“Póntela, pónsela”

Cuando yo tenía solo diez años los adolescentes de España gritaban el “póntelo, pónselo”. Lo que había que ponerse entonces era el condón. El sida cambió la intimidad para siempre y una generación tuvo que aprender a disfrutar del sexo con el miedo al contagio primero y la seguridad necesaria después. En este momento el lema vuelve a estar claro: “póntela, pónsela”. La mascarilla, digo. Un lema que debería llegar para quedarse largo tiempo y para ser tan interiorizado por todos como el preservativo en su día.

Y muy especialmente, igual que entonces, por los jóvenes. Sí, me refiero a todos los que tenemos encerrados en casa de sus añosos padres —en España la independencia no llega hasta los 29 años de media, según Eurostat—, con las hormonas a punto y más ganas de tocar, besar y follar que nunca en la vida. Por fortuna, la mayoría ya pueden hacerlo en la otra desescalada. Fase 1: pandilla, besos, caricias, sexo. Lo malo es que nadie les está educando para que lo hagan distinto. Eso a pesar de que su intimidad debe cambiar de forma urgente entre ellos o todo este encierro no habrá servido para nada. Igual que con el sida, la comunicación al respecto salvará vidas. En este contexto, ¿alguien ha visto una campaña dirigida a nuestros jóvenes? ¿Alguien les ha dicho que se acabó besar con lengua por una temporada? ¿Alguien está explicando las mejores posturas para no contagiar en la cama?

Al contrario, el Gobierno ha dedicado más esfuerzos a menospreciar las mascarillas que a recomendar su uso. Así que de follar ni hablamos. Por marciano que parezca Sanidad llegó a tacharlas en un momento dado de “contraproducentes”. Pero vale, todo era nuevo al principio. Y además no había. Lo inaceptable es que, a estas alturas, cuando todos los estudios demuestran que reducen de forma objetiva el contagio, nos venga Pedro Simón a explicar que no pueden ser obligatorias porque hay gente fónica y con problemas respiratorios. Venga ya, como si la norma se creara para la excepción. Es una torpeza inexplicable y dado su alcance imperdonable.

Es verdad que con todos encerrados, regular el uso de la mascarilla importaba poco. Además, la población vulnerable se ha informado muy por encima de los comunicados oficiales. Es raro encontrarse con alguien de más de cincuenta que no tenga un máster autodidacta en covid-19. Así que, a partir de esa edad, no importa lo que les digan, ellos saben lo que van a hacer. Con más de 60 distinguen una mascarilla quirúrgica de una FFP2 a primera vista y no se acercan a nadie que lleve la cara descubierta. Y por encima de 70 la mayoría no piensan salir de casa hasta que haya vacuna. El acojone es directamente proporcional a la edad igual que lo son las medidas de prevención. Ahora bien, ¿qué más da que los viejos se la cojan con papel de fumar si los jóvenes van a por todas? No controlar a los jóvenes en un país como el nuestro, donde la mayoría viven con sus mayores, es un suicidio.

Y yo me pregunto: ¿hace cuánto que no se besan con lengua las personas que nos gobiernan? ¿Hace cuánto que no salen por la noche? ¿En qué mundo viven? ¿Saben lo que pasa cuando alguien de 25 años hace match en Tinder? Una vez empiece la desescalada, los viejos dependerán cada vez más del comportamiento de los jóvenes. Por eso me esperaba ciudades cubiertas de publicidad pro mascarilla, sexólogos explicando por qué hay que saltarse los besos en esta etapa, información especializada y esencial para construir una nueva intimidad… Nada de eso. La información sobre la covid-19 destinada a los jóvenes se ha articulado en torno a tres ideas fuerza: que son invulnerables, que tienen más difícil que nunca encontrar trabajo y que ya es verano.

Los viejos han disparado la audiencia de todos los periódicos de este país, mientras los jóvenes han hecho que durante el confinamiento aumenten un 30% las conversaciones en Tinder. ¿Se imaginan la de citas pendientes que esperan ahí fuera? ¿Y qué hemos pedido a todo ese grupo de invulnerables hormonas de entre 18 y 30 años? Pues que se junten de diez en diez y no se molesten en llevar mascarilla. ¿En serio? Solo ha faltado recomendar compartir la botella de birra. Luego nos echaremos las manos a la cabeza cuando se salten las normas siempre que puedan. Y algunos dirán: qué mal está la juventud. Qué injusticia. Nuestros jóvenes solo necesitan que se les preste la atención política, en este caso y en muchos otros. Pero claro, la mayoría no votan o votan poco, no son clientes de esta democracia. El problema es que esta vez no pensar en ellos tendrá consecuencias letales para sus padres y abuelos.

De momento, la saliva ya ha empezado a viajar apasionadamente de boca en boca y pronto regresará para besar a padres y abuelos desde los mismos labios. Eso sí, todo cumpliendo rigurosamente las recomendaciones de Sanidad. Urge concienciar a toda la población de la importancia del uso de las mascarillas. Hacerlas obligatorias cuanto antes en espacios públicos y comenzar una pedagogía de su uso en la intimidad. Si aprendimos a hacerlo siempre con condón, lo de la mascarilla debería ser más fácil. Y hasta más sexy. “Póntela, pónsela”. Digan lo que digan, no queda otra.

Nuria Labari

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