Por qué la crisis de los refugiados no deja en paz a Alemania

Pintada antiinmigrantes en un cartel electoral de Angela Merkel. MATTHIAS SCHUMANN (REUTERS)
Pintada antiinmigrantes en un cartel electoral de Angela Merkel. MATTHIAS SCHUMANN (REUTERS)

Los polideportivos están vacíos, las leyes de asilo son más duras, y las fronteras de Europa están más o menos protegidas. La crisis de los refugiados ha pasado. Sin embargo, sigue siendo la fuerza que todo lo mueve en la República Federal. Determinó la campaña electoral y el resultado de las elecciones, y en los próximos cuatro años decidirá el futuro político del país.

También esta legislatura tendrá que vérselas con las medidas en materia de asilo, el Reglamento de Dublín y las expulsiones. Y con los asuntos pendientes relacionados con la integración, así como con la protección de los derechos fundamentales y los costes para el sistema social. Aun así, la cuestión crucial seguirá siendo la misma que late desde 2015 bajo la superficie de todo debate político. La cuestión de la confianza.

La confianza es una condición de la democracia representativa. Confianza en que los representantes elegidos se orientarán según unas convicciones fundamentales acordes con el programa electoral y la tradición del partido. Para muchos millones de ciudadanos alemanes, la crisis de los refugiados ha sacudido y destruido esa confianza.

El asunto afecta sobre todo a la Unión Cristianodemócrata (CDU) y al Partido Socialdemócrata (SPD). A finales del verano de 2015, Angela Merkel adoptó una retórica y una política contrarias a la postura y la tradición de su partido. La CDU representa el orden, y en cambio, el Gobierno perdió el control sobre quién entraba en el país. También representa la supremacía de la ley y, sin embargo, no la aplicó a la hora de decidir quién tenía derecho a recibir asilo y quién no. Representa, además, la seguridad, y no fue capaz de impedir que los terroristas de París planeasen la masacre con la ayuda de unas fronteras abiertas.

Las últimas semanas de la campaña no hicieron más que empeorar las cosas. La canciller defendió su actuación al tiempo que afirmaba que el año 2015 no debía repetirse. Ofreció la imagen de una política táctica que alcanza sus objetivos haciendo trampas. Así no se gana la confianza. Al contrario. Lo que anida es la sospecha, ya que lo que ha pasado una vez puede volver a pasar. Si no con la política de emigración, quizá con otro tema futuro. Al fin y al cabo, durante la crisis del euro y con la transición energética, la canciller también se volvió contra el programa electoral y la tradición cristianodemócrata, interpretando la legislación de manera como mínimo creativa. Los electores se vuelven desconfiados.

Cualquier estudiante de administración de empresas sabe que una marca tiene que tener una identidad clara y un mensaje inequívoco. Solo así es posible establecer una relación de confianza con el cliente. La captación de electores funciona de la misma manera. Sin embargo, durante la crisis de los refugiados, los dos grandes partidos causaron graves perjuicios a sus marcas.

También el SPD. En el fondo, la cuestión de la inmigración es una cuestión social. En el nuevo país, los emigrantes relativamente menos cualificados –es decir, la mayor parte de los últimos en llegar a Alemania– compiten con los más pobres por los puestos de trabajo inferiores y por las ayudas sociales. Por ello, la gestión de la emigración es un tema de izquierdas y socialdemócrata. El SPD no quiso reconocerlo y se jugó la confianza de su clientela tradicional. Una vez más.

Los socialdemócratas dieron su apoyo a una política que permitió que el 80% de los emigrantes entrasen en el país sin pasaporte y sin comprobar quiénes tenían derecho a recibir prestaciones sociales. A muchos votantes del SPD esto les pareció injusto, ya que hasta entonces el partido había sometido a estrictos controles a los perceptores de la prestación básica conocida como Hartz-IV. A esto hay que añadir que el Gobierno aplicó durante años una política de ahorro que, al parecer, no era válida cuando se trataba de los gastos necesarios para superar la crisis de los refugiados.

El SPD trató de calmar los ánimos diciendo que no iban a quitarle nada a ningún ciudadano alemán. Una afirmación lisa y llanamente falsa. La verdad es que los ciudadanos pagan impuestos, y que el Gobierno es responde de lo que pasa con ese dinero. Cuánto vuelve a los ciudadanos en forma de bajadas de impuestos, cuánto se invierte en escuelas, y cuánto se gasta en la integración de los emigrantes.

Si los gastos del Estado aumentan, de alguien tiene que sacar el dinero. Se puede llegar a la conclusión de que está justificado que dedicar miles de millones a la integración sea la máxima prioridad, pero hay que debatirlo. Precisamente el SPD tendría que haber sido el que liderase el debate. En cambio, decidió posicionarse en contra de sus votantes y cortejar a la élite defensora de la emigración junto con los Verdes y la CDU.

Este abandono de sus tradiciones y convicciones por parte de los grandes partidos es también la causa de sus severas pérdidas de votos en las elecciones. Los vencedores han sido las formaciones que, durante la crisis de los refugiados, cuidaron su identidad de marca. Alternativa para Alemania arrebató votantes al SPD y a la CDU porque puso sobre el tapete las dimensiones social y cultural de la emigración.

El Partido Democrático Libre (FDP) atrajo a votantes de la gran coalición porque en 2015 y 2016 no dejó de abogar por que se impusiese el Estado de derecho, cosa que a la CDU le parecía secundaria. También los Verdes han salido relativamente bien parados debido a que permanecieron fieles a la línea de abrir los brazos a los refugiados que ha caracterizado desde siempre su ADN político.

Los próximos cuatro años serán decisivos. No tanto por la cuestión de la emigración. La situación extrema del año 2015 no se repetirá, ni siquiera aunque la emigración ilegal a Alemania se mantenga en niveles relativamente altos desde un punto de vista histórico. Con la crisis, muchos alemanes han aprendido que las fronteras cumplen una función importante, y que es necesario dirigir y controlar la inmigración.

Antes bien, serán vitales para la confianza en la fuerza de la democracia. Es necesario que renazca la sensación de que se puede confiar. La ética del fin último y la adaptación a las encuestas no son una buena base para un debate pluralista. Hacen falta principios y convicciones que resistan por lo menos una legislatura entera.

El final de cuatro años paralizantes con una gran coalición y una oposición inofensiva ofrece a los partidos la oportunidad de reflexionar sobre sí mismos. Para el SPD, la oposición es el lugar perfecto para hacerlo. Los eventuales miembros de la coalición “Jamaica” lo tendrán más difícil. Una alianza correrá siempre el peligro de compactarse como una masa unánime de centro. La coalición CDU-FDP-Verdes solo funcionará si, en el marco del compromiso, cada partido salvaguarda estrictamente su credibilidad, de manera que siga siendo reconocible para sus votantes, y con ello, digno de confianza.

Durante la crisis de los refugiados, los Verdes, la CSU y el FPD mantuvieron una postura clara. En la coalición, los partidos deben permanecer firmes. No será fácil. Sin embargo, lo más difícil le espera a la CDU, ya que tendrá que encontrar la manera de volver a una posición bien definida desde su arbitrariedad. En un Parlamento con seis grupos, los partidos van a tener que cuidar su identidad de marca. Ahora los electores tienen más donde elegir, y no se limitarán a decidirse por aquel partido que les guste a primera vista, sino que lo harán principalmente por aquel en el que puedan confiar que va a defender sus intereses a lo largo de los próximos cuatro años.

Klaus Geiger es redactor jefe de Internacional de Die Welt.

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