Por la igualdad en la poesía

La RAE lo define con claridad: el feminismo es una ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres. Tal vez una forma adecuada para reflexionar sobre el significado simbólico de lo que representan el feminismo y el machismo, sea construyendo relatos alegóricos. En el siglo XIV, el Arcipreste de Hita hacía enfrentarse a don Carnal y a doña Cuaresma para explicar con humor los contrastes de la realidad de su época y las posiciones vitales respecto al goce y la devoción religiosa. Pero don Machista no es un hombre mundano amante de los placeres que disfruta de la compañía de don Tocino, doña Cecina, don Almuerzo, doña Merienda y don Amor. Don Machista es agresivo, y suele ir acompañado de don Misógino y don Discriminador. A doña Feminista siempre le acompañan doña Igualdad, doña Justicia y don Apoyo Moral.

Por la igualdad en la poesíaTodos los que rodean a doña Feminista están firmemente convencidos de que la igualdad entre hombres y mujeres es fundamental y necesaria. Don Machista desprecia a doña Feminista, y detesta a don Apoyo Moral y a doña Igualdad. Don Machista no entiende cómo han podido prosperar las ideas de doña Feminista y cómo es posible que doña Justicia esté ahora de parte de esa doña que quiere quitar el cartel de no se admiten mujeres de todos los espacios. Eso es lo que más le duele a su ánimo intolerante, ver nuevas ideas mejorando la vida de todos. Le irrita comprobar que las mujeres tienen poder y que muchos hombres comparten con naturalidad y alegría ese ámbito que antes era de su exclusivo uso. Piensa que esos hombres alegres y solidarios son tránsfugas que ahora van de la mano de las mujeres perversas y manipuladoras. Esos hombres educados en la igualdad deberían ser los herederos del machismo, pero han traicionado sus raíces retrógradas y han cambiado los privilegios que les daba una actitud intolerante, por los de una ideología revolucionaria, porque la lucha por la igualdad siempre ha sido revolución.

Si Brueghel el Viejo saliera de su tumba del siglo XVI y tuviera que pintar ahora un óleo donde teatralizar la escena del combate entre don Machista y doña Feminista, tardaría un buen rato en organizar las imágenes. Quizá don Machista fuera un hombre con aspecto cavernícola saliendo de una cueva, y doña Feminista una mujer astronauta pisando la Luna. El contraste de tiempos históricos representados en un mismo instante, le ayudaría a jugar con lo que significan las transformaciones y el lugar que van ocupando las mujeres en el espacio de la igualdad. Durante siglos, las sillas de las mujeres estaban vacías y ahora nuestra sociedad ha abierto las puertas para que la sala se llene y podamos estar todos juntos. Las mujeres no vinieron a quitarles las sillas a los hombres, vinieron a ocupar los asientos que estaban esperando por ellas. Vinieron a sumar, a engrandecer, a completar el aforo.

Para el pensamiento feminista amante de la historia política y la literatura hispánica, el siglo XX es un reto fascinante. Allí eclosionaron voces de mujeres interesantísimas que por la presión del machismo no dejaron demasiado poso en la mirada social, política y cultural de su época. Por ejemplo, la Constitución española de diciembre de 1931 dio a las mujeres los mismos derechos jurídicos que a los hombres y les permitió votar y presentarse a las elecciones. Ese esfuerzo ideológico a favor del sufragio de la mujer surgió gracias a una élite intelectual de mujeres cultas, que tuvo el apoyo de algunos políticos —hombres— progresistas de su época. Pero muchos de los logros feministas de la Constitución de 1931 quedaron neutralizados por la actitud machista de una sociedad que no fue capaz ni tuvo tiempo de digerir y llevar a la práctica esas transformaciones en la representación política de la mujer. Impresiona comprobar que de los 1.004 diputados de las tres Cortes republicanas, solo nueve de ellos fueron mujeres. Victoria Kent y Clara Campoamor, como republicanas de centro-izquierda; Dolores Ibárruri como comunista; Margarita Nelken, Matilde de la Torre, María Lejárraga, Julia Álvarez Resano y Veneranda García Blanco y Manzano como socialistas, y Francisca Bohigas Gavilanes en la Confederación Española de Derechas Autónomas. Nueve mujeres que, desde posiciones ideológicas muy diferentes, abrieron camino en el espacio político de la igualdad.

También hubo editores que hicieron gestos feministas importantes, porque creyeron en la calidad literaria sin prejuicios e incluyeron en sus colecciones libros de autoras. Publicaron poemarios de mujeres en tiempos en los que sus voces no eran influyentes, por ese contexto intelectual plenamente machista que quería mantener sus estructuras de poder. Afortunadamente, a los buenos editores del siglo XX les interesó sumar talento, dejar testimonio literario de todas las realidades poéticas e incluir todas las voces interesantes que estaban surgiendo.

Cuando Raquel Lanseros y yo buscábamos el rastro de los libros de poemas de más de 80 mujeres del siglo XX, para recuperarlos y celebrar lo que significan sus voces, nos dimos cuenta de lo importante que fue la labor arriesgada de ciertos editores. Los libros de aquellas poetas llevaban décadas en las estanterías de la Biblioteca Nacional, La Hispánica o la Universidad de Iowa, esperando a nuevos lectores que los buscaran. Esas mujeres, muchas de ellas ya fallecidas, eran novedad para nuestros ojos de lectoras intrépidas y comprometidas. Queríamos que nuestras lecturas crecieran, que nuestro conocimiento se ampliara, y reconstruir todo el panorama de la creación literaria de ese momento. Los poemarios se defendían solos, pero había que encontrarlos.

La historia de la literatura del siglo XX no ha sido demasiado generosa con las poetas. Y eso que tenemos autoras magníficas a uno y otro lado del Atlántico, que no se limitan a la chilena Gabriela Mistral, primera mujer Nobel de Literatura en español. Mistral está acompañada de un largo listado de autoras de primera línea, como la mexicana Rosario Castellanos, la salvadoreña Claudia Lars, la puertorriqueña Julia de Burgos, la boliviana Yolanda Bedregal, la ecuatoriana Lydia Dávila, la costarricense Eunice Odio o la hondureña Ángela Valle, por citar algunos nombres. Les ha faltado curiosidad a muchos estudiosos, que han ido escribiendo su versión de la historia y se han conformado con la inercia de los nombres masculinos de autores ya consolidados, dejando muchísimas lagunas a su alrededor.

El feminismo histórico que practica el humanismo literario rastrea las obras olvidadas de las mujeres para completar nuestra biblioteca universal. El conocimiento y la sabiduría son patrimonio de todos. Por eso el mañana humanista de la historia de la literatura, igual que ayer y hoy, deberá ser feminista.

Ana Merino es escritora.

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