¿Por qué Bali?

Por Clifford D. May, antiguo corresponsal extranjero del New York Times y presidente de la Fundación por la Defensa de las Democracias (GEES, 06/10/05):

El último atentado suicida en Bali debería hacernos tomar una pausa y meditar: ¿Qué ha hecho la gente de Bali para encolerizar de tal manera a los islamistas radicales?

Las tropas balinesas no están luchando contra insurgentes baazistas y terroristas de al-Qaeda en Irak. Bali no tuvo nada que ver derrocando a los talibanes en Afganistán. Bali tampoco ha tomado partido por India sobre la disputada Cachemira o por Israel sobre la disputada Cisjordania.

En verdad, es difícil que alguien pueda considerar reprensible la política exterior de Bali porque Bali no tiene política exterior. La isla predominantemente hindú no es independiente. Es parte de Indonesia que da la casualidad es la nación musulmana más grande del mundo.

Sin embargo, Bali ha sido golpeada dos veces por los terroristas, la primera vez hace tres años. También la capital de Indonesia, Yakarta, ha sido atacada dos veces: Una vez en la parte exterior de la embajada de Australia el año pasado y la otra en un hotel en 2003.

¿Qué quieren los islamistas? El propósito del terrorismo es aterrorizar, asustar, intimidar. Los islamistas quieren que la relativamente liberal Indonesia democrática ceda.

Al igual que los nazis y los comunistas, los islamistas militantes son totalitarios, ellos desprecian las sociedades democráticas. La diferencia es que mientras los nazis consideraban la democracia como algo decadente y para los comunistas era burguesa, para los islamistas radicales es blasfema: La democracia da a los ciudadanos poderes que pertenecen a Dios, según la interpretación de ellos, claro está.

Los islamistas se sienten ofendidos por la tradicional tolerancia de Indonesia con sus minorías religiosas. En opinión de los radicales, los hindúes, cristianos, judíos y otros grupos que viven en “tierras musulmanas” sólo pueden aspirar a ser dhimmis – ciudadanos de segunda categoría a los que toleran a duras penas y a cuyas creencias se les ponen trabas agresivamente.

Y claro, Bali es anfitriona de australianos, americanos, y otros infieles que llenan las playas ligeritos de ropa, bebiendo alcohol y practicando diversos comportamientos que los islamistas no aprueban. El periodista indonesio Sadanand Dhume escribió la semana pasada que “los petrodólares saudíes y de la región del Golfo” han sido recientemente utilizados para minar las tolerantes tradiciones islámicas del país al mismo tiempo que se usan para indoctrinar a jóvenes musulmanes a reaccionar con violencia ante la vista de una “botella de cerveza, el campanario de una iglesia o la cabeza sin cubrir de una mujer”.

Indonesia no es el único país musulmán que los islamistas tienen como objetivo. En Agosto, una serie de bombas sacudieron Bangladesh. Sólo unas cuantas personas murieron y la comunidad internacional se encogió de hombros. Pero la gente de Bangladesh sí entendió el mensaje alto y claro: “Haceros más como nosotros, más musulmanes – tal como nosotros definimos ese término — o sino os haremos sufrir. Nadie puede protegeros. Nadie siquiera lo intentará”.

Igualmente y también otra vez con poquísima atención de la ONU, los medios de comunicación o en realidad de cualquier persona, el sur de Tailandia se ha convertido en el terreno más sangriento para los musulmanes después de Irak. Aunque la mayoría de tailandeses son budistas, los musulmanes dominan 3 provincias del sur. Allí, los atentados, las decapitaciones y los tiroteos desde coches en marcha han matado a más de mil personas, incluyendo a musulmanes moderados, profesores y monjes budistas.

Una conclusión debería ser obvia: Si las naciones como Indonesia, Bangladesh y Tailandia no pueden evitar ofender al islamismo radical, no hay manera que Estados Unidos pueda lograr semejante proeza, no importa qué políticas se cambien o cuánto mejorase la diplomacia pública.

Los islamistas no reconocen que le deben a los americanos la ayuda prestada a los musulmanes que se rebelaron contra el dominio soviético de Afganistán, el rescate de Kuwait de las garras de Saddam Hussein, la intervención a favor de las comunidades musulmanas en Kosovo y Bosnia.

Pero tal como lo dijo el Vicepresidente Cheney en un discurso a los marines esta semana en Carolina del Norte, los militantes sí tomaron nota cuando los suicidas de Hizbolá ahuyentaron a las fuerzas americanas fuera del Líbano en 1983, cuando los terroristas hicieron huir a las fuerzas americanas fuera de Somalia 10 años después. En éstas al igual que en otras instancias, dijo Cheney: Los terroristas golpearon a América y América no respondió con la suficiente contundencia”.

Los islamistas creen que en estos momentos sí tienen una verdadera oportunidad para echar a los americanos de Irak, demostrando por tanto que lo del Líbano y Somalia no fueron acontecimientos aislados sino que revelan un patrón histórico de la derrota americana y su retirada cuando es blanco de ataques.

Si combinamos eso con la presión que los islamistas están ejerciendo en lugares como Indonesia, Bangladesh y Tailandia, empezamos a ver como puede estar tomando cuerpo una nueva realidad geopolítica.

Los islamistas creen que con el tiempo ellos se convertirán en la fuerza dominante por todo el sureste asiático, a través de Oriente Medio, hacia África y más allá. Tienen la intención de crear – ellos dirán volver a crear — un imperio, un califato que retará al Gran Satán, a los “cruzados”, a los “impíos”, a los sionistas así como a los “apóstatas” musulmanes.

Los islamistas están convencidos de que cuanto más fuertes sean, encontrarán menos resistencia y se les apaciguará más. ¿Quién puede afirmar con seguridad que no están equivocados?