Las próximas elecciones al Parlamento Europeo (PE) retan como nunca antes los manidos sarcasmos acerca del supuesto OPNI de Europa como Objeto Político No Identificado. Ni «cementerio de elefantes», ni «jubilación», «apeadero» o phasing out de una carrera. Tampoco una «asamblea de facultad» que pueda desentenderse del alcance de sus deliberaciones. El PE es un espacio plural de brega y confrontación. Un fascinante experimento de parlamentarismo multinacional, en permanente oposición de intereses legítimos, desde la diversidad y la complejidad constitutivas de la razón de ser de Europa en la globalización.
El PE es la única institución directamente elegida por el voto de 500 millones de europeos. Y este PE es, además, desde el Tratado de Lisboa (TL), el Parlamento más poderoso de la historia de la UE y el más poderoso de Europa. Que muchos todavía no lo sepan no resta un ápice de fuerza a su caracterización como un Parlamento elegido para representar y para legislar. Ningún «déficit», por tanto, en cuanto a sus contenidos o en cuanto a su impacto en la vida de 500 millones sobre los que legisla, lo hayan votado o no.
Sí, es un órgano extenso y surcado por la sofisticación de sus estructuras y sus procedimientos. Pero sus poderes afectan -es hora de que se sepa- a los derechos fundamentales de los europeos, la legislación penal, la seguridad, las fronteras exteriores de la UE, la libre circulación, el marco financiero y los techos de gasto impuestos a los Estados miembros...Un Parlamento así no puede ser subestimado ni por los partidos ni por los ciudadanos.
De acuerdo con el TL, ésta es la primera vez en que la ciudadanía elegirá con su voto al futuro presidente de la Comisión, ejecutivo de la UE y guardián de los Tratados. Esta elección se politiza por que se parlamentariza. Los ciudadanos inciden en la orientación política de la Comisión y en sus prioridades en la relación con el Consejo (los gobiernos de los Estados miembros). Es hora de enjuiciar con el voto si esa interlocución ha de tener lugar en términos de responsabilidad ante el propio PE o de subordinación a la agenda hoy imperante, la de la regubernamentalización y renacionalización de las políticas -lo que equivale a su desparlamentarización y al llamado «déficit democrático»-.
Además de ello, los socialistas españoles aportamos prioridades y propuestas específicas: mutualización racionalizada de las deudas soberanas; reforma fiscal europea, persecución del fraude y lucha contra el dumping y los paraísos fiscales; embate a las desigualdades y refuerzo de la igualdad salarial de las mujeres y su derecho a la salud sexual y reproductiva; y otra mirada ante la inmigración, que no la vea como amenaza sino como caudal frente al envejecimiento de nuestro viejo continente.
Y hemos aportado además una nueva idea fuerza: acompasar el ciclo del marco financiero plurianual con el mandato del PE. De modo que, al votar, los ciudadanos sepan que están decidiendo quién fija los techos de gasto, las prioridades presupuestarias y las cantidades asignadas; y además, la garantía de suficiencia de ingresos y de igualdad en el reparto de las cargas tributarias. Se trata de recuperar el principio que se encuentra en el origen del parlamentarismo: «No taxation without representation». Porque su anverso exige que sea la representación la que ejercite tanto la potestad presupuestaria como la tributaria. Y que, legitimándolas democráticamente, decida los niveles de equidad y de justicia de uno y otro poder.
Darle una patada al tablero del PE no va a ayudar en absoluto a mejorar la situación de quienes se sienten o dicen enfadados con «la política» o «los políticos». La amenaza del auge del populismo eurófobo y de la extrema derecha radica en su movilización. Ven factible su objetivo: dinamitar desde dentro la Unión con la pretensión reaccionaria de regresar al reducto de las soberanías y las naciones enfrentadas por la estigmatización del vecino y su política del odio contra sus chivos expiatorios (los extranjeros, los distintos...).
Los europeístas debemos mostrarnos otro tanto motivados, incluso más movilizados. Esta vez no podemos pecar ni por omisión ni por defecto. Estas elecciones son más importantes que nunca. Según la composición del próximo PE, podremos hallarnos o bien ante la inanidad e irrelevancia del proyecto de integración europea, o ante una última oportunidad de rescatar a la UE de su postración deprimente, de restaurar el malherido modelo social europeo y de mostrar que las políticas que nos disgustan y combatimos pueden ser cambiadas con el voto. Tras años de rabia en la calle y las redes sociales, es hora de votar. Y de que no voten solos los antieuropeos. Que voten -y seremos más- también los europeístas que peleamos otra Europa y un demos que no sea un OPNI y en el que lata un nuevo sujeto político: «Nosotros, los europeos».
Juan F. López Aguilar es presidente de la Delegación Socialista española en el Parlamento Europeo.