¿Por qué ahora debemos vernos sexis hasta en el gimnasio?

¿Por qué ahora debemos vernos sexis hasta en el gimnasio?

Es un nuevo año y tengo una nueva membresía para un gimnasio. Fui el otro día en la mañana. Afuera la temperatura era de -13 grados Celsius. Todas las mujeres que estaban ahí vestían mallones superentallados y de material tan delgado como la película plástica para envolver comida. Muchas estaban a la última moda: usaban leggings con patrones de malla translúcida, como carpetitas de crochet pero deportivas. “Por fin”, seguramente pensaban estas mujeres, “tengo unos pantalones que ventilan apropiadamente mis pantorrillas sin dejar que ni una sola molécula de aire llegue a ninguna otra parte por debajo de mi ombligo”.

No me malinterpreten. Sí tengo mallones para hacer yoga —tres pares—. Pero, por alguna razón ninguno de ellos me cubre los tobillos y, como ya dije, hacía frío afuera. Así que me puse unos pantalones deportivos (“pants”).

Me subí a la elíptica. Unas cuantas mujeres se me quedaron viendo raro. Quizá les di lástima o tal vez les preocupaba que mis pantalones flojos fueran a enredarse en los engranes de la máquina. Los hombres no me miraron para nada.

En este momento de crisis cultural, cuando las injusticias e indignidades de la vida femenina de pronto se han vuelto noticia, me surgió una importante pregunta: ¿qué les pasó a los pants?

¿Se acuerdan de los pants, esos pantalones flojos para hacer ejercicio? Las mujeres los vestían hace no mucho. Probablemente aún tengas un par, de algodón grueso o de felpa, con el nombre de una universidad o un equipo deportivo estampado a lo largo de la pierna.

Nadie se ve bien en pants, pero ese no es el punto. Básicamente son toallas con resorte para la cintura. Existen para dos actividades: holgazanear y hacer ejercicio, dos actividades que antes podías hacer sin tener que verte como modelo en un infomercial de un régimen de ejercicio en casa.

No es educado que unas mujeres les digan a otras qué deben ponerse; esa es tarea de los fotógrafos de moda. Las mujeres que critican a otras por vestirse sexis son vistas como críticas de la mujer en general, algo que, si lo piensas, es una triste confusión originada en la idea de que nuestra apariencia determina quiénes somos. Es imposible haber sido alguna vez una adolescente y, en cierto nivel muy profundo, no sentir que así son las cosas.

Pero los mallones para yoga lo empeoraron. De verdad, ¿no puedes entrar a un salón con otras quince mujeres contorsionándose en posturas ridículas a las siete de la mañana sin primero ponerte unos mallones ajustadísimos? ¿Qué tiene el yoga en particular que parece requerir esto? ¿Quiénes lo practican están muy preocupadas de que la pierna de ancho normal de los pants las vaya a estrangular mientras hacen un medio loto?

No me malinterpreten. Sí tengo mallones para hacer yoga —tres pares—. Pero, por alguna razón ninguno de ellos me cubre los tobillos y, como ya dije, hacía frío afuera. Así que me puse unos pantalones deportivos (“pants”).

Me subí a la elíptica. Unas cuantas mujeres se me quedaron viendo raro. Quizá les di lástima o tal vez les preocupaba que mis pantalones flojos fueran a enredarse en los engranes de la máquina. Los hombres no me miraron para nada.

En este momento de crisis cultural, cuando las injusticias e indignidades de la vida femenina de pronto se han vuelto noticia, me surgió una importante pregunta: ¿qué les pasó a los pants?

¿Se acuerdan de los pants, esos pantalones flojos para hacer ejercicio? Las mujeres los vestían hace no mucho. Probablemente aún tengas un par, de algodón grueso o de felpa, con el nombre de una universidad o un equipo deportivo estampado a lo largo de la pierna.

