Populismo español ante la guerra

David Runciman dedica el primer capítulo de Así termina la democracia (2018) a presentar a Trump como epítome del populismo. Recordando su estupefacción al seguir la retransmisión de la investidura de Trump en un aula de su universidad, el catedrático de Cambridge no escatima denuestos contra el entonces presidente norteamericano, al que acusa de «burlarse» del sistema político y a quien tacha de «populista» recordando que el Partido Demócrata cuestionó su «legitimidad» política. A ese capítulo precede un prefacio titulado Pensar lo impensable, donde se auguraba que la radicalización política no llevaría a una crisis política similar a la de los años 30. Hoy sabemos que Trump no pasó de ser un inocuo accidente de la Historia. Como también sabemos que aquello que Runciman creía impensable era bicoca comparado con lo que se fraguaba en Rusia.

Populismo español ante la guerraErró mi admirado Runciman, como erraron tantos otros en sus cantinelas contra Trump y el Brexit. La democracia ha terminado en Ucrania, por obra de un populismo autocrático y totalitario, heredero del bolchevismo; un populismo investido de paladín antifascista y de salvador del pueblo al que está aniquilando. Disfrazado de campeador de la libertad, Putin nos ratifica que el comunismo no existe: no es más que una utopía mal traída para que un sátrapa y su séquito vivan a expensas del pueblo al que dicen proteger mientras lo sojuzgan empobreciéndolo, encarcelándolo y exterminándolo. Nada de esto pensó Runciman cuando pensaba lo impensable.

La invasión rusa de Ucrania ha retratado a lo peor del populismo occidental. En la primera semana del ataque putinista a Ucrania, en Gran Bretaña once diputados laboristas firmaron un documento de apoyo a Rusia. En cuestión de horas, Keir Starmer, como líder del Partido Laborista, les conminó a retractarse y estos obedecieron ipso facto. En España el populismo ya estaba retratado desde hacía tiempo. Y, aun así, no ceja en declarar y en hacer lo impensable.

Impensable era que nadie enarbolaría la bandera del pacifismo para reprobar el envío de armas destinadas a la defensa de un país que arrasan bombas y misiles causando miles de muertes. Como impensable era que el Gobierno titubease e incluso le bailase el agua a sus ministros pacifistas hasta que vio que se quedaba solo en la Unión Europea. Menos sorprende que el comunismo español de calle, tan combativo siempre contra los EEUU, guarde silencio ante el putinismo. Impensable sería que la cuadrilla de la ceja entonase ahora el «No a la guerra», que Bardem, Almodóvar y compañía se hubiesen subido el pasado 12 de febrero al escenario de los Premios Goya para reprobar lo que ya se temía: una guerra exterminadora de la libertad de un pueblo que sufrió el comunismo y quiere ser una democracia liberal. En España el mal llamado mundo de la cultura es -además de soez e inculto- politiquero y populista, comunistoide y rancio.

Con todo, el colmo del populismo lo ha dado uno de los diarios españoles de mayor tirada. En un editorial publicado cuando el Gobierno aún recelaba de enviar armas a Ucrania, se comparaba la invasión de Ucrania con la Guerra Civil española. Según ese periódico, España debe contribuir a armar al ejército ucraniano y no dejar a Ucrania indefensa, como Francia y Gran Bretaña dejaron a la II República en 1936. La comparación es tan peregrina como indignante. Francia desistió de luchar del lado republicano cuando Gran Bretaña negó su apoyo a la II República. Y Gran Bretaña procedió de ese modo por una razón bien simple: porque la República había ido imponiendo un régimen comunista en España, un régimen contraliberal y totalitario, que igual decretaba una reforma agraria para expropiar la propiedad privada como proscribía la libertad religiosa, que amenazaba fanfarrón con convertir España en un estado bolchevizado. Y esa es la razón por la que la Unión Soviética fue el único estado extranjero que luchó del lado de la II República. Para la historia ha quedado esa fotografía de la Puerta de Alcalá en el Madrid republicano de la Guerra Civil, con una pancarta donde se lee «VIVA LA U.R.S.S». y los retratos de Stalin y otros dos gerifaltes bolcheviques. O la foto de Lenin, de 12 metros de altura, que plantaron en la glorieta de Bilbao. Anécdotas del celo bolchevique de aquellos comunistas, tan democráticos ellos según la memoria histórica.

