Populismo contra los intereses populares

El último Primero de Mayo, bajo una pancarta en la que se leía “No a Bruselas, sí a Francia”, Marine Le Pen dijo ante miles de partidarios, y de millones a través de unos medios de comunicación embelesados, que el “deber de los patriotas” era detener a los “sepultureros” de la Unión Europea. Instó a los votantes a “causar una conmoción” eligiendo su Frente Nacional en las elecciones europeas de este fin de semana. La victoria de Le Pen, que la situaría en cabeza para las siguientes elecciones presidenciales francesas, es factible. Los populismos antieuropeos avanzan a marchas forzadas no sólo en Francia; también en Reino Unido, Holanda, Grecia, Austria, Finlandia e incluso Alemania.

En medio de un auténtico frenesí mediático, escuchamos con absoluta claridad a los populistas y sus críticas. Ha llegado el momento de que alguien defienda el proyecto europeo. Así que planteemos alto y claro nuestro razonamiento: la mejor manera de avanzar hacia la libertad y la prosperidad, y de tener influencia en el mundo, es contar con una Europa fuerte, cada vez más federal.

La interconexión es una realidad, no una elección. En nuestra globalizada época, la regulación nacional es mucho menos eficaz que la continental, que protege a los consumidores de los monopolios y las prácticas injustas. En la actualidad, la UE puede regular sobre entornos imperfectos, que van desde la energía hasta las tarifas de roaming, con más eficacia de la que nunca pudieron tener los organismos nacionales.

En los mercados financieros, la UE ha estado en vanguardia de mejoras reguladoras conducentes a impedir otra crisis: con medidas que van desde el establecimiento de límites a las primas hasta la unión bancaria promovida por el Banco Central Europeo, estamos construyendo un sistema bancario más flexible, que proteja tanto a los ahorradores como a los contribuyentes.

Por otra parte, el mercado único europeo es el logro principal de una Unión que ha mejorado el nivel de vida de los ciudadanos de todos los Estados miembros. En la actualidad supone un importante incentivo para la ayuda mutua entre los países de la Unión, algo que ha confirmado la crisis financiera.

Los europopulistas temen a los mercados. Francia viene perdiendo peso exportador frente a Alemania y España, pero eso es algo que nada tiene que ver con el valor del euro. Solo con el propio proteccionismo francés. El enemigo no es Bruselas, sino los arraigados grupos de interés nacionales, que bloquean todas las reformas necesarias para conseguir la sostenibilidad de los Estados de bienestar.

Después de los dolorosos pero necesarios ajustes realizados en Grecia, Portugal y España, avalados por una Europa que prestó su apoyo cuando los mercados estaban cerrados para esos países, las perspectivas de la periferia son ahora más optimistas. A pesar de la creación y el estallido de una gigantesca burbuja inmobiliaria, España ya está creciendo con más rapidez que Francia. Y lo mismo ocurrirá con Portugal y Grecia. Estos dos países y España entraron en Europa para poder pasar de dictaduras autocráticas a democracias que funcionaran.

La gestión de la crisis europea no ha sido en absoluto perfecta, pero la alternativa de salir del euro suponía convertir en parias a los países de la periferia, conduciéndolos de nuevo por la senda de la inflación y las devaluaciones constantes. Es la senda que conduce a Venezuela. Aunque los populistas critican las reformas encaminadas a hacer más sostenibles nuestros Estados de bienestar, no han logrado articular alternativas para países como Grecia y Portugal.

Por si se nos olvida: esta Unión protege y fomenta la democracia, que ha ayudado a consolidar desde Lisboa hasta Vilna. Además, la propia UE se está volviendo más democrática en el nivel supranacional, con un Parlamento que cada vez se parece más a una Cámara de Representantes con competencias y realmente representativa. La democracia radica en la promesa de más Europa, no menos.

Sin embargo, las instituciones no son representativas en todo el continente, sobre todo en aquellos países que los populistas querrían imitar. Deseosos de librarse precisamente de la Alianza Atlántica que garantizó la reconstrucción y la integración de la posguerra, los populistas admiran a un Gobierno ruso cada vez más autoritario, corrupto y socialmente regresivo. En una época de desempleo y de crisis sin precedentes, es fácil señalar a los emigrantes. Pero, en un continente de emigrantes, no nos olvidemos de que la inmigración enriquece económica y culturalmente a nuestras sociedades. Los Estados miembros pueden y deben conservar el derecho a decidir quién accede a sus sistemas de bienestar, pero la libertad de movimientos dentro de la Unión no es un ideal negociable, ya que en él radica nuestra identidad, cada vez más compartida.

La gran paradoja es que las soluciones que el populismo propugna irán en contra de los intereses de nuestras sociedades, conduciéndonos a una Europa más pobre, más débil y menos libre. Podemos ser autocomplacientes, pero en la plaza de Maidán los ucranios vertieron realmente su sangre por las mismas libertades por las que murieron los húngaros en 1956. Europa encarna esas libertades. Nuestra Unión es una realidad por la que vale la pena luchar: garante de la paz y los derechos humanos, es la mejor fuente de oportunidades económicas y la que nos otorga peso en el mundo. Este fin de semana, el día 25 de mayo, defendámosla.

Nicolas Berggruen es presidente del Instituto Berggruen para la Gobernanza y Pierpaolo Barbieri es asesor del Consejo sobre el Futuro de Europa de ese instituto, presidido por el ex primer ministro italiano Mario Monti. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.

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