Por fin

Por fin el destino nos ha permitido escuchar a un mando policial dando la cara por el trabajo de su gente y por el suyo propio, acordándose de todos los detalles relevantes recogidos durante su actuación profesional, aportando información y defendiendo a sus subordinados. Así lo dijo: «Yo no hablo por referencias, yo hablo en nombre de mis subordinados, en cuyo trabajo confío plenamente». Así leída, en frío, la frase puede parecer corriente, pero les aseguro que resultó extraordinaria porque éste no es el estilo de jefe policial que se despacha en este juicio. Por eso todos abrimos los ojos como platos.

Sucedió a última hora de la tarde; era el penúltimo testigo que comparecía. Causó sensación porque, además de responder a todas las preguntas que el presidente del tribunal permitió -hubo a cuenta de eso un momento de tensión entre el juez Gómez Bermúdez y el abogado defensor de 'El Egipcio'- nos proporcionó datos de extraordinaria relevancia para entender lo sucedido. El inspector jefe del grupo de terrorismo internacional de la Brigada Provincial de Madrid dijo abiertamente y por dos o tres veces, además, que él y sus hombres habían estado siguiendo a los miembros del grupo islamista radical que están siendo juzgados -es decir, a los vivos- hasta el último minuto del 11-M y aún después de ese día, exactamente hasta el momento en que fueron detenidos. Lo que contó demostraba que la Policía española estaba perfectamente al tanto de los movimientos de muchos de los que se sientan en el banquillo, conocía sus amistades, el estado general de su economía y sus llamadas telefónicas, también desde las cabinas públicas. Lo sabía todo. Tanta honestidad en su explicación casi trajo de la mano la pregunta que los presentes se estaban haciendo en silencio: entonces, ¿por qué no los detuvieron antes de que cometieran el crimen masivo? A eso no cabían más que dos respuestas: o es porque estos procesados no tienen en realidad responsabilidad directa en lo sucedido, y eso explica que la Policía no los haya detectado a tiempo; o es porque el fallo policial ha sido algo clamoroso, insuperable.

Y, sin embargo, en esa situación de cierta tensión emocional en la que alguien a mi lado comentó: «Si se le aprieta un poco más, es capaz de pedir perdón por no haberlo evitado», no se veía al policía alterado. Estaba sereno.

El capote a ese toro tan mal encarado vino de la mano del habitualmente silencioso abogado del Estado, quien le hizo la pregunta del millón: «¿En algún momento registraron ustedes alarma ante la amenaza de un atentado?». Faltaría más que hubiera respondido que sí, pero que no actuaron porque les dio pereza. Dijo, naturalmente, que no, y no mentía.

Durante su intervención se supo algo más, que pasa a engrosar la lista de las incógnitas no resueltas: que la Policía conocía, por lo menos desde el día 2 de abril, la existencia del piso de Leganés en el que al día siguiente se produjo la explosión que acabó con la vida de siete islamistas. La cosa es que la versión oficial dice que hasta primera hora de la tarde del mismo día 3 no se tuvo noticia de tal piso. Queda pendiente una aclaración sobre este punto que, de momento, otorga sentido a la declaración del confidente 'Cartagena', que contó que varios agentes habían ido a buscarle a su casa de Almería el 3 por la mañana y le habían traído a Madrid con la sana intención de que se metiera en el piso de Leganés y luego les contara quiénes estaban dentro. Si llega a hacerles caso, no lo cuenta. Ni eso ni nada.

Hubo algún otro elemento interesante en la jornada de ayer. Por ejemplo, la observación directa del libro de anotaciones de uno de los hindúes que vendieron a los islamistas los teléfonos liberados. De anotación rutinaria, como él pretendía, nada de nada. Los datos de esos teléfonos no estaban apuntados en la página correspondiente de una relación cronológica, sino en una página aparte, después de varias en blanco y, encima, de entre todos los teléfonos liberados que él había vendido, éstos eran los únicos IMEI -así se llama el número identificativo- que este hombre tenía registrados. Raro era, desde luego. Rarísimo.

Por la mañana habíamos tenido que soportar la patética actuación de otro de los responsables policiales que eludió cuanto pudo cualquier respuesta firme y la más mínima responsabilidad. Se ve que la línea Sánchez Manzano arrasa en el Cuerpo últimamente. Por eso fue tan de agradecer la intervención de este otro hombre: porque por fin veíamos a un jefe policial comportarse como tal y no como un gato huidizo y trapalón, cobarde y traicionero, dispuesto a encalomar toda responsabilidad a sus inferiores. Así que algunos salimos reconfortados. A pesar de tantas oscuridades.

Victoria Prego