Por qué España crece más que Europa

Por Manuel Lagares, catedrático de Hacienda Pública y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO (04/11/03):

Desde hace varios años la economía española está creciendo a tasas reales más elevadas que las de otros países de su entorno. Así, por ejemplo, crecía al 4% en 1997 mientras que la Unión Europea lo hacía al 2,6%. Alcanzó un crecimiento del 4,3% al año siguiente mientras la Unión lo hacía al 2,9. Y mantuvo igualmente un diferencial con Europa de 1,4 puntos porcentuales en 1999, de 0,7 en 2000 y de 1,1 puntos en 2001. En el año 2002 nuestro diferencial fue de un punto y este año quizá sea también de otro punto o algo más. El diferencial medio de crecimiento de la economía española se situará a finales de este año en algo más de 1,13 puntos, lo que viene a representar más de un 50% respecto a las tasas medias de crecimiento europeo.

Como suele ocurrir casi siempre, la interpretación de estos datos está rodeada de valoraciones muy dispares. Para algunos nuestro diferencial de crecimiento se debe, simplemente, a circunstancias coyunturales que han beneficiado a nuestro país, olvidando que la coyuntura suele ser bastante similar para países integrados en el mismo ámbito económico y que cuando es desigual se debe a factores que habrán generado esas diferencias. De ahí que, si tales factores no se explicitan, achacar sin más las diferencias a la coyuntura es no explicar nada. Para otros, las diferencias responden a puras casualidades que nada tienen que ver con una acción racional de Gobierno, pues en su opinión la política económica apenas si ha influido en los consumidores, en los empresarios o, incluso, en el propio Gobierno en niveles distintos del puramente central. No cabe duda de que tantas casualidades son sospechosas y que debe de haber algo más en estos diferenciales que el puro azar.

La solución a estas aparentes casualidades deberíamos encontrarla en los datos y en su análisis riguroso. Sin embargo, para recurrir con garantías al análisis econométrico con muchas variables implicadas habría que disponer de series más amplias que las que tenemos desde 1985, año anterior a nuestra integración en la Unión Europea.Por ello, aunque sin que puedan aislarse todos los factores de crecimiento diferencial -cosa que tampoco suele lograr casi nunca la econometría- quizá el análisis pueda intentarse observando otras economías próximas que hayan tenido comportamientos de tanto o mayor éxito que la española. Irlanda es, sin duda, el mejor candidato, pues ningún otro país en la Unión Europea ha obtenido tan altas tasas de crecimiento durante todo el periodo considerado, aunque pueda objetarse que no resulta tan difícil aumentar la producción cuando la población no sobrepasa los cuatro millones de habitantes, como ocurre con Irlanda.

Pese a ello, no puede negarse que el caso de Irlanda es especialmente significativo. En los siete años que discurren entre 1996 y 2003 su producción ha crecido un 71% en términos reales, lo que significa que lo ha hecho a una tasa media anual del 7,7%, que supera en 5,7 puntos a la tasa de la Unión Europea durante esos años. Un diferencial del 5,7 deja bien pequeño al español de 1,1. De ahí que merezca analizarse el comportamiento de Irlanda, al menos en algunos aspectos que pueden influir en el crecimiento económico, comprobando simultáneamente el comportamiento español en tales ámbitos.

Comenzando por la dimensión del sector público medida por su gasto, la Unión Europea ha disminuido el volumen relativo de estos gastos desde algo más de un 50% del PIB en 1996 hasta un 47,7% en 2002. En ese periodo, el gasto público en España ha pasado del 43,7% hasta el 40%, aproximadamente, en 2002. En ambos casos, reducciones próximas a tres puntos porcentuales. Por el contrario, Irlanda, que en 1996 mantenía un gasto público del 39,6% de su PIB, alcanzó en 2002 el 34,4%. Es evidente que el rápido crecimiento de la producción irlandesa ha coadyuvado a esa importante reducción de la dimensión de su sector público, pero el crecimiento del gasto público se ha desacelerado fuertemente respecto al crecimiento de la producción. En cuanto al saldo de las cuentas públicas, la Unión Europea ha tenido déficit todos los años en las dos últimas décadas, con la excepción del año 2000, casi igual que España, que sólo ha logrado equilibrar esas cuentas en 2002. Mientras tanto, Irlanda ha venido logrando superávit en su sector público desde 1997.

