¿Por qué faltaron análisis para la COVID-19?

¿Por qué faltaron análisis para la COVID-19?

Estados Unidos es el país más rico del mundo y sede de 10 de las 20 mayores empresas de diagnósticos. Sin embargo, no solo sufrió más muertes por la COVID-19 que ningún otro, sino que continúa muy vulnerable a una sostenida escalada de la situación. El motivo es simple: no hay suficientes análisis para su detección.

Durante el brote de una enfermedad, es comprensible que los medicamentos y las vacunas reciban mucha atención, pero los diagnósticos son en realidad una primera línea de defensa contra la transmisión, especialmente en el caso de enfermedades como la COVID-19, que pueden ser transmitidas por portadores asintomáticos. Como muestran las experiencias divergentes de EE. UU. y Corea del Sur, la detección puede ser la diferencia entre la contención y la catástrofe.

El brote de la COVID-19 comenzó con una trayectoria similar en ambos países: la cantidad de casos confirmados aumentó a un ritmo comparable. Pero el gobierno de Corea del Sur actuó rápidamente para crear un mercado para la rápida innovación y satisfacer la demanda de análisis, aumentando su capacidad a 15 000 pruebas por día y estableciendo centros de análisis sin salir del automóvil para llevarlos a cabo.

Al 20 de marzo, Corea del Sur había realizado más de 300 000 análisis para la detección de la COVID-19 —una tasa superior a los 6000 por millón de habitantes— a pesar de no contar con ninguna de las 20 mayores empresas de diagnóstico. Tan solo dos semanas después de haber alcanzado los 100 casos confirmados, el país aplanó su curva y registró muy pocos nuevos casos por día (o ninguno).

EE. UU., por el contrario, la tardía intervención del gobierno dejó a los mercados a cargo de cubrir la mayor demanda. Al 20 de marzo, el país había realizado aproximadamente 100 000 pruebas, unas 300 por millón de personas. Los nuevos casos, y la cantidad de muertos, siguieron en aumento.

En términos sencillos, la rápida intervención gubernamental funcionó en Corea del Sur, mientras que la mano invisible del mercado fracasó en EE. UU.

En el mundo, hace mucho que el desarrollo de los diagnósticos está en manos de los mercados, muchos de los cuales son extremadamente especializados. Pero, aunque hay mercados para análisis de las principales enfermedades infecciosas y no infecciosas —incluso para enfermedades tropicales por las que pocos se preocupan—, no lo hay para enfermedades pandémicas.

Los gobiernos, por supuesto, puede contrarrestar las deficiencias de los mercados, pero los mecanismos habituales siguen requiriendo una demanda mínima, que no existe en el caso de los diagnósticos para las enfermedades pandémicas hasta que están a punto de estallar. Y no se puede confiar siempre en los gobiernos nacionales, sujetos como están a restricciones políticas e ideológicas, para que generen mercados con la misma velocidad que demostró Corea del Sur. La creación reactiva de mercados no es, por lo tanto, el camino a seguir.

En lugar de eso, los gobiernos nacionales deben apoyar la creación de una plataforma de coordinación mundial para la preparación contra pandemias. Esa plataforma podría ocuparse de la captación del capital y creación de un fondo común para canalizarlo hacia el rápido desarrollo, producción y distribución de pruebas de detección de las enfermedades pandémicas.

El diseño de una plataforma de esas características ya existe: la Coalición para las Innovaciones de Preparación para Epidemias (Coalition for Epidemic Preparedness Innovations, CEPI) es un mecanismo de coordinación centrado en promover el desarrollo de vacunas y facilitar su validación clínica, producción masiva y almacenamiento. Gracias a la reducción de la incertidumbre y los trastornos, la CEPI logra que los mercados de vacunas sean más seguros, asequibles y dinámicos.

La CEPI depende tanto del financiamiento tradicional —grandes subvenciones de gobiernos y fundaciones— como del financiamiento innovador: los rendimientos de instrumentos como el Mecanismo Financiero Internacional para Vacunas (International Finance Facility for Immunization, IFFIm). En caso de un brote, la CEPI usa instrumentos como los Compromisos de Mercado Anticipados (Advanced Market Commitments, AMC) o garantías de volumen —que pueden estructurarse a través de mecanismos como el Fondo de Inversión Mundial para la Salud (Global Health Investment Fund) e InnovFin, o como compromisos condicionales con el IFFIm y Gavi, la Alianza Mundial para Vacunas e Inmunización— para aumentar rápidamente la escala de producción.

Este esquema se puede replicar fácilmente para los diagnósticos. Lo único que hace falta es una entidad especializada: una institución o iniciativa que conecte la investigación y el desarrollo con el acceso a los mercados. Todo lo demás puede funcionar exactamente igual que la CEPI: la plataforma recibe el financiamiento de sus estados miembros, aumenta su capacidad de gasto a través de la inversión en el IFFIm y amplía la escala de producción cuando es necesario, a través de AMC o garantías de volumen.

Una entidad de ese tipo incluso podría trabajar directamente con la CEPI. Una asociación para diagnósticos y vacunas, creada sobre una plataforma común para el acceso a los mercados y el financiamiento, podría reducir las ineficiencias y costos de transacción. Así, en caso una pandemia, a medida que los investigadores desarrollan y prueban vacunas se podrían fabricar rápidamente las pruebas diagnósticas e implementarlas por todas partes, reduciendo así drásticamente el contagio.

La pandemia de la COVID-19 demostró que, por sí solos, los mercados no generan la rápida producción de diagnósticos que resulta crucial durante el brote de una enfermedad. También ha demostrado que este fracaso puede llevar rápidamente a una catástrofe para la salud pública, incluso en economías avanzadas con empresas líderes de diagnóstico. A menos que se actúe para corregir este problema y asegurar el amplio acceso a los test de COVID-19 (y para los análisis de detección de brotes futuros), mejor ni pensar qué les espera a los países más pobres.

Sachin Silva, a doctoral candidate and fellow at Harvard University’s T.H. Chan School of Public Health, is a member of the G20 task force on social cohesion and the state.
Juergen Braunstein, a fellow at Harvard University’s Belfer Center for Science and International Affairs, is a member of the G20 task force on social cohesion and the state.

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