Nadie se ve bien en pants, pero ese no es el punto. Básicamente son toallas con resorte para la cintura. Existen para dos actividades: holgazanear y hacer ejercicio, dos actividades que antes podías hacer sin tener que verte como modelo en un infomercial de un régimen de ejercicio en casa.

No es educado que unas mujeres les digan a otras qué deben ponerse; esa es tarea de los fotógrafos de moda. Las mujeres que critican a otras por vestirse sexis son vistas como críticas de la mujer en general, algo que, si lo piensas, es una triste confusión originada en la idea de que nuestra apariencia determina quiénes somos. Es imposible haber sido alguna vez una adolescente y, en cierto nivel muy profundo, no sentir que así son las cosas.

Pero los mallones para yoga lo empeoraron. De verdad, ¿no puedes entrar a un salón con otras quince mujeres contorsionándose en posturas ridículas a las siete de la mañana sin primero ponerte unos mallones ajustadísimos? ¿Qué tiene el yoga en particular que parece requerir esto? ¿Quiénes lo practican están muy preocupadas de que la pierna de ancho normal de los pants las vaya a estrangular mientras hacen un medio loto?

Los leggings de control en la parte superior que te aprietan el estómago no van a ayudar. Tampoco —y esto es real— los sostenes deportivos con un efecto de levantar los senos (push-up).

Francamente, me molesta todo el auge de la industria relacionada con el ejercicio femenino, que quizá es más evidente con el apogeo de las clases en estudios. De acuerdo con la Association of Fitness Studios, los estadounidenses gastaron cerca de 24.000 millones de dólares en cuotas durante 2015 o aproximadamente 4000 millones de dólares más que lo que pagaron en gimnasios tradicionales —y desde entonces ese gasto se ha incrementado—. Como es natural, son las mujeres quienes gastan más; sobrepasan a los hombres en clases en estudios por más de dos a uno.

Pagan por clases como SoulCycle (¡ejercitarte en una bicicleta estática a una intensidad muy alta le da templanza a tu espíritu!) y barre (¡luce como una bailarina sin tener que bailar!). Y si ya estás gastando 30 dólares en una clase de ejercicio, ¿por qué no gastar 70 dólares en la ropa para ir a ella? En 2016, en lo que de verdad espero que haya sido el pico que va a alcanzar ese mercado, los estadounidenses despilfarraron casi 46.000 millones de dólares en “ropa activa” o athleisure.

Todo esto hace que ejercitarse, que era algo saludable que podías hacer dos veces a la semana, se convierta en un estilo de vida, en el que los mallones de 120 dólares son más una necesidad que una extravagancia. Considera la manera en que esta lujosa ropa de ejercicio se ha propagado del gimnasio hacia la calle, básicamente vistiendo a las mujeres para todas las actividades excepto el trabajo de oficina. Considera la manera en que el contador de pasos Fitbit convierte cada mandado en ejercicio. Cuando los mallones para yoga son la primera cosa que las adultas se ponen en la mañana, no podemos evitar absorber el mensaje de que mantenernos en forma es nuestro propósito número uno en la vida.
Por supuesto que las mujeres pueden estar en forma y ser libres. Podemos conquistar el mundo vistiendo tela elástica. Pero, ¿no sería más fácil hacerlo en pants que no amenacen con mostrar cada hendidura y rollito en todas las mujeres de más de 30 años?

Los trajes sastre tuvieron su momento, allá en 2016. Creo que las mujeres estamos listas para darles otra oportunidad. Mientras lo hacemos, también traigamos de vuelta los pantalones de vestir, los de pana y, por qué no, hasta los caquis. Pero el primer paso es regresar a los pants.

Quienes practican buceo profundo necesitan pantalones ajustados de polímero; también los patinadores de velocidad olímpicos. Al resto nos conviene cierto espacio para que circule el aire. Así que ponte unos pantalones flojos como yo. No tenemos que vernos tan bien cuando estamos haciendo algo para tratar de vernos un poco mejor.

Honor Jones es editora sénior de Opinión para The New York Times.

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