Por favor, no volváis a las andadas

Como científico e investigador he buscado siempre con sentido común la verdad del Universo y del hombre, así como el bien de todos; la realidad de los hechos ciertos y el amor verdadero, no la posverdad enredada e insidiosa. Tampoco he olvidado nunca el versículo bíblico que hace reflexionar al hombre: Memento homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris. Como ciudadano del mundo que aspira a ser servidor de la paz y la justicia entre los hombres, soy muy consciente de la responsabilidad que nos corresponde sobre todo a los dirigentes de los diversos campos en los difíciles y críticos momentos actuales que vive nuestra Patria. Como Quevedo en su tiempo, también de crisis, no he de callar ante las circunstancias inquietantes que amenazan de nuevo, con tozuda repetición, la unidad de España.

Hay que hablar alto y escribir claro con responsabilidad y visión de futuro. Y repetir lo mismo que desde hace tiempo viene exigiendo la historia antigua y moderna de nuestra nación y reclamando a todos los ciudadanos de buena voluntad. Desde mi apartado observatorio casero he clamado alertas desde el año 2015 en que inicié la redacción de mis Memorias Recuerdos, Realidades y Esperanzas, publicadas por la UNIA. Con este propósito escribí paralelamente una serie de cartas al ABC de Sevilla en las que abordaba estos temas. Desde entonces, más bien para mal que para bien, he sido testigo con temor de que todo se ha complicado y enconado.

Por favor, no volváis a las andadasHay algo que debe quedar claro para los españoles, incluidos más de la mitad de los catalanes y muchos europeos e hispanoamericanos: debemos seguir defendiendo los valores y conquistas de nuestra hermosa y compleja realidad histórica y la unidad de España. No se puede seguir perdiendo el tiempo en discusiones bizantinas, frenando el progreso y sofocando la alegría. ¿Tiene sentido tropezar una y otra vez en la misma piedra, acabar insensatamente con la paz y el bienestar? Hay que remover como malas hierbas a los insidiosos y racistas egoístas, a los sucesores de los señores Pujol y Mas, a los muy honorables Puigdemont y Torra, y a sus incautos seguidores. Hay que unir y no romper, amar y no odiar. España ha sido y es sólo una; y con Cataluña, pero también con Europa, Norteamérica e Iberoamérica, mucho más de lo que se puede soñar. Argumentos pocos, pero bien fundados. Sancho Panza convenció a don Quijote con sus refranes de hombre sencillo.

En contra de lo que ambiciona, Pedro Sánchez no lo tiene nada fácil, sino muy complicado por su propio infantilismo, vanidad y prisa por llegar, como fuera, a presidente del Gobierno. Vanitas vanitatum et omnia vanitas. No es un camino de rosas sino cuajado de espinas el que tiene ante sí. Él lo ha tramado y querido así, sin ganar las elecciones ni tener mayoría parlamentaria, con la ayuda de sus también oportunistas e insaciables socios independentistas antiespañoles.

La grandeza y misterios de la Creación y la evolución del hombre no tienen parangón. Para mí, la simplicidad y sabiduría de las contadísimas constantes universales son inefables. ¡Así nació y nace cada día el Universo! Hay que saber enseñar y escuchar con atención a los niños, jóvenes y mayores; sobre todo aprender de los artistas, sabios y santos.

Tras la alegría de la Pascua de Resurrección escribí un esperanzador artículo dejando constancia de la ilusión que está despertando en el mundo la JMJ 2019, para la que el Papa Francisco ha elegido con mucho acierto el lema: «He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra». Los organizadores de esta Jornada son conscientes de que la evangelización del Nuevo Mundo comenzó en Panamá con la sevillana Virgen de la Antigua, de la que fueron fieles devotos Colón y Maese Rodrigo. Los promotores de la Jornada saben bien que la Nueva Evangelización nació con el Concilio Vaticano II, que concluyó: «E l misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado».

Muchos intelectuales y gente de a pie nos preguntamos: ¿Fue verdad el milagro de la Encarnación, como lo rezamos en el Ángelus o Regina Coeli los cristianos con el Papa cada domingo? Y qué no decir de los misterios de la Resurrección, Ascensión y Pentecostés. Hay que concluir con esperanza que, si en realidad estos hechos fueron de verdad así y no bien intencionadas posverdades, toda la humanidad acabará siendo cristiana. El mundo camina firme e irreversiblemente hacia la unidad, la libertad y el progreso. Bien lo han demostrado hace unas semanas en Ginebra todas las confesiones cristianas: católica, ortodoxa, luterana, anglicana… El clamor por la unidad confesional y no confesional –humanista y científica– de todos los hombres respetando su diversidad tiende a ser universal y es ya abrumador. La unanimidad en Ciencia es apabullante. Igual cabe decir del Amor al prójimo.

El Rey Felipe VI acaba de demostrar con «otra lección de altura a pie de obra» en la entrega de los Premios Princesa de Gerona que sabe estar en los momentos difíciles; que sabe «trasmitir su compromiso con Cataluña de todos y para todos». Personalmente pude corroborar el año 1995, con motivo de la concesión de los Premios Príncipe de Asturias, su gentileza, simpatía, conocimientos y formación, y su amplia y profunda capacidad de diálogo y gestión. Dotes de hombre de bien, sabia y sólidamente formado, que todos los españoles de cualquier procedencia e ideología deberíamos valorar, respetar y agradecer.

La nación española, la antigua Hispania, que tanto alabó en su Laus Spaniae el gran arzobispo de Sevilla San Isidoro, es ahora tema de discusiones y menosprecio por algunos de sus ciudadanos. Según el sabio historiador Menéndez Pidal «el himno natalicio del pueblo hispanogodo quedó entre los connacionales del obispo hispalense como credo nacionalista profesado durante muchos siglos». Hay ocasiones en la historia en que es necesario y casi inevitable tener que tomar decisiones tajantes. Así lo hicieron Alejandro al cortar el nudo gordiano, Julio Cesar al cruzar el Rubicón, y el propio Rey Juan Carlos al tener que atajar el golpe de estado del coronel Tejero. ¡Dios quiera que a su hijo no se le presente nunca un desafío de esta naturaleza y osadía!

Manuel Losada Villasante, catedrático de Bioquímica y Premio Príncipe de Asturias.

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