¿Por qué ir a Plutón?

¿Por qué escalar el Everest? Ésta es la pregunta que realizaban reiteradamente al montañero británico George Mallory, quien formó parte de tres expediciones que intentaron ascender a esa gran cumbre en los años 20. Gran parte del público no comprendía el objetivo de correr riesgos y de emplear costosos medios para alcanzar esa meta. De manera análoga, ahora que la sonda de NASA New Horizons nos envía imágenes inéditas del pequeño y remoto Plutón, ocupando así las páginas de la prensa, oímos la pregunta de cuál es la finalidad de tan difícil misión. Recordemos que con ésta, el ser humano ya ha enviado sondas a todos los cuerpos importantes del sistema solar y que, en este momento, tenemos varias naves espaciales y robots estudiando Marte tanto desde órbita como sobre la superficie del planeta rojo. También de gran actualidad es el aterrizador Philae, que fue depositado hace tan solo unos meses por la sonda europea Rosetta sobre el cometa Churiumov-Gerasimenko proporcionándonos algunas de las imágenes más emocionantes de la historia de la astronomía. Cuando tenemos en cuenta todas estas proezas en las que está embarcada la humanidad, es lícito preguntarse cuál es la rentabilidad de la exploración espacial.

Por qué ir a PlutónEn primer lugar, se puede argumentar que la tecnología espacial ha revolucionado nuestra sociedad en múltiples aspectos. Un ejemplo obvio es la utilidad de los satélites de posicionamiento global, como los sistemas GPS y Galileo, este último aún en desarrollo, que permiten la localización instantánea de un barco, un avión, o una persona individual, para guiar su trayectoria hacia su destino o para facilitar su auxilio en una situación de emergencia. Otro ejemplo indiscutible reside en los satélites de comunicaciones, ya sean para telefonía, radio o televisión, que han constituido un factor primordial en la globalización. Finalmente, los satélites de teledetección que observan nuestro planeta de manera continuada tienen una manifiesta utilidad tanto en la gestión de grandes catástrofes naturales, como huracanes o incendios, como en la preservación del planeta a largo plazo mediante la monitorización del nivel de los océanos, de los hielos polares, de la capa de ozono y de muchos otros parámetros ambientales.

También resulta sumamente útil la flotilla de satélites que tenemos observando el Sol de manera permanente. En el astro rey tienen lugar colosales erupciones que son fuente de grandes chorros de partículas cargadas que viajan a altísimas velocidades generando, a su vez, una intensa radiación electromagnética. Estas erupciones son potencialmente muy dañinas para los sistemas de generación energética y para las delicadas instalaciones electrónicas e informáticas que son indispensables en la sociedad moderna. Estudiar el Sol desde el espacio para comprender mejor estas erupciones y tratar de anticiparlas en la medida de lo posible es una medida básica de seguridad.

El estudio de los planetas del sistema solar nos permite, mediante la planetología comparada, comprender mejor las características de la Tierra. Mercurio nos ofrece una superficie en la que su tenue atmósfera apenas tiene efectos apreciables, mientras que las densísimas nubes de Venus nos proporcionan un ejemplo de efecto invernadero extremo. Marte, el hermano pequeño de la Tierra, tiene muchas similitudes con nuestro planeta, pero es un mundo inerte. En las densas capas gaseosas de Júpiter, Saturno y Neptuno las tormentas pueden durar siglos. En todos estos planetas se dan fenómenos similares a los terrestres, pero en condiciones diferentes, lo que ayuda a vislumbrar sus causas y a relacionar los fenómenos entre sí, contribuyendo en última instancia a estudiar la evolución de nuestro planeta.

El impacto tecnológico, y por tanto económico, del sector espacial es sobresaliente. Se calcula que cada dólar invertido en el programa espacial Apollo de la NASA generó 20 dólares de beneficio. Actualmente, se estima que la inversión espacial multiplica su impacto económico por un factor que puede llegar a 60. La tecnología espacial, sobre todo la desarrollada en misiones científicas, es extremadamente exigente en sus requerimientos y esto hace llevar la investigación en materiales y dispositivos al límite del conocimiento. El teflón, el kevlar, las telas ignífugas, el velcro, los códigos de barras, varios sistemas de purificación de agua y de desinfección, los audífonos digitales, las bombas cardíacas miniaturizadas, son algunos de los avances que han sido alcanzados gracias a la aplicación de tecnologías desarrolladas en el ámbito espacial.

