Por fin la calle fue de los pueblos

Por Cristina Peri Rossi, escritora (EL MUNDO, 21/02/03):

Las manifestaciones populares del sábado 15 de febrero en numerosas ciudades del mundo, muchas de ellas en franca oposición a la actitud de sus respectivos gobiernos, no sólo han sido importantes por el número de personas que asistieron, sino porque constituyen uno de los primeros movimientos reivindicativos y de solidaridad después de la caída del muro de Berlín y de la guerra en Europa Central.

El entusiasmo de las multitudes, la coincidencia de generaciones (una pancarta blandida por un abuelo, en Sevilla, decía: «Contra la guerra estamos las tres generaciones», otra, en la misma ciudad, de un nonagenario, rezaba: «Viví la Primera, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil. No quiero otra guerra más») y el sentimiento de confraternidad eran el deseo colectivo de resolver los conflictos a través de la política, no de la guerra. En esto, todos estamos de acuerdo: la guerra es, siempre, un fracaso, aunque a veces -como en el caso de la II Guerra Mundial- sea justa, necesaria, inevitable (entonces, fue, también, tardía).

La magnitud de las manifestaciones en diversas ciudades europeas -las españolas y las inglesas, las más numerosas- no me ha causado sorpresa; sin embargo, me asalta una pregunta: ¿Cómo es posible que no se produjeran manifestaciones semejantes cuando las guerras étnicas en Centroeuropa? Es verdad que hubo algunas tibias expresiones de rechazo a la guerra de Yugoslavia, la intervención humanitaria de las ONG y envío de soldados de las Naciones Unidas (las denuncias contra los comportamientos deshonestos en muchos casos han sido archivadas. En el horror de la guerra todo pierde sentido) pero entonces, la soledad de algunos artistas e intelectuales como Susan Sontag o Juan Goytisolo en Sarajevo fue un escándalo. (Todavía hoy algunos resentidos los acusan de haber mostrado su solidaridad para salir en la foto. Olvidan que la Sontag estuvo ocho veces, permaneció meses seguidos mientras caían las bombas a su costado).

¿Es que las guerras europeas son nuestras guerras, y las otras, son guerras ajenas? ¿La confrontación en la ONU entre Europa y EEUU tiene algo de rencor, de ajuste tardío de cuentas? Hablar de la «vieja Europa», como hizo Powell, no es un insulto: Europa ha sido un concepto abstracto, un símbolo de prestigio, porque de unidad europea, nada: sólo en el siglo XX protagonizó dos terribles Guerras Mundiales, y acabó con la guerra en Yugoslavia, sin tener en cuenta la intestina que mantiene Rusia con Chechenia o esta protuberancia española, resabio de la Guerra Civil, que es el terrorismo de ETA. Y por el momento, Maastricht y el euro sólo han provocado el encarecimiento de la vida cotidiana y leyes contra la inmigración que han reforzado las fronteras. La política norteamericana en el Tercer Mundo ha sido, siempre, de una extrema crueldad, miopía y soberbia. Sin embargo, los Estados Unidos (que reinventaron la democracia antes que cualquier país europeo) han considerado a Europa como su aliada natural: su intervención fue decisiva en la Segunda Guerra Mundial, no sólo desde el punto de vista bélico, sino económico.

El «milagro italiano» y el «milagro alemán» no podrían haber existido nunca sin el plan Marshall. Y considerar que esta ayuda fue interesada, porque a EEUU le convenía una Europa Occidental fuerte frente al comunismo de la Unión Soviética es mezquino: Europa tenía que defenderse de lo mismo. Las manifestaciones de estos días en Europa contra la guerra de Bush significan, pues, un cambio de actitud: la decisión de tomar partido, aun contra la política de los gobiernos elegidos en las urnas. La gente ha decidido salir a la calle y eso es muy bueno para una Europa que ha vivido con cierta indiferencia problemas tan graves como el crecimiento desbordado de las mafias que controlan el poder económico de las naciones a través de las actividades mejor remuneradas: el tráfico de armas, el tráfico de drogas y el tráfico de blancas; que ha soportado el paro y la caída de las Bolsas con mucha tolerancia, a pesar de los perjuicios que eso ha provocado a gran número de familias, a pesar de la inseguridad y las diferencias económicas.

Tengo la sensación de que en Europa, muchos ciudadanos han dicho ¡basta!, y que las manifestaciones contra la guerra de Irak respondían a una disconformidad mucho mayor, fueron una reacción colectiva no sólo al belicismo, sino a una forma de hacer política que ha fracasado: a principio del siglo XXI la mayoría de los problemas mundiales heredados del siglo anterior están igual, si no peor; continúan las enormes desigualdades económicas y sociales, el hambre, las enfermedades que no se curan por falta de medios, la inseguridad ciudadana, la violencia doméstica y la violencia contra los más débiles: mujeres, ancianos y niños.

