¿Por qué Occidente acepta estar a los pies de China?

Bandera de China. EFE
Bandera de China. EFE

A finales del siglo XV, Europa se encontraba arrinconada y a la defensiva frente el empuje del mundo islámico y de un Imperio chino mejor preparado para descubrir y explorar nuevos mundos. En 1420 la marina china contaba con 1350 barcos, pero un edicto imperial de 1436 prohibió continuar con su construcción y las grandes naves fueron destruidas con el fin de concentrarse en la defensa de sus fronteras ante la amenaza mongola.

Como sostiene Felipe Fernández Armesto, 1492 supuso el triunfo de la modernidad y de un Occidente que no lo tenía nada fácil. Europa era un lugar despreciado, atrasado e ignorado. La India, el islam, China y el resto de Asia oriental la superaban en riquezas, arte e inventiva. Sólo la "imprevista" y "sorprendente" llegada de España a América cambiaría la geopolítica mundial abriendo un periodo de 500 años donde Europa y Occidente liderarían el mundo.

Sin embargo, la Historia, como el fútbol, siempre da segundas oportunidades. La Liga de las Naciones la ganó durante dos siglos el Imperio hispano, pero luego fue sustituido, si bien comprando al VAR de la época, por una conglomerado de fuerzas lideradas por el mundo anglosajón.

Hoy China pelea por llevarse el campeonato, contando con legión de fans en Occidente, a pesar de seguir siendo una dictadura y de que sus zonas de sombra presentes (vulneración de derechos humanos y sociales) y pasadas sean muy alargadas. La revolución cultural (¿inspirada por Gramsci?) ocasionó millones de muertos en pleno siglo XX al tiempo que pretendía acabar con los "cuatro viejos" antiproletarios: viejas costumbres, vieja cultura, viejos hábitos y viejas ideas. Pero nadie ha sacado a Mao de su tumba. Se ve que hay dictaduras de primera (las comunistas) y de segunda (el resto).

No obstante, si China está ganando no es principalmente por su tamaño, historia o crecimiento económico, sino porque está sabiendo explotar las contradicciones de un Occidente en exceso anglosajonizado. Es decir, que ha sacralizado el comercio y su nuevo dios: el dinero.

Fueron los EEUU los que presionaron para que China deviniera miembro de la OMC en 2001. Doce años antes, en junio de 1989 (casi al tiempo que caía el muro en noviembre) habían tenido lugar los sucesos de Tiananmen, hábilmente olvidados. Se vendió como excusa que si China aceptaba el libre comercio pronto admitiría la democracia.

Ese cuento ya no cuela. Se trataba de un enorme mercado que las elites económicas occidentales no estaban dispuestas a desperdiciar, ni los bajos precios que ofrecía, ni oportunidades de deslocalizar sus empresas, llegado el caso, por los bajos salarios y costes sociales, en el supuesto último paraíso comunista. Pequeñas contradicciones sin relevancia.

Desde entonces, Occidente (en especial Europa) se ha convertido en el socio comercial de referencia de una dictadura que niega todos nuestros valores. Estamos ingenuamente dando apoyo masivo al gigante que quiere engullirnos para que lo sea todavía más. Esto ya debería alertarnos de que algo no funciona en la mente (o los bolsillos) de los que nos gobiernan.

Si hay un asunto que muestra claramente que Occidente se ha convertido de facto en vasallo del Imperio chino es la lucha contra el cambio climático. Si leemos lo que dicen los máximos dirigentes europeos y estadounidenses el mayor problema para la supervivencia del mundo serían las emisiones de CO2. Y para reducirlas imponen fuertes impuestos a sus propias empresas que perjudican su competitividad.

Pero cuando llega China todas sus obsesiones se meten un cajón, a pesar de ser el mayor emisor del mundo de dióxido de carbono (un 30% del total), por estar su economía en crecimiento fuertemente centrada en combustibles fósiles y el carbón. Si Europa y los EEUU creyeran realmente en los derechos humanos, los derechos sociales y la lucha contra el cambio climático nada más fácil que supeditar sus intercambios comerciales con China a que cumpliera ciertos estándares en los tres campos. Si no lo hacen es: a) porque realmente no creen en nada de eso o; b) porque para ellos hay algo mucho más importante. ¿El dogma del libre comercio?

Existen todavía dos campos en los que Occidente parece rendirse con mayor docilidad ante el empuje chino: África e Iberoamérica. Mientras los poderes occidentales sostienen que la solución para la pobreza en África es aceptar, con los brazos abiertos por una cuestión de solidaridad y sin límites, a cuantos emigrantes lleguen a sus costas, Rusia y China ganan influencia en el origen del problema, comprando gobiernos y creando rutas comerciales y redes geoestratégicas. Es decir, manejan la máquina que puede acabar destruyendo Europa.

En Hispanoamérica, mientras la Unión Europea se limita a celebrar alguna reunión que otra, sin una agenda muy clara, China muestra una estrategia definida. Es país observador del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), obteniendo cuantiosos contratos a pesar de no ser contribuyente neto.

Es ya el segundo inversor y el primer socio comercial de países como Brasil y sólo cuatro Estados iberoamericanos reconocen, todavía, a Taiwán. Cuba y Venezuela sobreviven gracias a las ayudas chinas. Sólo Venezuela absorbe el 45% de lo prestado por Pekín en la zona, con 19.000 millones de dólares de deuda.

Cada vez más países ceden la construcción de puertos a empresas chinas y se apuntan a la Franja y la Ruta de la Seda. Uno de los últimos ha sido Argentina. China invierte estratégicamente en países con conflictos fronterizos como Perú y Ecuador, esperando su tiempo para explotar estas contradicciones en su favor. Y en la provincia de Neuquén (Patagonia argentina) EEUU y China compiten por mantener una presencia "militar" activa en la zona.

En geopolítica nada es casualidad, sino fruto de estrategias bien pensadas e intereses profusamente engrasados. No entiende de moral ni coherencia. Puede resultar contradictorio que China promueva el indigenismo en América mientras explota internamente a los tibetanos o a los resistentes de Hong Kong, pero estos sucesos "bipolares" son habituales en el mundo internacional. Mientras tanto, del norte (México) al sur (Argentina), se ataca a las empresas españolas, bajo pretexto de la leyenda negra, calificándolas de "imperialistas". ¿Cui prodest?

Si China acaba desplazando a Occidente del lugar que ocupa en la actualidad, o lleva a Europa a la irrelevancia, será porque hemos sido más ingenuos que ellos. Y si Europa se convierte en Sinoeuropa, será de la mano de los eurobobos que mayormente la gobiernan.

Basta mirar a la Historia para comprobar que la mayor parte de los Imperios no han terminado porque surgiera necesariamente un competidor mejor, sino por la pérdida "interna" de los valores, principios y métodos de trabajo que acompañaron su preeminencia sobre otros.

Ahora que se vuelve a hablar de que nos visitan ovnis, habría que plantearse a quiénes están apoyando nuestros "amigos" alienígenas dentro del juego geopolítico. Una pista: en el siglo XV el mundo hispano salvó a Occidente de la irrelevancia. Hoy parece que tiene suficiente con tratar de que no lo dividan aún más. Salvo que volvamos a hacer algo "imprevisto" y "sorprendente".

Alberto Gil Ibáñez es autor de los libros Historia del odio a España y La guerra cultural: los enemigos internos de España y Occidente.

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