Por qué EE. UU. pierde contra la COVID-19

El comportamiento del senador de Kentucky Rand Paul durante las dos últimas semanas es exactamente en lo que se equivoca la respuesta estadounidense a la COVID-19. Paul tiene problemas en un pulmón, por lo que decidió someterse, por abundancia de precaución, a un análisis para detectar si tenía la enfermedad. Desde el momento del análisis hasta que se confirmó su resultado positivo, seis días más tarde, Paul no hizo nada para proteger a quienes estaban a su alrededor. Por el contrario, se reunió con otros senadores, emitió su voto en el recinto del Senado, jugó una ronda de golf en un club privado y hasta logró incluir unos pocos largos en la piscina del Senado.

En los países que han contenido el brote del coronavirus, un comportamiento tan irresponsable no hubiera sido tolerado y podría incluso haber llevado a Paul a la cárcel. Como médico (oftalmólogo) él, más que nadie, debió haber sabido que si estaba tan preocupado por la COVID-19 como para hacerse un análisis, debió haberse preocupado en igual medida por el riesgo que representaba para otros.

Contener la transmisión de cualquier patógeno infeccioso —especialmente uno tan contagioso como la COVID-19— requiere acciones agresivas. Las medidas defensivas como el cierre de empresas o el distanciamiento social solo son eficaces cuando se las combina con esfuerzos rigurosos y sistemáticos para anticiparse a la difusión de la enfermedad.

En Singapur, Corea del Sur y otros países que contuvieron la difusión del coronavirus, las autoridades de salud pública siguieron un proceso simple. En primer lugar, pruebas generalizadas para identificar a las personas infectadas, incluso antes de que exhiban síntomas (algo que en muchos casos nunca ocurre). Luego, el rastreo agresivo de los contactos para identificar a todas las personas con las que interactuó el infectado. Finalmente, todas las personas identificadas son obligadas a una cuarentena de 14 días.

Este proceso no solo contuvo el brote, sino que evitó algunas de las medidas extremas de confinamiento usadas en otros lugares. El éxito reside en un enfoque inflexible que incluye análisis de laboratorio masivos, el rastreo de los contactos y la cuarentena selectiva. EE. UU. no ha hecho nada de eso.

En Singapur, en cuanto se detecta que el análisis de COVID-19 de alguien es positivo, se aplica un equipo de rastreo de contactos. Alguien se sienta con el paciente durante horas y le pregunta dónde ha estado y con quién estuvo en contacto en los días anteriores. Otros rastrean nombres, números de teléfono, direcciones y todo lo que el paciente pueda decirles que los ayude a identificar más casos positivos.

Luego el equipo pasa sus conclusiones al Ministerio de Salud, que corrobora la información mediante llamadas telefónicas, imágenes de circuitos cerrados de televisión y trabajo detectivesco tradicional, como revisar los recibos de tiendas minoristas o verificar aplicaciones de vehículos compartidos para encontrar a los conductores y pasajeros que puedan haber interactuado con el paciente.

Una vez que se tiene la lista de posibles contactos, todos quienes están en ella reciben un llamado y quienes tienen mayor riesgo de haberse infectado son obligados —no es un pedido— a guardar una cuarentena de 14 días. Según la intensidad del contacto, algunos son transferidos a instalaciones de cuarentenas seguras, mientras que a otros se les permite quedarse en casa.

A principios de este mes, un amigo cercano regresó de Europa a Shanghái y pasó por la experiencia de la cuarentena. Tres días después de llegar a China, recibió llamadas de la policía, del Centro Municipal para el Control y la Prevención de Enfermedades (CCP) de Shanghái y del CCP del distrito para informarle que el análisis de un pasajero en su vuelo había resultado positivo. Mi amigo y su esposa fueron puestos entonces en cuarentena controlada, en un hotel que había sido convertido para ese propósito. Estuvieron en habitaciones separadas, recibieron tres comidas por día (junto con otros servicios) y no pudieron salir hasta que se cumplieron 14 días desde el momento del contacto inicial en el vuelo.

En China, las cuarentenas se controlan a través de una aplicación. Todos reciben un código QR único que indica su situación: verde si no están infectados, amarillo si se les indicó quedarse dentro y rojo si está en cuarentena. Si alguien deambula por las calles y su código destella en rojo, será inmediatamente regresado a la cuarentena. De lo contrario, recibirá multas o pasará tiempo en la cárcel.

Singapur llevó esta tecnología incluso más allá y lanzó la aplicación TraceTogether, que la gente puede descargar para protegerse y cuidar a quienes están a su alrededor. Si un usuario pasa a dos metros de alguien a quien se le diagnosticó la infección, la aplicación inmediatamente le avisa del riesgo.

Desde fines de enero, cuando Singapur informó su primer caso de COVID-19, se identificó a más de 6000 personas a través del rastreo de contactos y se las puso en aislamiento proactivo y cuarentena. Gracias a esos esfuerzos, contuvieron las infecciones, los hospitales no experimentaron un aumento importante en la cantidad de pacientes y solo tres personas murieron por la enfermedad.

Por el contrario, aunque EE. UU. tiene muchos de estos métodos a su disposición, no los ha implementado eficazmente. Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades entrenaron a más de 3600 detectives de enfermedades para identificar a los infectados, rastrear su historial de contactos y mitigar un mayor riesgo para la comunidad, pero no han podido hacer su trabajo, en gran medida por problemas en las pruebas iniciales que todavía no se han resuelto.

El rastreo de contactos es costoso y lleva tiempo, incluso en el mejor de los casos, cuando el brote aún es pequeño. Cuando hay grandes brotes que no fueron detectados porque no se hicieron análisis de laboratorio, resulta casi imposible por la logística.

Pero no debemos permitir que a un fracaso suceda otro. Finalmente más estadounidenses están teniendo acceso a los análisis para la detección. Las pruebas generalizadas, junto con un rastreo exhaustivo de contactos y cuarentenas selectivas, todavía pueden ayudarnos a lidiar con el brote y controlarlo. Como el propio Paul dijo, mientras defendía irresponsable comportamiento: «América es fuerte. Somos un pueblo con mucha capacidad de recuperación, pero somos más fuertes cuando estamos juntos». Es cierto, pero somos más fuertes cuando estamos juntos y actuamos responsablemente.

William A. Haseltine, a scientist, biotech entrepreneur, and infectious disease expert, is Chair and President of the global health think tank ACCESS Health International.

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