En los últimos 50 años los países con actividad espacial han pasado de ser una pequeña élite a superar el medio centenar y la inversión global en el sector, sumando tanto la inversión pública como las infraestructuras y los servicios derivados, ascendió a más de 220.000 millones de euros en el año 2012. Actualmente se ponen en órbita varios centenares de satélites cada año, aunque muchos de ellos son pequeños, de tipo micro o nano-satélite. En Europa, el mercado asociado al sector industrial del espacio ascendió a 6.500 millones de euros en 2012, representando el presupuesto de la Agencia Espacial Europea (ESA) casi la mitad de esta cifra.
En España el sector espacial es muy pujante. Gracias sobre todo a nuestra participación en la ESA, institución de la que fuimos miembro fundador y en la que ocupamos hoy el sexto lugar por nivel de inversión entre los 22 estados miembros, se ha creado un tejido empresarial y académico que aúna esfuerzos por mantener una fuerte actividad internacional muy competitiva, actividad que ha alcanzado un éxito sobresaliente. Tenemos más de 20 empresas dedicadas al sector que en el año 2012, en plena crisis, facturaron 737 millones de euros, superando en un 2 % la del año anterior, y alcanzaron un máximo histórico de 3.337 empleados. La inversión española en el sector espacial civil, que está dominada por la contribución a ESA, supone unos seis euros por habitante al año, un desembolso que, una vez puesto en el contexto del destino que reciben nuestros impuestos, y una vez tenido en cuenta el factor de multiplicación económica que suponen, parece bastante razonable: tengamos en cuenta que los Estados Unidos invierten en este sector 46 euros por habitante al año, Francia 30 y Alemania 16.

Para poner algún ejemplo de proyectos espaciales de carácter científico en los que España participa con destacada contribución, destaquemos el robot marciano Curiosity y la misión cometaria Rosetta. Incluso durante los tiempos de dificultades financieras, España ha hecho un esfuerzo considerable por mantener sus inversiones en el sector, tratando de seguir la política de otros grandes estados de ESA, como Alemania y Francia, que no sólo han mantenido su nivel inversor sino que lo han aumentado. Es muy importante que España siga apostando en el futuro por este sector tan fructífero -fuente de innovación, crecimiento y empleo- aportando los medios necesarios y definiendo una política de actuación en la que los diferentes agentes puedan contribuir a la labor común con un máximo nivel de coordinación.

Sin embargo, aunque tengamos presentes todas las recompensas prácticas que supone el lanzamiento de una nave espacial, cuando estos días New Horizons culmina su viaje a Plutón, tras nueve años y medio de vuelo y 5.000 millones de kilómetros recorridos, no podemos evitar que nuestros sentimientos se vean embargados por la curiosidad de explorar un nuevo mundo. Estas imágenes nos van revelando paulatinamente un planeta ocre rojizo en el que, sorprendentemente, la actividad geológica parece relevante. Es la primera vez que los ojos humanos pueden contemplar los detalles de este mundo frío y lejanísimo. Y es que no sólo hemos ido a Plutón por todos los beneficios prácticos. La curiosidad y el espíritu aventurero, que parecen inherentes al ser humano, se plasman hoy de manera ejemplar en la exploración espacial. El afán por descubrir, por estudiar y comprender, siempre nos ha impulsado a llegar a todos los límites alcanzables. Antes fue la superficie del globo, las profundidades de los océanos, o las más altas cumbres.

No sabemos si Mallory llegó a alcanzar la cumbre del Everest pues desapareció en su tercera expedición, en 1924, y su cuerpo no fue encontrado hasta 75 años después, a tan solo 500 metros de la cima. Pero no me cabe ninguna duda de que este gran montañero iba animado por el mismo espíritu aventurero que hoy guía la exploración espacial.

A la pregunta de "¿Por qué escalar el Everest?", Mallory dio una respuesta muy sencilla: "Porque está ahí".

Rafael Bachiller es astrónomo, director del Observatorio Astronómico Nacional (IGN) y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.

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