Por qué los impuestos a la riqueza no alcanzan

¿Deben los países avanzados implementar impuestos a la riqueza para estabilizar y reducir la deuda pública en el mediano plazo? El habitualmente conservador Fondo Monetario Internacional ha prestado un apoyo sorprendentemente enfático a la idea. El FMI calcula que un impuesto único del 10 % sobre la riqueza, si se introduce rápida e inesperadamente, podría llevar nuevamente a muchos países europeos a sus niveles de deuda/PBI previos a la crisis. Es una idea interesante.

La justificación moral para un impuesto a la riqueza es actualmente más convincente de lo habitual, si consideramos que el desempleo aún se encuentra en niveles de recesión y que una profunda desigualdad económica presiona sobre las normas sociales. Si fuera realmente posible garantizar que el gravamen sobre la riqueza fuese temporario, un impuesto tal sería, en principio, mucho menos distorsivo que imponer elevadas tasas impositivas marginales sobre el ingreso. Desafortunadamente, si bien un impuesto a la riqueza puede constituir una forma sensata de ayudar a un país a salir de un profundo pozo fiscal, difícilmente constituye una panacea.

Para comenzar, los ingresos de los impuestos temporales sobre la riqueza pueden ser muy escurridizos. El economista Barry Eichengreen exploró en algún momento la imposición de gravámenes al capital luego de la Primera y la Segunda Guerras Mundiales. Descubrió que, debido a la fuga de capitales y las presiones políticas para demorar la implementación, los resultados a menudo eran desalentadores.

La armada de barcos de la Guardia di Finanza difícilmente podría impedir un éxodo masivo de la riqueza si los italianos prevén un significativo impuesto sobre la riqueza. La sobre- y subfacturación del comercio, por ejemplo, es una forma de comprobada eficacia para hacer desaparecer el dinero de un país como por arte de magia. (Por ejemplo, un exportador informa que el precio recibido por un envío al extranjero fue menor al real, y mantiene escondido el efectivo adicional fuera de su país). Y habría compras urgentes de joyería y otros activos reales difíciles de detectar.

Los efectos distorsivo dos de un impuesto a la riqueza se verían también exacerbados por la preocupación de que el gravamen «temporal» no fuese un impuesto único. Después de todo, la mayoría de los impuestos temporales llegan al almuerzo y se quedan para la cena. Los temores de impuestos futuros a la riqueza podrían desalentar el espíritu emprendedor y reducir la tasa de ahorro.

Además, las dificultades administrativas para instituir un impuesto integral a la riqueza son formidables y plantean dudas sobre su equidad. Por ejemplo, sería extremadamente difícil asignar valores de mercado a las empresas de propiedad familiar que abundan en los países mediterráneos.

Posiblemente los impuestos a la riqueza que se exigen sobre la tierra y las estructuras estén aislados de algunos de estos problemas, y los impuestos a la propiedad son relativamente subutilizados fuera de los países anglosajones. En teoría, gravar los bienes inmuebles es menos distorsivo, si bien los impuestos sobre las estructuras obviamente pueden desalentar tanto el mantenimiento como la nueva construcción.

¿Qué pueden hacer entonces los gobiernos de la zona del euro para aumentar sus ingresos mientras se recuperan sus economías? La mayoría de los economistas está a favor de aumentar la base impositiva –por ejemplo, eliminando deducciones y privilegios especiales– para mantener las tasas marginales en niveles bajos. La ampliación de la base del impuesto a las ganancias es un elemento central de las bien conceptuadas propuestas Simpson/Bowles para la reforma impositiva en Estados Unidos.

En Europa se mejoraría la eficiencia con una tasa unificada del IVA, en vez de crear distorsiones mediante el cobro de tasas diferentes para los distintos bienes. En principio, las personas y familias con bajos ingresos podrían ser compensadas a través de programas de transferencia con montos únicos.

Otra idea es intentar aumentar los ingresos mediante permisos para las emisiones de carbono o impuestos sobre ellas. La obtención de fondos a través de impuestos sobre externalidades negativas reduce las distorsiones en vez de crearlas. Si bien esos impuestos son tremendamente impopulares –tal vez porque las personas se rehúsan a admitir que las externalidades que ellas mismas crean son significativas– los considero un rumbo importante para las políticas futuras (y pretendo sugerir otras ideas similares en artículos futuros).

Desafortunadamente, los países avanzados han implementado muy pocas reformas impositivas fundamentales hasta ahora. Muchos gobiernos están cayendo en la tentación de elevar las tasas impositivas marginales en vez de revisar y simplificar el sistema.

En Europa, los funcionarios también recurren a impuestos ocultos –especialmente la represión financiera– para resolver los excesivos niveles de deuda pública. Por directivas administrativas y regulaciones, los bancos, empresas de seguros y fondos de pensión se están viendo forzados a mantener una participación mucho más elevada de deuda gubernamental de la que voluntariamente elegirían. Pero este enfoque difícilmente sea progresivo, ya que los tenedores finales de las pensiones, los contratos de seguro y los depósitos bancarios son típicamente los miembros de la atribulada clase media y los ancianos.

También hay una cuestión no resuelta sobre cuánto se debe pedir a los países de la periferia que paguen por las deudas que los debilitan, sea cual fuere el instrumento impositivo. Si bien el FMI parece particularmente entusiasta respecto del uso de impuestos a la riqueza para solucionar los excesos de deuda en España e Italia, compartir parte del peso de la deuda con el norte parece algo razonable. Como observaron recientemente los economistas Maurice Obstfeld y Galina Hale, los bancos alemanes y franceses obtuvieron grandes beneficios por la intermediación de los flujos entre los ahorristas asiáticos y la periferia europea. Desafortunadamente, discutir sobre la distribución del peso de la deuda permite más demoras y potencialmente socava la eficacia de cualquier impuesto a la riqueza que finalmente pueda ser implementado.

De todas formas, el FMI está en lo cierto –tanto en términos de equidad como de eficiencia– en presentar la idea de impuestos temporarios a la riqueza en los países avanzados para aliviar los problemas fiscales. Sin embargo, casi ciertamente los ingresos serán menores y los costos mayores que lo indicado por los cálculos usados para promoverlos. Los impuestos temporales sobre la riqueza bien pueden ser parte de la respuesta para los países que actualmente experimentan problemas fiscales y la idea debe ser considerada seriamente. Pero no son un sustituto a las reformas fundamentales de largo plazo para lograr sistemas impositivos más simples, justos y eficientes.

Kenneth Rogoff, Professor of Economics and Public Policy at Harvard University and recipient of the 2011 Deutsche Bank Prize in Financial Economics, was the chief economist of the International Monetary Fund from 2001 to 2003. His most recent book, co-authored with Carmen M. Reinhart, is This Time is Different: Eight Centuries of Financial Folly. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

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