Por qué no se desarma de verdad Saddam

Por Rafael Bardají, subdirector del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos (ABC, 05/03/03):

En su informe ante el Consejo de Seguridad el pasado 27 de enero, Hans Blix afirmó que Saddam «no había aceptado genuinamente, ni siquiera hoy, las condiciones de desarme impuestas por Naciones Unidas desde 1991». En el borrador de su nueva presentación ante la ONU (sábado 1 de marzo), Blix se preguntaba por qué Bagdad no había adoptado ya los pasos concretos para hacerlo. La respuesta es muy sencilla: porque Saddam no quiere desarmarse. Y no quiere porque las armas de destrucción masiva son un elemento intrínseco y consustancial con el ejercicio de su poder despótico y con las ambiciones internacionales que alimenta. Lo que estamos viendo ahora con el inicio de destrucción de los misiles Al Samud no es más que el enésimo episodio por parte de Saddam para ceder lo mínimo y ganar un tiempo que le es precioso, calmar a la comunidad internacional, rebajar la posibilidad de un ataque militar que lo derroque y, de nuevo, proseguir con sus programas de armas de destrucción masiva clandestinamente.

Saddam ha invertido desde que era el número dos del régimen iraquí a mediados de los años 70 cientos de miles de millones de dólares en programas de armamento químico, bacteriológico, radiológico y nuclear y ha dejado de ganar cerca de 200 mil millones en la última década al preferir las sanciones y el embargo a la eliminación completa y verificada de sus arsenales no convencionales. Y nada de esto se debe a un capricho.

La importancia vital que le otorga Saddam a sus armas de destrucción masiva se puede deducir, desgraciadamente, de más de 20 años de experiencia práctica. En primer lugar, las armas químicas le han resultado muy útiles a Saddam para ejercer y consolidar su propio poder personal. La empleó contra los kurdos iraníes en 1983 y después, en el episodio más tristemente conocido, en el bombardeo aéreo de la ciudad de Jalabab en 1988, causando miles de víctimas civiles gracias a la letalidad para la población del gas mostaza y de los agentes nerviosos que utilizó. Saddam Hussein no contento con los resultados, además, explotó políticamente su genocidio químico, al amenazar a la minoría shií del sur de seguir la misma suerte que los kurdos si también se rebelaban contra Bagdad. De hecho, cuando en el sur surgió una intifada contra Saddam tras la guerra de 1991, las fuerzas especiales de Saddam simularon un ataque químico contra un pueblo cercano a Basora, como señal de aviso.

Por otro lado, los stocks de munición química y sus vectores portadores no están bajo el mando militar regular de las fuerzas armadas y desde 1991 son los mandos de la Organización de Seguridad Especial (cuya misión es la defensa del propio Saddam) quienes custodian y controlan estos sistemas. Hay quien ve en esta «irregularidad» militar la desconfianza de Saddam en sus mandos militares, a los que ha purgado constantemente, y una palanca para imponer una mayor disciplina entre sus propias filas.

En segundo lugar, las armas químicas le han valido a Saddam en el terreno internacional. Si no hubiera sido por su empleo masivo desde comienzos de 1984 hasta 1988, Irak hubiera perdido la guerra que inició contra Irán en 1981. Saddam autorizó el uso sistemático de todo tipo de agentes químicos a su alcance, desde el gas mostaza al gas sarín, pasando por tabún y, presumiblemente experimentando con VX, un agente nervioso altamente letal. Por lo tanto, Saddam atribuye a estas armas la suerte de su supervivencia frente a un enemigo exterior de manera clara. Es más, Saddam está convencido de que su arsenal químico fue el factor determinante en 1991 para que las tropas de la coalición internacional, especialmente las americanas, no marcharan victoriosas sobre Bagdad. Hay que recordar que, haciendo caso omiso de las amenazas de represalias incalculables que le transmitió James Baker a Tarik Aziz en su reunión de Ginebra en el caso de que Irak recurriera a su arsenal no convencional, Saddam otorgó a cuatro comandantes de campo la autorización de empleo de armas químicas en el caso de que se produjeran dos circunstancias: la pérdida total de las comunicaciones con Saddam o/y la toma de Bagdad por las tropas aliadas.

La lógica nuclear de Saddam es relativamente distinta, pues está al servicio de sus ambiciones expansionistas e internacionales y tiene menos que ver con el control del poder interno. Saddam arrancó el programa de armas nucleares desde finales de los 70 motivado por ser el primero del mundo árabe en tener dicho sistema. Lo necesitaba para imponer su visión de líder indispensable de la gran nación árabe con centro en Bagdad, una nación que se extendía hasta incluir parte de Irán, Siria, Jordania. Por supuesto Kuwait, parte de Arabia Saudí y todos los emiratos.

Aunque hoy los libros de texto iraquíes siguen presentando a Saddam como Nabucodonosor o Saladino, es evidente que las capacidades para desarrollar su sueño están muy mermadas. Pero precisamente esta debilidad de sus ejércitos convencionales le lleva a Saddam a ambicionar más que nunca la única palanca que de verdad le pondría por delante de todos en la zona, el arma nuclear. Naciones Unidas estimó que en 1990 Saddam tenía a 27.000 personas directamente trabajando para sus programas de armas de destrucción masiva, hoy se estima que todavía tiene ocupados a cerca de 2.000 ingenieros y técnicos trabajando en componentes y diseños nucleares. Se sabe, por lo que descubrieron los inspectores entre 1991 y 1998 (mucho gracias a las informaciones aportadas por los diversos y sucesivos desertores iraquíes), que el principal problema de Saddam en 1991 estribaba en la lentitud de su proceso de enriquecimiento de uranio y, sobre todo, en que el diseño de la cabeza de combate excedía el diámetro máximo de carga de los misiles Scud modificados, su único vector de lanzamiento de largo alcance. Hoy, los servicios de inteligencia occidentales estiman que este segundo problema ha sido resuelto en estos años y que Sadam cuenta ya con un diseño de cabeza nuclear reducida, pero que las dificultades están ahora en el material fisible. Afortunadamente -y si nadie se equivoca- a Saddam le faltan unos cuatro kilos de plutonio o unos ocho de uranio para tener una bomba atómica. Pero el conocimiento y los diseños los tiene.

Por último, un ingenio nuclear le daría a Saddam una palanca más para presionar a Israel (a quien siempre tiene en su punto de mira) y para ejercer una mayor disuasión sobre Estados Unidos. Saddam, con pocas cartas militares en sus manos, siempre ha amenazado al mundo con causar decenas de miles de muertos, porque piensa que ese es el eslabón débil de la mentalidad occidental. Y nada mejor que la amenaza de un hongo atómico para proyectar y alimentar ese miedo al Apocalipsis.

El valor de las armas biológicas es más complejo, porque sirve a sus propósitos internos, pero su explotación real en el terreno internacional sólo pude venir de su utilización en acciones terroristas. Sea como fuere, el hecho es que Saddam está convencido de que su supervivencia política depende de las armas de destrucción masiva, de cara a su oposición política y propia población, y de cara a sus enemigos externos. Y esa es la razón última por la que o quiere y no puede desarmarse. Blix lo sabe aunque no se atreva a decirlo. Ahora sólo queda que lo asuma una mayoría de los miembros del Consejo de Seguridad.

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