La guerra contra Irak no va a solucionar uno solo de estos problemas, y si al fin ocurre, lo mejor que podría pasar es que por lo menos sirviera para derrocar a Sadam. Pero si la guerra finalmente ocurre, significará, otra vez, el fracaso de los organismos internacionales para resolver los graves problemas del mundo. En 1962, cuando la crisis de los misiles en Cuba, Kennedy y Jruschev supieron negociar y llegar a un acuerdo que no conformó a una de las partes -Cuba-, pero mantuvo la paz. Entonces, también hubo muchas manifestaciones contra el acuerdo, porque suponía que la URSS abandonaba su apoyo nuclear a la isla, en una zona geopolítica de tradicional influencia norteamericana. (Yo me manifesté por las calles de Montevideo contra el acuerdo que a mi entender era una claudicación). Kennedy fue asesinado en una conspiración que nunca ha sido aclarada (de la cual no debe haber sido ajeno su gris sucesor, Lyndon Johnson) y Jruschev inició un principio de perestroika que desembocaría, años después, en la desintegración del imperio soviético, que cayó como «un tigre de papel» (así debía caer el capitalismo, según el profeta Mao. Fue exactamente al revés).

Si hay guerra -Dios no lo quiera- significará el triunfo tardío de Bin Laden. Jamás este millonario iluminado que se ha jactado de la matanza de las Torres Gemelas (¿dónde estabas, George Bush que nadie consiguió verte?) habrá imaginado que su acción podía desencadenar una guerra. Porque ésta es una guerra de represalia, una guerra de escarmiento. No tengo nada contra las represalias, si vienen precedidas como en este caso por serias, repetidas y sostenidas advertencias. En cuanto al escarmiento, creo que aumenta el rencor. La cuestión a plantearse es: ¿Detendrá la guerra contra Irak a los terroristas que amenazan a Estados Unidos y a muchos países occidentales? ¿Servirá de ejemplo? Me temo que no. Los terroristas no se van a detener: han entrado en una dinámica que les impide la marcha atrás. Si no matan, mueren.Entonces, deciden morir matando. La guerra contra Irak no va a resolver el problema del terrorismo, porque no va a atacar sus verdaderas causas: el fanatismo religioso o cualquier otro fanatismo -el nacionalista, el étnico o el racial o el sexual- y la ignorancia, el atraso en que viven millones de personas en el mundo.

¿Sirvió para algo la Guerra del Golfo? Es cierto que obligó a Sadam a devolver los territorios de Kuwait, pero no democratizó a ese Estado, ni mejoró sus leyes, ni repartió sus enormes riquezas, ni siquiera sirvió para liberar a los iraquíes sobrevivientes de la tiranía de su déspota. También demostró que Sadam no poseía más que unos escasos misiles de corto alcance a pesar de sus bravatas. Los norteamericanos emplearon vacunas para prevenir a sus soldados de las armas bacteriológicas, pero todo hace suponer que no existieron o no fueron empleadas, gracias a Dios y a Alá (pongo a los dos para no herir susceptibilidades. Yo no tengo religión, ni nacionalismo, ni partido político, ni club de fútbol.Yo creo que si existe un Dios, es ateo).

La guerra contra Irak no evitará tampoco el problema de la fabricación, posesión y almacenamiento de armas bacteriológicas y su posible tráfico. El desmantelamiento de la URSS nos tuvo a todos al borde del precipicio: del mismo modo que en cualquier esquina de Madrid o Barcelona se puede comprar una dosis de coca, en muchos rincones se puede comprar uranio, plutonio y cepas. Las cepas ocupan menos lugar y son devastadoras. No vivimos en un mundo seguro, es cierto, pero bombardeando no mejorará. Lo único que lamento de las manifestaciones es que Sadam se sienta reforzado y pueda hacerle creer a su pueblo -lo intentará- que las multitudes que salieron a la calle están de su lado. Faltaron pancartas que dijeran: «Sadam, si no quieres la guerra, acepta el desarme completo y retírate». O «Sadam, hazle un favor a tu pueblo y márchate». Menos mal que su religiosidad es muy dudosa (por eso le cae mal a Bin Laden). ¿Se imaginan lo que podría pasar si creyera que matando norteamericanos u occidentales lo esperan unas cuantas bellas huríes en el paraíso?

Y yo digo: al fin y al cabo, todo este horrible asunto ¿no será un problema de machos? En la Edad Media, era mejor: las cuestiones de honor (concepto masculino; las mujeres llevaban el honor sólo entre las piernas) se dirimían en combates singulares, caballero contra caballero. Después vinieron los duelos: los machos se retaban a duelo por un quítame allá esas pajas. Ahora, a los niños, se los educa a través de juegos virtuales, donde disfrutan de la capacidad de matar a los malos. El problema es siempre el mismo: ¿quiénes son los malos? No puedo olvidar que el general Videla, responsable del genocidio de su pueblo, asistió a su juicio provisto de la Biblia y que mientras se acumulaban las pruebas de los horrores, él leía el Apocalipsis. Jorge Manrique decía que se ganaba el Paraíso rezando y matando moros. Los moros, matando cristianos. Digo yo: ¿hay hombres (machos) que deseen ganar la felicidad eterna a través del amor a las diferencias y el respeto mutuo? Sí, todos aquellos que fueron a las manifestaciones.Y espero que sepan organizar una semejante contra la violencia doméstica, contra la violencia de género. Esa no ocurre sólo en Irak; nos pasa aquí, todos los días, desgraciadamente.

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