Por qué nos manifestamos los científicos

Casandra, hija de Príamo, el legendario rey de Troya, sufrió una de esas retorcidas maldiciones con las que los dioses griegos castigaban a los mortales que osaban desobedecerles. En este caso, fue el dios Apolo quien, al sentirse rechazado, maldijo a la princesa troyana a conocer el futuro pero también a que nadie le creyera. Casandra alertó a los troyanos contra el caballo de madera que los griegos habían dejado en la playa como regalo. Sin embargo, y como es bien conocido, fue precisamente mediante esa astucia como los griegos consiguieron atravesar las muras de Troya y arrasar la ciudad.

El pasado día 22 de abril, miles de personas nos manifestamos para reclamar que se escuche a los científicos que, una y otra vez, nos alertan contra los peligros que amenazan el futuro de nuestro planeta. No es por casualidad que la Marcha por la Ciencia haya coincidido con el Día de la Tierra. Muchos de los grandes problemas a los que nos enfrentamos, como el hambre, el acceso al agua potable o las enfermedades, tienen su solución en la ciencia.

De hecho, son precisamente descubrimientos científicos como los antibióticos, las vacunas o la anestesia los que han hecho que muchas enfermedades hayan pasado a la historia y que el dolor sea un recuerdo punzante de un pasado más cruel que sentimos hasta que nos tomamos un analgésico. Los científicos seguimos trabajando para acabar con aquellas enfermedades para las que aún no hay cura, pero también para alertar de los peligros a los que nos enfrentamos, y que son consecuencia directa de nuestra acción sobre el planeta.

En EE UU, las manifestaciones a favor de la ciencia fueron multitudinarias, en buena parte, debido a algunas declaraciones del presidente Trump. Quizás la más notoria sea su negativa a reconocer el cambio climático, que ha calificado de montaje chino. La preocupación que causaron las palabras de Donald Trump durante la campaña electoral, no ha hecho sino aumentar en los 100 días que lleva al frente de la Casa Blanca.

Durante este tiempo, su Administración ha anunciado recortes importantes en investigación y varios nombramientos que parecen destinados a sabotear, más que a dirigir, algunas de las principales instituciones científicas del país. Éste es el caso de la Agencia para la Protección del Medio Ambiente para la que se ha anunciado un recorte del 30% y que ahora dirige Scott Pruitt, un conocido abogado que construido su carrera a base de obstaculizar cualquier medida destinada a combatir el cambio climático.

Mientras tanto, en España, la ciencia sigue sin ser una prioridad. El Gobierno, en un esfuerzo por hacer suya la estrategia de hechos alternativos, sigue aumentando la partida de créditos con el objetivo de anunciar un incremento en los presupuestos de I+D, que en realidad esconde un recorte en las ayudas que hacen posible la ciencia en nuestro país. Ante esta situación, las sociedades científicas españolas acaban de hacer público un manifiesto en el que denuncian la falta de interés de los sucesivos gobiernos por construir políticas científicas coherentes y duraderas.

La realidad es que la recuperación económica en España no ha llegado a la ciencia porque la I+D no es una prioridad ni para nuestro Gobierno ni para aquellos con los que ha pactado los Presupuestos Generales del Estado. Pero lo más preocupante es que en España la ciencia interesa muy poco. De hecho, el último informe de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, publicado hace solo unos días, señala que el 29,6% de los españoles declara estar poco o muy poco interesado por la ciencia. Esta falta de interés va acompañada de un desconocimiento tan manifiesto que lleva a la mayoría de los encuestados a afirmar que confían en la homeopatía y uno de cada cuatro en los curanderos para tratar sus enfermedades.

Ante esta situación, este fin de semana las ratas de laboratorio hemos salido de nuestras madrigueras armados con pancartas por las principales ciudades de todo el mundo. Las redes sociales se han hecho eco de las más populares: “El conocimiento es la mejor cura contra la ignorancia” “La ciencia salva vidas” “Trabajamos para mejorar el Planeta” “A la verdad no le importa tu opinión”.

Mientras caminaba junto a grandes científicos, jóvenes investigadores y niños con dibujos hechos en clase o en casa, se me estremecía el corazón al ver la pasión con la que defendían la razón y las evidencias como la mejor forma de combatir la ignorancia. Gritaban consignas que parecían sacadas de los grandes textos de la Ilustración. Algo hemos hecho muy mal para tener que manifestarnos por la ciencia en 2017. Nuestra salud, nuestros trabajos, nuestra información y nuestra seguridad dependen de la tecnología. Sin embargo, las decisiones más importantes las toman personas que favorecen sus opiniones, creencias o estrategias de partido en vez de seguir el consejo de los expertos.

Los científicos nos equivocamos al pensar que generar evidencias es suficiente para que se produzcan cambios importantes y para que se tomen las medidas adecuadas. Las evidencias son necesarias para conocer las causas y las soluciones de nuestros problemas, pero si queremos que esos cambios sean una realidad debemos involucrarnos en el debate público y en la toma de decisiones. Movilizarse es importante, pero no es suficiente. Además debemos participar en el diseño y ejecución de las soluciones que tanto reclamamos. Éste es un terreno en el que nos movemos mal, para el que no estamos preparados y, sobre todo, que consideramos ajeno. Sin embargo, el futuro depende de nuestro compromiso y habilidad para convencer y llevar a cabo los cambios que proponemos.

Obviamente los científicos no conocemos el futuro. Ningún dios nos ha revelado los misterios del universo. Al contrario, somos personas que con nuestro esfuerzo, inteligencia y muchos fracasos avanzamos lentamente en búsqueda de respuestas. Hay muchísimas cosas que desconocemos, pero hay otras para las que las evidencias son tan abrumadoras que ignorarlas resulta no solo estúpido sino tremendamente peligroso.

Javier García Martínez es catedrático de química inorgánica en la universidad de Alicante y fundador de Rive Technology y de Celera.

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