Por el derecho a la indiferencia

Flores y mensajes en un monumento improvisado a las víctimas de la matanza en una discoteca gay de Orlando (Estados Unidos). JOHN TAGGART (EFE)
Flores y mensajes en un monumento improvisado a las víctimas de la matanza en una discoteca gay de Orlando (Estados Unidos). JOHN TAGGART (EFE)

Cada día vamos sabiendo más detalles sobre la vida personal del asesino de la masacre en el club gay de Orlando. Omar Mateen odiaba a los gais, era una persona claramente atormentada y emocionalmente desequilibrada, como no podía ser de otra manera dada la frialdad e insensibilidad necesaria para llevar a cabo una atrocidad de tal magnitud. Sin embargo, muchas personas cercanas a él parecen señalar que era una persona muy poco religiosa. Tiene sentido. En ocasiones, el fundamentalismo religioso es la traducción de ese desequilibrio emocional, no el causante directo de dicha enajenación. Hoy es el ISIS, pero hace años habría sido una secta, el KKK o cualquier organización de supremacía blanca.

Sin embargo, muchos comentaristas y políticos se están limitando a ver los asesinatos como un crimen terrorista. Casualmente, los mismos comentaristas conservadores que presentan la masacre como un crimen motivado únicamente por sus creencias religiosas, son los que evitan explícitamente mencionar referencias a la homofobia latente del asesino mucho antes de su radicalización. Pero no nos engañemos, esto no es una cuestión limitada al Islam. Todas las instituciones y personas que fomentan discursos de odio más o menos explícito ayudan a que estos perturbados se sientan con la fuerza necesaria para cometer sus atrocidades.

Siempre habrá desequilibrados como Mateen en el mundo y siempre acabarán encontrando organizaciones a las que aferrarse para justificar su barbarie. El hecho de que personas tan perturbadas tengan fácil acceso a armas de fuego es un factor importante y una característica estadounidense que ni siquiera el presidente Obama ha conseguido frenar. Pero, ¿acaso no tenemos desequilibrados en España que desearían cometer las mismas atrocidades? Por suerte, España es uno de los países del mundo donde la homosexualidad está más socialmente aceptada. Sin embargo, una mayor visibilidad está haciendo que los más enajenados también reaccionen aquí. Por eso, las agresiones homófobas en ciudades como Madrid no han parado de aumentar en los últimos meses. Aunque sin fácil acceso a armas de fuego, en España y en otras partes del mundo también hay desequilibrados emocionales enajenados por los discursos de odio.

Los padres del asesino aseguran que el principal motivo que desencadenó toda la serie de trágicos sucesos comenzó un par de meses atrás, cuando observaba a una pareja besándose. Si Omar Mateen se enfadó tanto al ver a dos hombres besándose es seguramente por la represión que sentía hacia su propia orientación, pero si tuvo dicha reacción es porque no estaba acostumbrado a ver a parejas del mismo sexo por la calle. Independientemente de su razonamiento, lo trágico es que estas personas fueron atacadas en un lugar al que iban, precisamente, a evitar encontrarse con gente que le pudiera causar problemas como Mateen.

Históricamente, los barrios y locales gais han sido lugares donde algunas personas podían sentirse libres, reconocer y sentirse reconocidos lejos del acoso de intolerantes. En España también tenemos lugares así y jugaron un papel muy importante en su día. Pero si algo debemos aprender es que la respuesta no está en esconderse tras los muros de una falsa sensación de seguridad. Este terrible acto debería servir para darnos cuenta de que debemos salir de nuestras fronteras para que reprimidos como Omar Mateen y otros intolerantes lo vayan asumiendo.

Una ciudad verdaderamente inclusiva no necesita diferenciar entre áreas según la orientación sexual de sus ciudadanos. Pero tampoco debería ver un acto de amor, como es besar a tu pareja en la calle, como un acto revolucionario ni reivindicativo, sino como algo absolutamente común y corriente. El siguiente derecho que tenemos que conquistar es justamente ese, el derecho a la indiferencia. Algo que solo se consigue normalizando nuestra presencia más allá de los barrios o locales gais.

También es tarea de todos, independientemente de la orientación sexual, castigar socialmente los mensajes de odio que motivan a estos desequilibrados a actuar. Una mayor presión social contra los intolerantes es la única forma de asegurar que algo así no ocurra en España. Presión que hay que seguir fortaleciendo en todos los ámbitos. Ni siquiera es una cuestión de luchar únicamente contra la homofobia, sino contra la intolerancia y el abuso hacia cualquier minoría.

Hay una labor legislativa aún inconclusa que debería seguir aumentando las protecciones del colectivo LGTBI, como han hecho recientemente en Irlanda con el Gender Recognition Act. Pero es tarea de todos conseguir que un simple beso deje de ser un acto revolucionario según la zona de la ciudad en la que uno se encuentre.

Hugo Cuello es estudiante del máster en políticas públicas de la Hertie School of Governance de Berlín.

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