Por qué la Copa Mundial sí importó

Por qué la Copa Mundial sí importó

El filósofo y satírico del siglo diecisiete Jean de La Bruyère dijo una vez que “Corneille retrata a los hombres como deberían ser, mientras que Racine los describe tal como son”. Para los europeos, e incluso más para los franceses, la Copa Mundial 2018 fue un evento corneilliano. El torneo celebrado en Rusia a lo largo del pasado mes ofreció una pausa encantada en un mundo tumultuoso y reveló los mejores aspectos de nuestra naturaleza.

En la realidad paralela del torneo, predominaron un ánimo de autoconfianza, altruismo y apertura al “otro”. Al menos por un rato, parecieron caer en el olvido el chovinismo, la alienación y la desesperanza que han prevalecido en esta era de nacionalismos populistas.

En términos geográficos, los cuatro semifinalistas (Francia, Croacia, Bélgica e Inglaterra) eran del Viejo Continente. Se puede denunciar a Francia todo lo que se quiera por su supuesta debilidad y decadencia, pero cuando se trata del deporte más popular del mundo, Europa reina.

Más aún, quedó claro que África es el continente del fútbol del futuro, mientras que América Latina es el del pasado. Tras haber ganado la Copa en1930 y otra vez en 1950, Uruguay fue una vez el país más pequeño (por población) en llegar a la final, pero ese honor hoy lo comparte con el valiente seleccionado de Croacia, el más reciente estado miembro de la UE.

En marcado contraste con el “mundo real”, las dos principales potencias, los Estados Unidos y China, no jugaron papel alguno en el torneo. El sueño del ex Secretario de Estado Henry Kissinger de convertir a EE.UU. en una gran potencia futbolística ha demostrado ser más duro de lograr de lo que parecía. Y la China del Presidente Xi Jinping sigue siendo un peso ligero del fútbol, a pesar de haber invertido miles de millones de dólares en este deporte. En su lugar, Norteamérica fue representada con bríos por México, y Asia por Japón y Corea del Sur.

La extraña divergencia ente el mundo real y el del fútbol este año también se evidenció en las expresiones de emoción nacionalista. El gran escritor argentino Jorge Luis Borges condenó alguna vez a este deporte por su papel en azuzar formas tóxicas de nacionalismo (como en la breve “Guerra del Fútbol” entre Honduras y El Salvador en 1969). Pero en la Copa Mundial 2018, pasado un siglo tras el fin del baño de sangre nacionalista que fue la Primera Guerra Mundial, prevaleció un nacionalismo “suave” e incluso amable.

Rusia no es ningún exponente de poder blando, pero merece crédito por la ausencia de violencia durante el torneo. La prensa internacional mostró a ucranianos y rusos fraternizando como viejos amigos. Así como el festival de Woodstock de la era de la Guerra de Vietnam ejemplificó el eslogan “Haz el amor, no la guerra”, el eslogan de facto de la Copa 2018 parece haber sido “Balones, no bombas”.

Además de canalizar una forma de nacionalismo más constructiva, las selecciones semifinalistas y sus fans también encarnaron una acción colectiva eficaz y los valores del altruismo, la apertura y la tolerancia. Es interesante notar que los equipos que dependían de un solo jugador estrella (Cristiano Ronaldo de Portugal, Lionel Messi de Argentina o Neymar de Brasil) fracasaron en sus intentos de pasar de los cuartos de final.

En el mundo real de hoy, la gente siente una creciente tentación de erigir muros y protegerse de los “otros”. Y, sin embargo, lo que dio la victoria a Francia, el equipo ganador, fue su diversidad. El cántico de este año, “Liberté, Egalité, Mbappé” (por Kylian Mbappé, el delantero francés de 19 años) fue una versión más ilustrada del eslogan de la victoria de Francia en 1998: “Zidane a Presidente”.

Antes de las elecciones presidenciales francesas de 2017, muchos comentaristas políticos repetían el mantra “nunca dos sin tres”. Después del referendo por el Brexit del Reino Unido y la elección de Donald Trump como Presidente estadounidense, advertían que la victoria de Marine Le Pen del Frente Nacional, de extrema derecha, podría completar la tripleta. De manera similar, a comienzos de 2018 muchos comentaristas franceses parecían pensar que nos acercábamos a otro “mayo del 68” o “diciembre del 95”, cuando las huelgas masivas y protestas callejeras paralizaron al país completo.

Aunque ha habido huelgas limitadas contra la agenda de reformas del Presidente francés Emmanuel Macron, estos comentaristas no acertaron. El paralelo más cercano a este año no es 1968 ni 1995, sino 1998, cuando Francia ganó por primera vez la Copa Mundial.

A nivel interno, la victoria de Francia tendrá muy pocos efectos, o ninguno, sobre la popularidad de Macron. Las emociones del fútbol son intensas, pero generalmente pasajeras. Sin embargo, en la escena internacional la victoria francesa podría tener un impacto más duradero. Nadie puede negar que “Francia ha vuelto”, al menos en términos de fútbol. El país ha surgido como un oasis de dinamismo, realismo y entusiasmo juvenil, mucho de lo cual se refleja también en la figura de Macron.

Alemania es el contrapunto obvio. Normalmente una potencia futbolística, el seleccionado germano quedó eliminado en la primera ronda, justo cuando su panorama político empeoraba su disfunción. En términos geopolíticos, si hubiera que nombrar solo dos ganadores este año, los títulos tendrían que ir para Rusia y Francia.

Dominique Moisi is Senior Counselor at the Institut Montaigne in Paris. He is the author of La Géopolitique des Séries ou le triomphe de la peur. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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