Por qué no peligra la unidad de España

El interés por la pulsión del poder en el ser humano me hizo dedicar cinco años a estudiar el tema. El resultado dio lugar a un libro de 800 páginas, La historia del poder. En él, además de la vida fascinante de los grandes arquetipos que registra la historia, desde Alejandro Magno y Julio Cesar hasta Hitler o Stalin, analizo cómo alcanzaron el poder los grandes de Asia: Gengis Kan y Tamerlán hasta Mao y Den Xiaoping, artífices de la China que puede protagonizar el siglo XXI.

Es obvio que en este macroescenario no cabría hablar de Pedro Sánchez, pero sí interesa su figura desde un punto de vista concreto. Como seguidor del modelo que inspiró a Maquiavelo escribir El Príncipe.

El genio florentino, para analizar la conducta del poder, recomienda tomar ejemplo del león y el zorro. Su arquetipo del león fue el papa guerrero Julio II. Y el zorro lo personificaba en Fernando el Católico, del que hizo un retrato magistral.

Maquiavelo escribió para aleccionar a los gobernantes de Florencia a fin de preservarla de sus enemigos. Les advierte que las circunstancias varían, pero los hombres no pueden cambiar su naturaleza. Y, como la historia es maestra de la vida, quien alcanza el poder debe aprender de ella para conservarlo usando de la crueldad si es preciso, de la simulación siempre, y de la religión (ahora la ideología) como instrumento útil para mantener dóciles a los súbditos.

Lo que más se recuerda de él sobre que el fin justifica los medios lo explica así. Quien tiene el poder no debe temer que se le considere cruel o se critique su actuación, sino que tiene que llevar a cabo cuánto sea necesario para alcanzar su propósito. Incluyendo no cumplir los pactos si atentan contra sus intereses.

Si damos un salto desde Maquiavelo hasta nuestro arquetipo del presente, Pedro Sánchez, podemos ver muchas pruebas de que se trata de un discípulo aventajado. Una de sus víctimas políticas es Tomás Gómez, eliminado con refinada crueldad como alcalde de Parla y secretario general del PSOE madrileño, hoy profesor y columnista de La Razón.

Señala éste, como novedad derivada de las elecciones del 23-J, que Pedro Sánchez ya no necesita ocuparse del PSOE, sino de liderar de facto el bloque que engloba Bildu, ERC, Junts, Sumar y PNV. Y en un movimiento de encaje de intereses en el que concurren todos con la mirada puesta en el botín. No hay líneas rojas que lo detengan, sea un referéndum en Cataluña, nuevos indultos o concesiones que deba pagar como precio a los síes que precise.

Pero nuestro maquiavélico presidente no carece de obstáculos ante la situación a la que se enfrenta. Y no caigamos en la candidez de considerar peyorativo el término maquiavélico. Estamos hablando de política. Y si algo ha mostrado Sánchez es habilidad, empezando por el plan que concibió la misma noche de su derrota del 28-M.

Sorprendió a todos, incluso dio la vuelta a las encuestas que han quedado cuestionadas como herramienta fiable de las ciencias sociales. Es verdad que recibió gran ayuda por la ristra de errores de sus rivales. Mas como llevamos semanas leyendo el inventario de tales errores, no me parece necesario añadir nada a lo que algunos analistas de la división de honor han dejado escrito. Lo que parece seguro, salvo la aparición de un cisne negro, es que conviviremos de nuevo con un gobierno Frankenstein.

La cuestión se centraría entonces en examinar los obstáculos que determinarán lo que nos depara el corto o medio plazo. Dejo para otros hacer cábalas sobre la complicada matemática del Congreso. Un empate a 171 con un árbitro (Coalición Canaria) para dilucidar una mayoría relativa. La mayoría absoluta queda en manos del chantaje independentista.

Pero se habla poco del Senado donde la mayoría del centroderecha es arrolladora. ¿Qué va a pasar con la tramitación de las leyes, la aprobación del presupuesto, la distribución del fondo de compensación interterritorial, los acuerdos internacionales? En todo esto el Senado tiene competencias. ¿Cómo van a soslayarse por un presidente de poder precarizado?

Y no hablemos de los dolores de cabeza que le producirán otras. El Senado elije cuatro de los doce del Tribunal Constitucional, diez del CGPJ, seis del Tribunal de Cuentas, cuatro de los diez de RTVE.

Y a eso se une que el PSOE se ha quedado sin poder territorial, sólo mantiene dos comunidades que representan menos del diez por ciento de la población. En la Florencia de 1512 el poder no tenía tantos vericuetos, por lo que las lecciones de Maquiavelo están incompletas para su fervoroso discípulo de nuestros días.

Y un añadido, que dedico como una aportación para el optimismo de los españoles atormentados, que sufren por el resultado del 23-J sin tener en cuenta que todo es posible en un cuerpo social (y en esto Maquiavelo acertó con un diagnóstico válido para todas las épocas) cuando un porcentaje del pueblo no discierne sobre los hechos que la política genera.

Mi aportación al optimismo es la siguiente. Pedro Sánchez ha logrado mantener su posibilidad de ser un presidente en precario gracias a los votos de catalanes y vascos, asustados por la potencia declamatoria de Vox contra la tentación separatista que alienta poco más de un tercio de su población. Sin los votos obtenidos en Cataluña y País Vasco, la posibilidad de mantenerse en el poder como aglutinador de siglas se desvanecerían de forma irreversible.

Y si hay algo mucho peor para Pedro Sánchez que una España rota, es quedarse sin opciones de poder, si dejaran de votar ambas comunidades por lograr su independencia.

Abel Cádiz es historiador, presidente de la Fundación Emprendedores y expresidente de la UCD de Madrid.

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