Por qué el PSOE no puede robar

El latrocinio del extinto régimen socialista andaluz ha quedado inmortalizado, marmóreo, por una sentencia judicial de aquí te espero. Aquí te espero pero no vendrás, como Godot, pues no asumir jamás responsabilidades es lo propio del progreísmo, que es al progresismo como la achicoria al café de Jamaica. Así, tan pronto como constó judicialmente lo que todo el mundo sabía, el periodismo de achicoria pintó en media hora una constelación de conjunciones adversativas que ponía las cosas en su sitio: la izquierda no roba, por definición, y si delinque lo hace a fuer de honrada.

La constelación se ha ido perfeccionando durante la semana hasta conformar una cúpula celeste de observatorio en miniatura donde poder seguir mirando al universo sin sobresaltos. Solo la derecha es corrupta, la hez socialista huele a jazmín, y los compañeros Iglesias y Garzón no se dejan engañar: un timo derechista merece moción de censura; un desfalco progre es la oportunidad de «pasar página».

Por qué el PSOE no puede robarSolo los muy duros de mollera nos empeñamos en aplicar a todos el mismo criterio, en llamar siempre rapiña a la rapiña. Solo los maniáticos tenemos que rascarnos cada vez que tropezamos con un «pero» o un «sin embargo» entre la aséptica información de una sentencia y la voluntariosa invocación de las buenas intenciones de los saqueadores. Eso es porque no pillamos el sentido de la historia como proceso dialéctico. No es nuestra única carencia; también estamos faltos de sensibilidad para la épica sindical. Yo mismo, lo reconozco, no consigo leer con normalidad las piezas de la prensa del bien; sus frases exculpatorias resuenan en mi cabeza como un megáfono.

Lo que es más inquietante, tengo la incómoda sospecha de que esta página podría ser de mal gusto. Por obsoleta. Por superada. Sí, lo sé, esta misma semana la Justicia ha condenado, entre un puñado de hombres y mujeres de progreso, a dos expresidentes del PSOE y de la Junta que te junta. Sé que el desvío de fondos que idearon costó a los contribuyentes 680 millones de euros. Una enormidad. Y aun así... uno nunca sabe si va a ser oportuno. ¿No estaré molestando con el temita? Dentro de nosotros vive un pusilánime sometido al progreísmo, a sus muros éticos y cortafuegos morales. Pero acallemos a nuestro enano interno y dispongámonos a observar el declive de la consternación. Si no hoy, ¿será mañana o pasado mañana cuando la opinión pública dé por amortizada la merienda de negros de la PSOE? ¿Poseemos tanta holgura de gaznate como la tragasables del Circo Price? ¿O, por el contrario, esta vez los guardianes del imaginario patrio no hallarán modo de borrar la infamia?

No sé. He aprendido a esperar muy poco de un sistema que convierte en normal, y aun en deseable, cada paso dirigido a su voladura. Y solo Dios sabe cuánto me he empeñado en aportar mi cuota en la única lucha que vale la pena a estas alturas de la disipación: la búsqueda de sentido. Pero, por desgracia, lo que avanza es una fuerza sombría y plural revestida de ilusiones emancipatorias, redistributivas, ajustadoras de la historia. Para verle alguna ventaja a la demolición del edificio del 78 -que es lo único que llevan en cartera los componentes del próximo gobierno y sus apoyos externos- no solo hay que ser un insensato; también hay que resultar muy permeable a las emociones artificiales. Pero, ¿qué hacer si la piel de elefante le incapacita a uno para tales infiltraciones?

Aquella fuerza sombría y plural arrastra, en confuso montón, los mohínes de Greta y el llanto de la Colau al evocar sus propios méritos, la quema de Barcelona y los jueces por la democracia y por el Frente Popular, los incendiarios negociando bilateralidades con «España» y la desconcertante sintaxis de Calvo, los selfies con Otegui y el muestrario cantonalista del próximo Congreso. El doctor Sánchez que no concilia el sueño si los Iglesias ministrean, que anuncia la esperada vuelta de Puigdemont esposado, que promete recuperar el delito de referéndum ilegal; el señor Hyde que se abraza al líder neocomunista y que fía su permanencia en La Moncloa a quienes exigen el derecho de autodeterminación y la suelta de los golpistas.

Impulsos dispares u opuestos, entrelazados en una hermandad heteróclita que solo es capaz de encontrar coherencia con ayuda del ilusionismo opinativo, los hinchas que se suman a todas las campañas del sanchismo. Juegan la gran baza -acaso la única- del traje vacío que capitanea el PSOE y sacan a pasear por enésima vez el recurso más aburrido, falso y pernicioso de su vieja caja de juegos reunidos: ya saben, hay dos Españas y una es de progreso, justa y respetuosa con nuestras identidades nacionales; la otra es peligrosa, ladrona, tiende al fascismo y en realidad ha causado el problema catalán.

Del amasijo, y de la tajante línea divisoria, se deduce que los socialistas, incluso cuando roban, no roban. En cuanto a «las derechas» de su caricatura, ya lo habrán adivinado: cuando roban, roban; y cuando no roban, también roban, pues, a la que pueden, gobiernan. ¡Como en Andalucía!

Juan Carlos Girauta

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