¿Por qué les llaman «fascistas» cuando deben decir «abertzales»?

En plenas fiestas de San Fermín, al tiempo que el alcalde de Pamplona y otros dirigentes de Navarra Suma calificaban de «fascistas» a los que agredieron al arzobispo, al cabildo catedralicio, a la corporación municipal y a los policías municipales en la calle Curia al regreso de la procesión del Santo, en las redes sociales me topaba con una fotografía de 1932 en la que se veía a un estanquero republicano en el momento en que lanzaba el chupinazo en la Plaza del Castillo de esa ciudad, con el siguiente comentario: «Él impulsó la idea, lo lanzó todos los años hasta 1936, sus últimos sanfermines. Lo asesinaron los 'fascistas'». Como se puede ver, hoy en día denominar «fascista» se ha convertido en algo habitual para descalificar al contrario, sea este del signo que sea.

Como es sabido, el fascismo fue un movimiento social y político dirigido por Benito Mussolini, surgido en Italia en 1921 frente al comunismo y desaparecido al final de la II Guerra Mundial. El gran logro de la propaganda estalinista fue reducir todo tipo de enemigo al término «fascista», con lo que cualquiera que no se adhiriera al comunismo quedaba calificado como tal y se convertía en «socialfascista», «liberalfascista», «conservador fascista», etc. Fue así como se logró confundir los términos «izquierda» con «democracia», con lo que todo aquel que no militaba en un partido de izquierdas automáticamente se convertía en «fascista». Así sucedió en 1936, cuando Azaña fue designado presidente de la República y su jefe de Gobierno, Santiago Casares Quiroga, que quería hacer desde el poder la revolución que no habían conseguido hacer triunfar desde fuera de él, englobó con el término «fascismo» a todas las fuerzas que intentaban oponerse a la implantación en España de un socialismo «siguiendo el modelo soviético» de Largo Caballero y metió en el mismo saco, bajo esa etiqueta, a los católicos de la CEDA, a los liberales de Melquiades Álvarez, a los monárquicos de Renovación Española y a los tradicionalistas. Y, en su primera intervención parlamentaria, proclamó: «La táctica de la simple defensa no basta. Es más eficaz, para aquellos que representan el espíritu que vosotros representáis, hombres del Frente Popular, la táctica del ataque a fondo; allí donde el enemigo se presente, iremos a aplastarle… Cuando se trata de fascismo, cuando se trata de implantar en España un sistema que va contra la República democrática y contra todas aquellas conquistas que hemos realizado en compañía del proletariado, ¡ah!, yo no sé permanecer al margen de esas luchas, y os manifiesto, señores del Frente Popular, que contra el fascismo el Gobierno es beligerante». Y lo fue. Poco después, el 13 de julio, el «pistolero» de la «motorizada» que le descerrajo el tiro en la cabeza al jefe de la oposición monárquica, José Calvo Sotelo, exclamó: «¡Un fascista menos!» Por eso, y a raíz de este crimen, Gregorio Marañón, uno de los tres fundadores de la Agrupación al Servicio de la República, escribió a su amigo, el ministro de Instrucción Pública Marcelino Domingo, diciéndole: «Nosotros no somos los enemigos del Régimen, sino los que luchamos por traerlo, ni los fascistas, sino los liberales de siempre, y por eso hablamos así ahora». Seis días después, al estallar la guerra, el PNV que, como en la canción de Alejandro Sanz, tenía el corazón partío, en Álava y Navarra mostró su «ferviente catolicismo» y se alineó contra el Frente Popular, mientras que en Vizcaya y Guipúzcoa declaró que se colocaba al lado de la «ciudadanía» contra el «fascismo», y de la República contra la Monarquía. Y ya en plena contienda, Manuel Azaña escribiría: «En el territorio dependiente del Gobierno de la República caían frailes, curas, patronos, militares y políticos de significación derechista sospechosos de 'fascismo'».

Pasó el tiempo, y casi sesenta años después, en 1995, cuando ETA asesinó a Gregorio Ordóñez, Jarrai «justificó» su muerte diciendo: «Hemos hundido el buque insignia del fascismo español en Euskadi. A partir de hoy los euskaldunes podemos respirar tranquilos».

Ahora, como se ve en los ejemplos sanfermineros que he puesto al comienzo, la etiqueta de «fascista» sigue sirviendo para todo y sigue sin querer decir nada, por lo que se puede aplicar ese chiste que se cuenta a propósito de Italia, en el que se decía que al día siguiente del final de la guerra y la caída de Mussolini, allá había ochenta millones de italianos (es decir, el doble de su población real), porque había cuarenta millones que habían sido fascistas y otros cuarenta millones que eran antifascistas. Por eso, si los dirigentes de Navarra Suma no quieren equivocarse en su diagnóstico, en vez de utilizar ese calificativo tan vago e impreciso, lo que tienen que hacer es llamar a las cosas por su nombre y decir que los agresores de la calle Curia no fueron «fascistas» sino «abertzales», que eran miembros del MLNV y que su objetivo final es la liberación de toda opresión del Estado y alcanzar las condiciones de la Alternativa KAS, entre ellas, la inclusión de Navarra en Euskadi Sur, el reconocimiento de la soberanía nacional de Euskadi y el derecho a la autodeterminación, incluido el derecho a la creación de un Estado propio, socialista e independiente. Mientras no lo hagan así, estarán errando el tiro y haciendo el juego al comunismo, por lo que su fracaso estará asegurado.

José Ignacio Palacios Zuasti fue consejero del Gobierno de Navarra (1996-2006).

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