¿Por qué ha fracasado Ciudadanos?

Todo empezó cuando un barcelonés llamado Albert, ignorado por el «mainstream» mediático nacionalista catalán, tuvo que desnudarse para llamar la atención de sus conciudadanos y hacerse con tres diputados en el Parlament en el año 2006.

Tras una crisis interna en los años siguientes, Ciudadanos estuvo a punto de desaparecer del panorama político en 2010, pero finalmente logró repetir los resultados anteriores. Desde entonces, cada sucesiva contienda electoral supuso triplicar los escaños.

Pero a partir de 2014, a Albert se le quedó pequeña Cataluña, y Ciudadanos dio el salto a la política nacional, rodeado siempre de su camarilla de fieles escuderos. El partido creció exponencialmente a partir de 2015, convirtiéndose Madrid en la agrupación más numerosa de España, superior incluso a Barcelona, pero ésta seguía conservando el núcleo de poder, sede de la dirección nacional.

Ciudadanos se convirtió en un partido «jacobino», absolutamente centralizado en la toma de decisiones. Cada Comité Autonómico estaba encabezado por una persona designada directamente desde Barcelona. Los únicos procesos electorales que se llevaban a cabo quedaban limitados a los niveles territoriales inferiores, en el caso de Madrid, a las Juntas Directivas de los distritos y municipios, cuyo papel era básicamente ejecutar las decisiones que emanaban desde arriba y gestionar cuestiones de intendencia poco relevantes como poner mesas informativas o repartir folletos.

Sí es cierto que se celebraban «elecciones primarias» telemáticas para designar a los cabezas de lista para cargos institucionales a nivel municipal, autonómico o estatal, pero de dudosa autenticidad como las que intentaron hurtar el triunfo al candidato Francisco Igea en Castilla y León. En ellas se contabilizaron más votos que personas registradas.

Al final toda esta estructura organizativa fue el caldo de cultivo ideal para el crecimiento del despotismo como abuso de poder sobre los cargos públicos y afiliados. No se permitía la más mínima disidencia política, y el que la ejercía o bien era expulsado del partido, o bien se veía abocado a la marginación.

Asimismo, el nepotismo se abrió camino como trato de favor a familiares o amigos, otorgándoles cargos orgánicos dentro del partido o institucionales sin tener en cuenta otros méritos, y cuya única función era parasitar, cuando no entorpecer, a aquéllos que sí habían destacado por su excelencia académica, profesional o política.

En Ciudadanos, el “acto de pensar” no tenía acogida dentro de la organización. Ha sido el único partido político al que no le ha interesado crear una fundación a modo de «think tank» para producir, no sólo un corpus ideológico que sirviese de sustrato para la elaboración de programas electorales, de gobierno y estrategias políticas, sino también como instrumento para la formación de dirigentes y cargos institucionales.

Con esta estructura, Albert se propuso como meta convertir a Ciudadanos en la gran alternativa política en España, logrando encandilar a una clase media urbana, en especial, la madrileña. En los barrios nuevos, el partido alcanzó cotas del 30% del voto popular. Este segmento social estaba interesado fundamentalmente en el bienestar de sus familias, dentro de un clima de libertad política, prosperidad económica y seguridad jurídica.

En las elecciones de abril de 2019, estuvo a punto conseguir el “sorpasso” al Partido Popular cuando se quedó a 7 diputados de diferencia. Albert hizo un certero diagnóstico de lo que significaba el triunfo del PSOE, refiriéndose a “la banda de Sánchez” que se ocultaba en “la habitación del pánico”.

No obstante, obnubilado por su estrategia de hegemonizar el centro derecha, cometió el grave error táctico de no ofrecerse públicamente desde el principio a negociar con el partido más votado, el PSOE, como sí hizo cuatro años antes.

La consecuencia política fue la caída al abismo. En las siguientes elecciones de noviembre de 2019 perdió más de la mitad de los votos y su representación en el Congreso se redujo de 57 a 10 diputados, es decir, prácticamente la irrelevancia.

Albert, consecuente con su estrepitoso fracaso, dimitió inmediatamente. Su sucesora, Inés Arrimadas, tenía en su haber el enorme mérito de haber triplicado los escaños en Cataluña en 2015, y de haber ganado contra todo pronóstico las elecciones en 2017, tras la fallida declaración unilateral de independencia.

Sin embargo, la estrategia errática de Arrimadas ha terminado siendo demoledora para Ciudadanos. Inicialmente, llevó a la práctica el proyecto de “España Suma” con el PP en el País Vasco, con la posibilidad de trasladarse a escala nacional como alternativa al actual Gobierno.

Posteriormente, se ofreció a Sánchez para apoyar todos los estados de alarma y los Presupuestos Generales del Estado, recibiendo un desplante por parte del Presidente que, como era previsible, optó por sus aliados naturales de la investidura y utilizó a Ciudadanos como mero contrapeso en la negociación con aquéllos.

El hundimiento en las elecciones autonómicas catalanas, pasando de 36 a 6 diputados, ha precipitado los acontecimientos. Arrimadas, viendo como el barco se hundía, intentó de nuevo buscar el salvavidas del PSOE y se prestó a llevar a cabo sendas mociones de censura. Todos conocemos cómo ha acabado la historia, en un rotundo fracaso y una sangría de cargos institucionales del partido, entre los que me encuentro, y de miles de afiliados anónimos.

Ciudadanos se ha convertido en un “zombi” político, pero sus dirigentes, los que quedan, se niegan a reconocerlo. La fecha oficial de defunción tendrá lugar tras la celebración de las próximas elecciones autonómicas del 4 de mayo en Madrid.

Elena Brasero, exdiputada por Ciudadanos en la Asamblea de Madrid.

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