Por qué necesitamos un islam político

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha puesto en segundo plano una orden ejecutiva que designaría a los Hermanos Musulmanes como un grupo terrorista. Debería dejarla allí, relegada, de manera permanente. Los gobiernos inclusivos, que son vistos como representantes de las sociedades musulmanas abrumadoramente devotas del mundo árabe, son un antídoto vital para el yihadismo global.

Sin duda, los Hermanos Musulmanes no siempre han incorporado plenamente los valores democráticos. En Egipto, por ejemplo, el gobierno del presidente Mohamed Morsi trató a la democracia como una propuesta donde el ganador toma todo – y fue derrocado después de poco más de un año.

Sin embargo, si se abordan tales deficiencias condenando al ostracismo a opciones político-religiosas legítimas, simplemente se refuerzan las razones que esgrimen los reclutadores yihadistas, quienes argumentan que la violencia es la única manera garantizar que se lleve a cabo la reforma. Eso fue lo que sucedió cuando Abdel Fattah el-Sisi – sucesor de Morsi después del golpe de Estado del año 2013 – adoptó una estrategia de suma cero para los Hermanos Musulmanes.

Cuando se ha brindado espacio a los partidos islamistas para que desplieguen actividades políticas, ellos han demostrado tener capacidad para sacar provecho de dicho espacio, defendiendo a menudo la participación política como una alternativa superior a la violencia. Y, de hecho, los partidos islamistas, incluyendo los Hermanos Musulmanes, participan en actividades políticas legítimas en varios países, mismas que a menudo los han llevado a moderar sus puntos de vista.

La política, a diferencia de la religión, es un ámbito donde no existen verdades eternas, sino donde prevalecen los cálculos racionales. Para gobernar eficazmente, uno debe construir alianzas y coaliciones, incluso con partidos laicos y liberales. Teniendo en cuenta lo antedicho, contraer acuerdos políticos, naturalmente, tiende a jalar a los partidos hacia la moderación, un fenómeno que hemos visto una y otra vez en el mundo árabe.

En Marruecos, cuando el Partido Justicia y Desarrollo (PJD) entró a la política en el año 1997, la “islamización” estaba en el centro de su plataforma electoral. Del mismo modo, el partido de Ennahda (Renacimiento) de Túnez fue formado originalmente sobre la base del legado de la revolución iraní y el pensamiento de críticos islámicos radicales de los valores occidentales, tales como Sayyid Qutb, uno de los principales teóricos de los Hermanos Musulmanes en los años 50.

Sin embargo, ambos, tanto el PJD como Ennahda – partidos que llegaron al poder en sus respectivos países en el año 2011– llevan años avanzando hacia la moderación, incluso la secularización. Han desestimado algunos de sus principios radicales para acomodar principios clave de la democracia secular, como el pluralismo cultural y la libertad de expresión.

En el año 2003, en respuesta a un ataque terrorista en Casablanca, el PJD definió una clara división entre el partido político y el movimiento religioso que lo creó, y renunció incondicionalmente a la violencia. A diferencia de un grupo yihadista, que habría aceptado con alegría la autoría de tal ataque, el PJD quiso dejar en claro que ni inspiró, ni miraba con beneplácito tales acciones. En el año 2015, Ennahda también separó el movimiento que promueve los valores religiosos del partido, mismo que se adhiere a la lógica secular de las interacciones políticas.

Los críticos que sostienen que estos partidos simplemente estaban maniobrando tácticamente no están completamente equivocados. Pero, tales movimientos tácticos pueden llevar a cambios estratégicos e incluso a cambios ideológicos. En verdad, una vez separadas de las limitaciones del dogma religioso, las ramas políticas de ambos partidos se distanciaron de sus raíces fundamentalistas islamistas.

La participación en la política también tuvo un impacto moderador en los Hermanos Musulmanes de Egipto. Durante el período que Morsi fue presidente, él respetó el acuerdo de paz de Egipto con Israel e incluso desempeñó un papel clave en la intermediación de un alto el fuego en el conflicto del año 2012 entre Israel y Hamas. Esas decisiones demostraron su determinación de defender el papel de Egipto como una fuerza para la estabilidad regional, lo que implicaba negarse a permitir que su ideología lo llevara hacia una política exterior radical.

Los islamistas de Argelia tomaron una ruta ligeramente diferente, moderando su política después de su derrota en la devastadora guerra civil de los años noventa. En la actualidad, si bien el recuerdo de esa guerra civil se está desvaneciendo, el ejemplo de los conflictos en Siria y Libia – junto con el compromiso político de los partidos islamistas, como el Movimiento para la Sociedad de Paz – es suficiente para alejar a la mayoría de los jóvenes argelinos del yihadismo.

De la misma forma como la participación política puede fomentar la moderación, la exclusión política puede reforzar el radicalismo. Consideremos el caso de Hamas, que no es un movimiento global yihadista, sino que es una organización nacionalista islámica, cuyo gobierno de puño de hierro en Gaza no tolera ningún disenso.

Se podría argumentar que la negativa de la comunidad internacional a reconocer la victoria de Hamas cuando llegó al poder en un proceso electoral celebrado el año 2006 obstaculizó la posible moderación del movimiento. Al fin y al cabo, a diferencia de grupos yihadistas globales como el Estado Islámico y Al Qaeda, Hamas a menudo ha coqueteado, aunque de manera oblicua, con un enfoque más conciliador con respecto a Israel.

Incluso sin haber logrado reconocimiento político, Hamas, al parecer, habría decidido publicar una nueva Constitución sin incluir el antisemitismo desenfrenado que se encuentra en la actual. También hay razones para creer que Hamas aceptaría una solución de dos Estados y declararía su independencia de los Hermanos Musulmanes, con el fin de facilitar su reconciliación con Egipto y otros Estados árabes líderes.

Si Hamás realmente demuestra su desplazamiento hacia un mayor pragmatismo político, debe ser alentado. En particular, Israel debe tratar a Gaza como si fuera un Estado independiente y debe promover su estabilidad. Esto significa poner fin al bloqueo de Israel – que únicamente ha servido para alimentar más extremismo y más guerra – y otorgar a los habitantes de Gaza control sobre su propio puerto marítimo para viajes y comercio internacional.

Crear espacio para expresiones benignas del Islam en la esfera pública es esencial para derrotar al yihadismo global. Sólo cuando la guerra contra el yihadismo se traslade del campo de batalla a la arena política pueden las sociedades árabes avanzar hacia un futuro más seguro y más próspero.

Shlomo Ben Ami, a former Israeli foreign minister, is Vice President of the Toledo International Center for Peace. He is the author of Scars of War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

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