Populismos y Estado de Derecho

Lo característico de los populismos es que apelan a una nueva legitimidad frente a la legalidad establecida. La apelación directa al «pueblo» no oculta que quienes toman las decisiones finalmente son los propios dirigentes convertidos en una «vanguardia» de ese «pueblo» que necesita ser conducido hacia la tierra de promisión que se ofrece. Para llegar a ese fin, todos los medios son útiles. El fin de la consecución del nuevo Edén justifica todos los instrumentos que se utilicen para alcanzarlo. De esta manera, la política se convierte en una pura táctica de obtención del poder. La implantación de la «verdadera democracia» parece entonces justificar cualquier alianza, cualquier compañero de viaje que sea útil temporalmente, la retórica de la «transversalidad», y, sobre todo, una moderación aparente. En ese camino, la ley o la democracia representativa son carcasas, formas exteriores que ya no responden a la nueva voluntad del pueblo, a la nueva legitimidad, mucho más poderosa que cualquier texto legal escrito en papel.

Populismos y Estado de Derecho¿Es el populismo de Podemos una amenaza para el Estado de Derecho? ¿Muestran las frases repetidas de desobediencia a la legalidad a la hora de hacerse con el poder en los nuevos ayuntamientos una ideología y una estrategia de fondo? ¿Son Podemos y sus demás franquicias una alternativa revolucionaria y antisistema, o el hecho de que hayan entrado en las instituciones supone implícitamente que antes o después acabarán asumiendo las formas y el sentido de la democracia representativa? ¿Son Pablo Iglesias y Podemos lobos disfrazados de corderos, o jóvenes izquierdistas radicales que evolucionarán según vayan responsabilizándose de tareas de gobierno y de gestión, como hicieron por ejemplo en su día los jóvenes izquierdistas del PSOE?

En su tiempo, la crítica de Ortega y Gasset estaba dirigida contra los que promocionaban o practicaban sin escrúpulo lo que él llamaba la «acción directa». Según Ortega, el mayor peligro que se cernía sobre la libertad en los años veinte y treinta era la de unas masas desbordadas por su propio impulso antielitista, incapaces de valorar la ley, los procedimientos legales y el parlamento más que como reliquias del pasado, viejos tótems considerados insensibles ante la realidad de una dinámica social que necesariamente jugaba en su contra.

No es extraño que los referentes de Pablo Iglesias, el líder de Podemos, sean Maquiavelo, Lenin o Gramsci. Alguien que afirma, como Iglesias, que «las razones sin fuerza no son nada» o que «el derecho no es más que la voluntad política de los vencedores» muestra que su concepción del Estado de Derecho es de cuanto menos de dudosa filiación, basado en la idea de que la ley es sólo un instrumento de dominación de las élites, del que se puede prescindir ante las perentoriedades de la «lucha por la hegemonía».

No cabe duda de que los dirigentes de Podemos y sus franquicias utilizan hoy la ambigüedad como estrategia política. A un lado, un conjunto de textos, escritos y declaraciones hechas públicas y repetidas a lo largo de los años en donde se enfatiza que el objetivo es «llegar al poder y cambiar de verdad las cosas», «supeditar la ética a los resultados y los medios a los fines», pues «el mejor indicador del éxito político es la capacidad de crear contradicciones en el adversario». Y de otro lado, un hipertacticismo que prima la idea de la transversalidad, la regeneración democrática, la «nueva» contra la «vieja» política, y la lucha contra la desigualdad. Es la flexibilidad táctica que Iglesias valora en el Lenin que escribiera poco antes de que tuviera lugar el II Congreso de la Internacional Comunista en 1920 una obra de referencia del movimiento comunista: «La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo».

Podemos intenta desbordar el marco tradicional en el que se ejerce la política en nuestras sociedades. De la competición política entre izquierda y derecha al arriba-abajo. Después del fracaso que supuso la presentación del programa económico, en el que se reflejaba todo lo que la izquierda anticapitalista querría hacer si no existieran ni el euro ni los mercados de capitales, en unas pocas semanas el corazón de la campaña se desplazaba de nuevo hacia el eje nacional-popular. Se trata de recuperar la «soberanía del pueblo» frente a los poderes establecidos, frente al régimen del 78 instaurado por la demonizada Transición. El núcleo de la nueva legitimidad no ha dejado de ser resaltado: es la lucha palmo a palmo contra los banqueros y las élites, los ricos y la «casta». El propio Pablo Iglesias ve expresada esa nueva legitimidad en «la legitimidad de la desobediencia y los escraches».

La palabra «casta», que ya había sido puesta en circulación durante la Revolución Francesa, desplegó toda su virulencia estigmatizadora durante los años veinte en Alemania. Durante esos años die Kaste –como también el epíteto «bonzos» ( die Bonzen)– fue utilizado con profusión por los extremistas de izquierda y de derecha para desmantelar el régimen parlamentario de Weimar. La permanente propaganda y las caricaturas e imágenes satíricas, en periódicos y revistas, en el cine y en los carteles, de los orondos y bien alimentados bonzos apropiándose de los últimos ahorros de los más débiles y vulnerables, en compañía de los corruptos políticos que daban cobertura legal de sus artimañas, tuvo un profundo efecto de desafección y rechazo de la República de Weimar. El extremismo, alentado inicialmente por los buenos deseos de limpieza y regeneración y alimentado posteriormente por el revanchismo y la voluntad de poder, hizo imposible la pervivencia del Estado de Derecho que, con tanto trabajo, Weimar había conseguido establecer.

Resultaría muy fácil, casi banal, decir que con estas llamadas de atención lo que se pretende es levantar las sombras del miedo. Más bien de lo que se trata es de analizar con rigor y circunscribiéndonos a los hechos el gran desafío que los populismos suponen a la estabilidad política y económica y a la prosperidad de nuestro país. Parafraseando al gran Alexis de Tocqueville, «la libertad se conquista siempre, se conquista con esfuerzo, se conquista con la palabra y la acción».

José María Beneyto, catedrático de Derecho y diputado del Partido Popular.

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