Si ahora medimos el grado de apertura de la economía por el porcentaje que representa la suma de importaciones y exportaciones respecto al PIB, los países centrales de la Unión Europea -es decir, Alemania, Francia, Reino Unido e Italia- han pasado de una apertura media del 40% en 1985 a casi un 64% en 2002, con 24 puntos de recorrido.En ese periodo, España ha pasado de un nivel de apertura próximo al 26% hasta casi ese mismo 64% de la Unión Europea en 2002, con 38 puntos de recorrido. Pero Irlanda, que ya en 1985 tenía un nivel de apertura del 89%, alcanzó en 2001 una apertura del 198,5%, con 109,5 puntos de aumento. Además, sus exportaciones superan a su PIB desde hace algunos años y son, desde luego, mayores también que sus importaciones en casi un 20%. Es evidente que la economía irlandesa está volcada al exterior en un grado que nada tiene que ver con el resto de las economías europeas y eso supone que sus producciones son especialmente competitivas.

La conjunción de todos estos datos y realidades parece confirmar la hipótesis de que los países que, por su tecnología o por sus costes, son capaces de competir fuertemente en los mercados internacionales, cuya producción se vuelca mayoritariamente hacia esos mercados, que no poseen un sector público excesivamente pesado y que, además, logran equilibrar sus cuentas públicas con desahogo, suelen alcanzar tasas reales de crecimiento muy elevadas. Sus resultados encajan bastante bien con los que pronostica la teoría de los mercados competitivos y de ahí que la explicación que esos datos ofrecen para los diferenciales de crecimiento tenga que ser razonablemente admitida, al menos mientras no se tenga otra mejor.

En el caso de España, el crecimiento alcanzado en estos años parece responder también a circunstancias parecidas a las irlandesas, aunque claramente más débiles. El acelerado ritmo de aumento de nuestra apertura exterior indica que nuestra producción ha sido competitiva y permite entender, al menos en parte, por qué ha crecido más rápidamente que la de otros. Si a ello se une el que, afortunadamente, nuestro sector público no es excesivamente pesado, que ha aligerado, además, su carga en los últimos años sin dejar de aumentar los gastos públicos por habitante en términos reales y que, finalmente, ha logrado equilibrar gastos con ingresos, se explica mejor nuestro diferencial de crecimiento. A todo ello habría que unir las sustanciales rebajas de impuestos que han tenido lugar en España y que han beneficiado a los ciudadanos de menor renta, lo que ha permitido mantener el consumo en niveles elevados y coadyuvar al crecimiento.

De todos modos, no debería olvidarse con vistas al futuro que en España la relación entre importaciones y exportaciones, que en 1985 era de 0,62, ha subido en 2002 a 1,076, lo que parece señalar un cierto deterioro de nuestra capacidad de competencia.Para el mismo periodo, el Reino Unido ha pasado de una apertura de 45,2% a otra de 72,9% mientras que sus importaciones, que en 1985 mantenían con sus exportaciones una relación de 0,982 han elevado ahora esa relación hasta 1,209. Por eso, entre otras importantes razones, quizás el Reino Unido no haya logrado superar las tasas medias de crecimiento de la producción en la Unión Europea, pese al alto nivel de apertura alcanzado por su economía.

El crecimiento diferencial de España no es casual y parece responder a pautas que también se han dado -y en mucho mayor grado- en otros países. Tampoco es coyuntural, como algunos señalan, pues nada tiene que ver con la coyuntura. Detrás de ese crecimiento se encuentran tanto ventajas competitivas -que, lamentablemente, quizás se estén agotando- como opciones de política económica plena y conscientemente adoptadas. Por eso, aumentar la capacidad de competencia de nuestra economía, impulsar su apertura al exterior, continuar aligerando el peso del sector público sin disminuir el gasto por habitante en términos reales y devolver el exceso de recaudación de un sistema impositivo muy progresivo sin poner en riesgo el equilibrio presupuestario, constituyen ingredientes básicos para una fórmula de éxito para el crecimiento. Como solían decir los viejos estadísticos, correlación no siempre es causalidad pero tampoco mera casualidad. Y las correlaciones en este caso son evidentes.