El enemigo de Ucrania hoy es el mismo que el único aliado y padrino de la II República: el comunismo soviético. La joven democracia ucraniana se enfrenta al comunismo que pretende esclavizarla con la excusa de librarla del fascismo. Y en España, la feroz devastación de un país como Ucrania, de cuarenta millones de personas, se toma para seguir erre que erre con la misma cantinela: esa memoria pseudohistórica y antidemocrática ensalzadora del comunismo. Ese es el populismo español de hoy: no a las guerras que empiezan los Estados Unidos y silencio ante la guerra antifascista de Putin para, según él, restaurar el honor de la Rusia soviética humillada por Occidente. Y, para colmo, nos equiparan a Ucrania en su heroica lucha por la democracia con aquella República española cuyos antifascistas clamaban por una revolución marxista.

Y, por si fuese poco, se exige al PP que aplique a la extrema derecha un «cordón sanitario» (la expresión, de manida, cansa y hastía). ¿Cuándo va el PSOE a aislar a la extrema izquierda? Para ser socialdemócrata no basta con publicar un articulito en coautoría con la primera ministra danesa, quien, por cierto, ha impuesto unas medidas contra la inmigración que hacen palidecer a las de Vox. Socialdemócratas son quienes rechazan el marxismo y la lucha de clases, como hizo el PSOE de 1979, no quienes gobiernan con los panegiristas del comunismo y les ríen las gracias. Desde el vídeo del dóberman en 1996, el único argumento político del PSOE consiste en salvar a España de una inexistente ultraderecha. Y mientras ponen el grito en el cielo por lo fascistas que son Vox y el PP, el presente y el futuro de España lo dictan los diputados de Bildu, ERC y Podemos.

El mayor daño que el populismo inflige a España, a cada uno de nosotros, no consiste en el desatino de las políticas de algunos ministros ni en el ridículo que hacen en el extranjero. Ni en que ocupen ministerios personas sin mérito ni capacidad para gestionar fondos públicos sin querer discernir el verdadero interés general. La auténtica tragedia de España reside en la tensión radicalizadora que ejercen sobre el PSOE. En lugar de emplazar al PP a apestar a Vox, el PSOE debiese renunciar a depender de comunistas y secesionistas cuya incompetencia gestora y radicalismo político demuestran cada dos por tres. El PSOE -como el gran partido que siempre ha sido- debe gravitar al centro político y allí encontrarse con el PP para formar lo que en otra ocasión llamé un bloque liberal, independiente de populismos.

Escribía Juan Pablo II en Memoria e identidad que Dios envió el comunismo a Polonia porque la fortaleza espiritual del pueblo polaco lo derrotaría. Los valerosos ucranianos, que sufrieron el comunismo durante la era soviética, luchan contra Rusia porque prefieren morir a volver a vivir bajo el comunismo. Su valor innato se extrema ante el temor al peor de los regímenes. Y, mientras tanto, en España el objeto primero de la política depende de aplicar cordones sanitarios a Vox para preservar una democracia cogobernada por quienes se declaran enemigos de la Constitución y detractan los principios definidores de una democracia, desde la prensa libre a la independencia del poder judicial. El comunismo español, tan amigo de Venezuela y Cuba, no hace ni guerras ni revoluciones atemporales en España. Limita y coarta nuestras libertades hasta donde alcanza. Así es como, dicho en la expresión de Runciman, termina la democracia española.

J. A. Garrido Ardila es miembro numerario de la Royal Historical Society y catedrático del Consejo General de la University of Edinburgh.

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