Por Pascua florida

El término Pascua proviene de la transcripción griega y latina pasja, de una palabra de origen hebreo y arameo, pesah, cuya raíz significa pasar, altar. La Pascua tiene su origen en la fiesta de primavera celebrada por los pastores nómadas cananeos, quienes, antes de partir para los pastos al terminar el invierno, en el primer mes de primavera -nisán-, intentaban propiciar a las divinidades protectoras sacrificándoles un cordero con la prohibición de romper ninguno de sus huesos.

Desde la salida de Egipto del pueblo de Israel, allá por el año 1250 a. C., y por expreso mandato de Yahvé, Moisés decretó que el año empezaría con el sacrificio del cordero el 14 de nisán, primer mes del año, con luna. Nisán es el mes de las flores, de las espigas y el primero de la primavera

La insistencia en asociar la Pascua a la luna llena se debe a que ésta denota perfección. El origen de esta creencia podría ser el mismo texto del Génesis: el cuarto día «Dios crió los dos luceros mayores: el grande [el sol] para iluminar el día y el pequeño [la luna] para iluminar la noche» (Génesis 1, 14-19).

Hacia finales del siglo I o principios del II, San Ignacio de Antioquia proclamó: «Los cristianos que celebran la Pascua el mismo día que los judíos o comparten sus símbolos se hacen cómplices de la muerte de Cristo». Poco después, a finales del siglo II, Víctor, obispo de Roma, amenazó con excluir de la comunidad eclesial a la Iglesia de Asia por celebrar la Pascua de forma diferente.

Con la experiencia del Exodo, el antiguo rito de los nómadas adquirió nuevos significados y pasó a convertirse para el pueblo de Israel en la conmemoración y acción de gracias por la liberación de la esclavitud de Egipto y de su Alianza con el Señor. Con el sacrificio del cordero, centro y meollo de la Pascua, los judíos celebran y actualizan anualmente su origen como pueblo elegido de Dios. El Angel exterminador que pasaba masacrando los recién nacidos de todas las casas, pasaba de largo delante de las casas cuyo dintel estuviera marcado con la sangre del cordero pascual (Ex 12, 21-28).

Durante la Pascua, los judíos también celebran la fiesta de ázimos, panes sin fermentar, durante siete días (Ex 12, 15-20) en acción de gracias por los nuevos frutos y para implorar la protección de la divinidad contra las desgracias que pudieran ocurrir a las personas, a los animales o a las cosechas (Ex 3, 18). Los panes ázimos también son un símbolo de la prisa que los israelitas tenían por emprender la retirada.

Aún hoy para agradecer favores, invitaciones, ofrecemos flores y las depositamos sobre las tumbas como homenaje a los antepasados, y de ahí viene, también, la costumbre de coronar las obras terminadas con un ramo de flores o de ramas de árbol, de preferencia laurel.

No es un hecho casual que Jesús concluyera su vida histórica en la capital judía, Jerusalén, una noche de Pascua. El cálculo astronómico permite excluir los años 28, 29 y 32 de Roma como años de la muerte de Jesús. Según la opinión de casi todos los estudiosos, al día de hoy, debió de morir el día de la preparación de la Pascua, por lo tanto un viernes, el 7 de abril del año 30 o el 3 del mismo mes del año 33, de nuestra era, bajo el poder de Poncio Pilato.

Cristo es el cordero pascual de los cristianos: «Este es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo», dice el sacerdote cuando presenta la hostia consagrada a los fieles que contestan: «Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros». Los cristianos, la noche de Pascua, después de la vigilia, cenan juntos un cordero o comen un cordero de chocolate, soporte simbólico del cordero pascual.

La celebración de la Pascua es la fiesta más antigua del cristianismo. Como la Pascua judía, la cristiana dura 50 días, hasta Pentecostés, fiesta de la venida del Espíritu Santo en figura de lenguas de fuego sobre los Apóstoles. El fuego pascual es la luz que vence las tinieblas.

La Pascua es la victoria de la luz nueva, simbolizada en el cirio pascual, sobre el mundo antiguo y viejo. En la hoguera de la Vigilia pascual se quemaban los algodones que el sacerdote había utilizado para bautizar, los pedazos de ataúdes que nadaban sobre el cementerio, cruces viejas y troncos traídos para alimentar este fuego santo.

Cada niño llevaba a su casa un tizón encendido que depositaba sobre el hogar, limpio como una patena para recibir el fuego nuevo, que, al menos teóricamente, duraba todo el año. Si en algún hogar se apagaba, una mujer de casa iba a buscarlo a otra para asegurar su continuidad. El fuego pascual es Cristo, simbolizado en el cirio pascual y en los cirios que se encienden sobre el altar cada vez que se celebra la misa. Así como en la hoguera de la Vigilia pascual se queman las cosas viejas -símbolo del hombre viejo-, la quema de Judas, que se hace en muchos lugares, expresa el deseo de quemar y destruir el mal, encarnado en el personaje que entregó a Jesús a quienes lo iban a matar.

Además del tizón, cada casa llevaba una botella de agua de la que había sido bendecida durante la vigilia para bautizar a los catecúmenos. Se bendecían los campos de sembrados desde las cuatro esquinas para alejar las tormentas y las puertas de la casa para espantar las pestes de las personas y de los animales.

La celebración de la Pascua cristiana la fijó el Concilio de Nicea del año 325 en el primer domingo que sigue el día 14 de la luna llena que sigue al 21 de marzo, inicio de la Primavera. Gregorio XIII confirmó esta fecha en el año 1582. Siguiendo esta regla, la Pascua cristiana puede oscilar entre el 22 de marzo y el 25 de abril. Puede, por lo tanto, celebrarse en 35 fechas diferentes. La Pascua jamás se ha de celebrar por los cristianos en el plenilunio o día decimocuarto de la luna, para no coincidir con los judíos que la celebran en este mismo día.

Llamar al domingo día del Señor se basa en una tradición apostólica que arranca del mismo día de la resurrección de Cristo. Los cuatro evangelistas están de acuerdo en que la resurrección ocurrió en domingo, el primer día de la semana. El nombre de domingo aparece por primera vez hacia finales del siglo I, en el Apocalipsis (1, 10).

El huevo de Pascua es hoy en día repartido y ofrecido por miles de toneladas entre nosotros, como símbolo de fecundidad, de vida y de perfección. En mucha regiones de España se dice que a los niños los trae la cigüeña de París. Es una metáfora moderna de una antiquísima tradición, muy extendida, según la cual el mundo salió de un huevo: el huevo cósmico que dio origen al universo.

Para los cristianos, la Pascua actualiza el misterio de la Resurrección de Cristo de entre los muertos, misterio fundante y original del cristianismo: «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe», dice San Pablo. La concepción cíclica del tiempo hace posible recuperar los acontecimientos míticos primordiales a través de los ritos y las celebraciones porque es reversible. Según algunos historiadores de las religiones, la Pascua sería la recuperación de acontecimientos míticos primordiales.

La fertilidad, el nacimiento, la muerte, el renacimiento son manifestaciones de la esencia de la vida. La resurrección de Jesús es el acontecimiento radical, origen del cristianismo. Los cristianos viven la pascua como una catarsis, como la victoria de la vida sobre la muerte.

Manuel Mandianes, escritor y antropólogo del Centro Superior de Investigaciones Científicas.