Populismo como animal de compañía

En este mundo complejo triunfan los simplificadores. Ante un público desconcertado por múltiples crisis globales, aportan respuestas rotundas y claros culpables a sus problemas. Trump en Estados Unidos es el último en llegar. Esperemos que los demócratas no se inspiren en este lado del Atlántico para combatir su ascenso. Los europeos, tras años de convivencia con populistas, hemos pasado de menospreciarlos a imitar su lenguaje y sus políticas. Los herederos de la historia más negra de este continente ganan la partida sin siquiera tener que ganar en las urnas.

Igual que Trump reclama a los mexicanos que levanten un gran muro que no les permita cruzar al 'Dorado', los líderes europeos han pedido a Turquía, a cambio de desembolsar 6.000 millones de euros y viajar próximamente sin visado por la zona Schengen, que se haga cargo de miles de refugiados, aunque estos ya hayan tocado tierra europea. Si Aylan, el niño sirio ahogado hace meses en las orillas de Turquía, llegase hoy a las costas griegas, la Unión lo pondría en manos de Ankara, un gobierno envuelto en una espiral represora. Infame 'realpolitik' que no evitará que los sirios y tantos otros, desesperados, inventen otras rutas de entrada a Europa.

El estado de abandono de los refugiados en las puertas de Macedonia, con niños chapoteando en el barro helado, son imágenes que debieran pertenecer a otra época. La vergüenza de Idomeni nos acompañará durante décadas.Han vencido las tesis de los más reaccionarios populistas del centro de Europa, tras meses levantando alambradas y utilizando un lenguaje belicoso con los refugiados.

Cuando Viktor Orbán inundó las calles de Budapest con mensajes racistas en húngaro supuestamente dirigidos a los inmigrantes pidiendo que se marcharan, parecía un díscolo perturbado. Hoy es un influyente inspirador de políticas que chirrían con el oasis de paz y de respeto a los derechos humanos que ha sido desde su fundación la Unión Europea.

Hace meses Merkel propició un golpe moral sobre la mesa al anunciar que daría asilo a todos los sirios que llegasen a Alemania. Ahora recula -y patrocina el pacto con Turquía- ante la ola xenófoba que vive en su propia casa. Frauke Petry, la joven líder de Alternativa por Alemania, ha llegado a afirmar que deberían utilizarse armas de fuego contra los refugiados que se asomen a la frontera. Ella y tantos otros en el este de Alemania han olvidado rápido que un día fueron ellos el blanco de los disparos cuando buscaban la libertad tratando de saltar el muro.

El Parlamento danés decidió hace semanas que se incauten los bienes de valor a los refugiados para sufragar su estancia. Hollande quiere aprobar en Francia una modificación de la Constitución para que los condenados por terrorismo sean desposeídos de la nacionalidad francesa. Ambas medidas se parecen en algo: son fuegos de artificio para mostrar dureza sin resolver los problemas de fondo. Ni los refugiados dejarán de ir a Dinamarca porque les requisen sus escasas joyas -por no hablar del ínfimo impacto recaudatorio para el estado-, ni los terroristas dejarán de matar en las calles de París porque su patria les retire el pasaporte. Eso sí, el tablero político se desplaza hacia el campo de los xenófobos, un paso más cerca de la victoria (el Partido Popular Danés fue segundo en las últimas elecciones y Marine Le Pen es primera o segunda en algunas encuestas).

«La realidad es una cosa y la percepción de la gente es realidad política». Con este juego de palabras me trataba de explicar hace poco Richard Corbett, eurodiputado laborista británico, la razón por la que el primer ministro David Cameron ha convertido en obsesión su discurso contra la inmigración. Sin haber presentado informe alguno que pruebe que los europeos viviendo en Reino Unido supongan una carga para las finanzas públicas, Cameron, acosado por el ascenso del xenófobo Nigel Farage, ha logrado lo que hace años hubiera parecido imposible: erosionar la libertad de circulación de trabajadores y el principio de no discriminación en Europa.

Si los británicos deciden en referéndum quedarse en la UE el próximo 23 de junio, el gobierno podrá discriminar a los trabajadores no británicos limitando su acceso a los beneficios sociales. Es decir, algunos cobrarán más o menos en función del color del pasaporte. Cameron ha logrado la luz verde de los líderes europeos al margen de que quienes abusan del sistema son una gran minoría, como ha revelado recientemente 'The Guardian'. El 85% de las denuncias por abuso de las ayudas públicas de los últimos cinco años han resultado ser falsas. Pero, tomemos nota, poco importa la realidad y sus datos en esta Europa populista.

Carlos Carnicero Urabayen, analista político.

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