Populistas incorrectos

Una característica fundamental del populismo es el rechazo a la corrección política. De Donald Trump a Marine Le Pen o Nigel Farage, los líderes populistas utilizan un lenguaje que busca romper los tabúes, que dice las cosas “como son” y utiliza significantes vacíos como el “sentido común”. La incorrección política sirve al populista para justificar su retórica divisiva y polarizadora: Donald Trump nunca aceptaría que sus discursos son racistas, para él son solo políticamente incorrectos. Sus seguidores aprecian su autenticidad, su aparente valentía a la hora de decir lo que, según ellos, todos piensan pero no se atreven a decir. Creen que hay una dictadura del “buenismo” y el pensamiento bienintencionado que les impide decir lo que consideran verdad, y que pone en peligro sus libertades.

Es una preocupación muy estadounidense, y forma parte de una cultura muy arraigada de la libertad de expresión. Muchos ciudadanos de Estados Unidos sienten que no solo les han arrebatado el país y frustrado sus esperanzas, sino que también las élites les han impedido quejarse de ello. Su rechazo a la corrección política es un rechazo al lenguaje que utilizan las élites para ocultar la verdad, es una manera simbólica de luchar contra el establishment. Los votantes de Trump ven su retórica incendiaria más como una expresión de integridad y sinceridad, y un rechazo al lenguaje mojigato y excesivamente calculado de los políticos de carrera, que como una muestra de racismo, machismo y mala educación. También sirve a Trump para protegerse de sus críticos. No es posible realizar una rendición de cuentas, porque es todo superficie y discurso: lo importante de Trump no es lo que dice, sino su show políticamente incorrecto. En la era de la política posfactual, en la que Trump es el rey, lo verdaderamente importante es la apariencia de autenticidad. Ninguno de sus votantes cree que vaya a construir un muro con México; les basta solo con que se atreva a proponerlo.

En Europa, el Brexit ha movilizado a un electorado similar al que apoya a Trump: población blanca, perdedora de la globalización, generalmente rural y sin estudios, y xenófoba. Su rechazo al establishment, como en el caso de Trump, es más cultural que económico: los brexiters han votado una actitud, una postura crítica con la corrección política de Westminster. La campaña por el Leave de líderes como Boris Johnson, Michael Gove o Nigel Farage ha sido nacionalista y ha estado llena de mentiras y tergiversaciones camufladas tras un supuesto “hablar claro”. Después de su victoria, que ha polarizado profundamente a la sociedad británica, Johnson y Farage se han retirado de la primera línea política: ninguno quiere ser el responsable de gestionar la decepción del Brexit.

Tras las críticas a la corrección política hay parte de razón. Aunque es una manera bienintencionada de determinar las reglas de un debate civilizado, y suele ser una defensa de la integración y el respeto de las minorías, sus excesos han puesto en peligro en ocasiones la libertad de expresión: en las universidades estadounidenses, muchos estudiantes han censurado o intentado censurar opiniones que consideran ofensivas. A veces tiene como consecuencia justo lo que busca cambiar: en nombre de las minorías y la corrección política, muchos caen en una actitud paternalista que promueve la intolerancia y desprecia el pluralismo.

La derecha ha sido la principal preocupada por la corrección política, que considera característica de una izquierda mojigata y acomplejada. Pero la incorrección política es en esencia transversal y populista. Es, en cierto modo, una negación de la política, una defensa falaz de una verdad previa a la política institucional. El populista incorrecto no busca solo rescatar a las personas del establishment, sino también recuperar el lenguaje.

Aunque los líderes de Podemos utilizan la corrección política como una manera de crear hegemonía y no perder votos de sectores estratégicos, también buscan romper tabúes y cuestionan la “corrección política” o hegemonía cultural del sistema. Errejón afirmó en una entrevista que hay puntos en común entre el patriotismo del Frente Nacional y el de Podemos, y que al decir esto estaba siendo políticamente incorrecto. Quiere “construir pueblo mediante la batalla cultural” y convertir Podemos en un “partido-movimiento” de corte nacional-popular.

En un discurso en el Congreso en la pasada legislatura, Pablo Iglesias declaró que “decir la verdad, y tener principios, se ha vuelto algo extraño”, y se ofreció como la alternativa “decente” que no tiene miedo a decir la verdad. Pareció sugerir que, hasta la llegada de Podemos al Parlamento, nadie se había atrevido a decir lo que realmente había que decir. Es una defensa de una verdad “popular”, de sentido común (que es una característica de la incorrección política), propiedad del pueblo antes de que la política se la robara, y que es necesario rescatar. Pero, como se ha visto en la campaña del Brexit y en la de Trump, para recuperar la verdad que han ocultado los poderosos, el populista incorrecto acaba siempre usando la mentira.

Ricardo Dudda es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres.

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