El sol de York bastó para tornar el invierno del descontento shakesperiano en verano, pero es dudoso que pueda hacer lo mismo con el invierno en el que se hallan sumidas las criptomonedas. Durante las últimas semanas, el valor de algunas monedas (como terra y luna) se ha despeñado, evaporando consigo los ahorros de millones de inversores y generando preguntas sobre el respaldo y la solidez de las demás. De igual forma, ante el miedo a que los inversores intentasen retirar sus posiciones en criptoactivos y cambiarlos por dinero convencional, algunos centros de negociación de criptomonedas se han visto obligados a impedir temporalmente que los usuarios retiren sus fondos, en un remedo zafio de los corralitos bancarios que se veían por televisión de cuando en cuando. El valor de mercado de la suma de todos los criptoactivos se ha reducido en más de dos tercios desde noviembre, y existe el riesgo de que la imposibilidad de responder a los margin calls hunda aún más el valor de estas monedas. Huelga decir que las previsiones de futuro no son optimistas.
Pero, si dejamos al margen el impacto que este invierno está teniendo sobre los ahorros de millones de pequeños inversores, quizá el golpe más formidable esté siendo constatar cómo, a pesar de lo que argumentaban numerosas voces, este tipo de activos no pueden abstraerse de las dinámicas que llevan siglos operando en los mercados financieros.
En primer lugar, una idea central desde que Bitcoin comenzó a ganar notoriedad a principios de la pasada década es que este tipo de activos no dependen de las decisiones de los bancos centrales, y podrían funcionar como un valor refugio equiparable al oro en tiempos de zozobra. Lamentablemente, no ha sido así: las subidas de tipos de las últimas semanas han sido precisamente las que han terminado por darle la puntilla al sector. Las criptomonedas también cabalgaban los tipos bajos, como cualquier otro activo.
El argumento de que su uso favorecería una mayor descentralización de la economía, reduciendo el poder exorbitante del que disfrutan los bancos centrales, la banca comercial y los mercados bursátiles tampoco ha salido bien parado. El fuerte crecimiento del sector ha terminado por provocar que algunas empresas que operan en él disfruten de unas cuotas de poder inimaginables en cualquier otro mercado, hasta el punto de poder bloquear las retiradas de fondos a voluntad.
Y, por último, otra idea muy ligada con lo anterior era que una moneda digital no iba a necesitar el respaldo que aportan los bancos centrales. Hemos visto estas semanas cómo algunas figuras que se hicieron ricas con las criptomonedas están teniendo que dedicar parte de su fortuna personal a rescatar algunas de ellas (intentando que recuperen su valor), en lo que supone de algún modo la aceptación de que un respaldo más allá de la utilidad que las divisas puedan aportar o de su mero valor especulativo es necesario. Sin embargo, este tipo de soluciones tienen las patas muy cortas: siempre podrá haber una crisis lo suficientemente grande como para que la capacidad de un inversor concreto de inyectar fondos no baste, por muy rico que sea. Es ahí donde el respaldo incondicional que solo puede aportar un Estado es decisivo, y es ahí donde reside la verdadera fortaleza del dinero fiduciario. Esta crisis está enseñando (a quien no haya querido verlo antes) cómo la valiosa tecnología utilizada por las criptomonedas no es suficiente por sí misma para eximirlas de tener un respaldo que, hoy por hoy, solo puede dar un Estado soberano.
Cuando se estudie lo que se ha vivido en el universo cripto durante las últimas semanas habrá que recurrir a dos curvas para explicar el fenómeno: una descendente (la de la capitalización de los criptoactivos) y otra ascendente (la de aprendizaje).
Pero yerra quien piense que esta crisis ha de suponer necesariamente el final del sector cripto. Y por ello es fundamental que el Parlamento, el Consejo y la Comisión Europea hayan alcanzado la pasada semana un acuerdo para regular por vez primera este tipo de activos, a pesar de la aparente paradoja de que el acuerdo se produzca cuando más cuestionados se hallan estos últimos. Sin embargo, los eventos de los últimos meses han puesto de relieve hasta qué punto este sector puede afectar a la estabilidad financiera, y por qué es fundamental que la legislación que pronto entrará en vigor dé respuesta a los desafíos que hoy se nos plantean.
El texto acordado por las instituciones europeas introducirá definiciones y una clasificación de los distintos tipos de criptoactivos para toda la Unión Europea, e impondrá obligaciones para los emisores de este tipo de activos, los centros de negociación y los monederos digitales. Los nuevos requisitos y obligaciones de información contribuirán a proteger a los consumidores, y ayudarán decisivamente a garantizar una mayor estabilidad financiera.
De igual forma, el control existente sobre las transferencias de activos convencionales se extenderá también al mundo cripto con el objetivo de evitar que bajo esta nueva tecnología se cobijen defraudadores y criminales. Esta reforma es particularmente oportuna, dado que dificultará igualmente que estos activos se utilicen para eludir las sanciones impuestas sobre Rusia con motivo de la invasión de Ucrania.
¿Hubiera sido el invierno cripto diferente de haber estado la nueva normativa en vigor? Es muy probable. Un buen ejemplo de ello es el tratamiento de las conocidas como stablecoins, criptomonedas diseñadas con el objetivo de que su precio no oscile, y que por ello hacen de puente entre las divisas convencionales y las criptomonedas más volátiles. Con la nueva norma, los emisores de stablecoins tendrán que provisionar suficientes reservas para garantizar que puedan mantener su valor en cualquier circunstancia y pasarán a estar supervisadas a nivel europeo, generando así confianza en los inversores. De esta forma, será más difícil que se produzca un colapso en el valor de una stablecoin por dudas respecto a su respaldo real, que fue de hecho la causa primigenia del hundimiento de Terra hace tan solo unas semanas.
No resulta sencillo predecir qué deparará el futuro. Quizá, como sucedió con la burbuja de las puntocom, lo que estemos viviendo sea una crisis momentánea en un sector que ha vivido un crecimiento explosivo, y Bitcoin acabe siendo para el dinero digital lo que Yahoo! fue para los gigantes tecnológicos. Es muy posible, en definitiva, que quienes saludan cada desplome en el valor de los criptoactivos como el final de estas monedas privadas estén equivocados, y que lo que veamos a partir de ahora sea una mutación de los productos ofertados y del uso que se hace de ellos. Pero también es posible que un mayor control sobre las actividades de blanqueo y la desaparición de las perspectivas de dinero fácil empequeñezcan al sector hasta extremos insospechados.
Lo que está claro, en cualquier caso, es que los aportes tecnológicos que estos activos han traído consigo han venido para quedarse, toda vez que los bancos centrales preparan sus propias monedas digitales. El exceso de adanismo de ciertos charlatanes que profetizaron el final del dinero fiat y la obsolescencia de los bancos centrales no debe impedir que se aprecien las innovaciones tecnológicas (como los sistemas de verificación de transacciones y la inmediatez en los pagos) que las criptomonedas han traído consigo, ni el valor que unos activos bien supervisados podrían aportar a los mercados financieros.
Por eso es necesario regular este sector, y garantizar así que los criptoactivos sean instrumentos seguros y sujetos a una supervisión eficaz. El atractivo de estos activos y el carisma de su retórica outsider es innegable, pero ello no puede suponer en ningún caso un menoscabo en la protección de los ahorros de millones de pequeños inversores. Por eso, después de casi 10 años de debate y desenfreno, toca celebrar que las instituciones se hayan decidido a ponerle por fin el cascabel al criptogato.
Arman Basurto es jurista y autor de ¿Quién hablará en europeo? (Clave Intelectual, 2021).