones de transmisión aérea —que se difunden cuando respiramos, hablamos, reímos y cantamos— prosperan en entornos más cálidos, altamente urbanizados y móviles donde la mala alimentación, las enfermedades crónicas y el aumento de la expectativa de vida aumentan la vulnerabilidad frente a las enfermedades y la muerte. El costo de no invertir los recursos necesarios para combatir la neumonía se medirá en la pérdida de millones de vidas cada año y de otros millones más cada vez que haya una nueva pandemia.

Leith Greenslade is Coordinator of Every Breath Counts, a coalition of more than 50 organizations helping governments reduce deaths from pneumonia. Traducción al español por Ant-Translation.

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