Por qué Rajoy no dimitió antes de ser censurado

Ahora, cuando Pedro Sánchez es ya presidente del Gobierno, una pregunta sigue flotando en el ambiente político español: ¿por qué Mariano Rajoy no dimitió antes de ser censurado por el Parlamento? Las apelaciones a que lo hiciera fueron constantes desde los medios de comunicación situados en el centro y la derecha –EL ESPAÑOL, El Confidencial, La Razón, ABC, Libertad Digital...–.

La respuesta, según María Dolores de Cospedal, secretaria general del PP, fue que esa dimisión no aseguraba a su partido continuar al frente del Gobierno. No obstante, se trataba de una justificación baladí que no se ajusta a la realidad. Mariano Rajoy no ha dimitido porque necesitaba que Pedro Sánchez le sustituyese al frente del Gobierno para que el PP y el PSOE pudieran seguir alternándose en el poder a lo largo de las próximas décadas, con el apoyo de nacionalistas catalanes y vascos.

Para que este objetivo se haga realidad, es necesario poner fin a los dos grandes problemas que afectan al régimen partitocrático nacido en 1978: el desafío del independentismo catalán -y en menor medida vasco- y la irrupción de Podemos y Ciudadanos.

La solución del primero, pasaría por una negociación que abra la puerta a un sistema cuasi confederal que blinde las competencias estatutarias de ambas comunidades autónomas, convirtiéndolas, de facto, en entidades semi independientes. Este proyecto ya fue expuesto por el Cercle d'Economia el 28 de mayo, coincidiendo con el inicio de la moción de censura contra Rajoy. Pero, para culminarlo, ni el Gobierno de Rajoy ni tampoco ningún otro miembro del PP estaban capacitados para hacerlo, ya que este partido no sólo ha encabezado la lucha judicial y policial contra el independentismo catalán, sino también porque sus votantes jamás lo aceptarían, produciéndose un trasvase definitivo de su mayor parte a Ciudadanos.

Por el contrario, el PSOE, con excelentes relaciones históricas tanto con el nacionalismo catalán como con el vasco, sí puede hacerlo, ya que no le va a afectar de forma notable en su base electoral. La idea que persigue Sánchez no es otra que crear un marco de negociación en lo que resta de esta legislatura para culminarlo en la siguiente, con el apoyo tácito del PP, y teniendo como principales interlocutores al PNV, a los herederos de Pujol y a los posibilistas de ERC.

Para entender por qué el PSOE podría gobernar tras las próximas elecciones legislativas, tenemos que analizar el segundo problema: la irrupción de los nuevos partidos.

No hay duda de que la aparición de Podemos y Ciudadanos ha debilitado el sistema partitocrático, pero también que no le ha puesto fin. De hecho, la organización que parecía más peligrosa de las dos, Podemos, está cada vez más desactivada como fuerza política de cambio. El reciente incidente del chalé de Pablo Iglesias e Irene Montero demuestra que sus líderes se han integrado definitivamente en el sistema y quieren disfrutar de sus prebendas.

Este hecho se ha manifestado en la reciente moción de censura, donde Pablo Iglesias no ha dudado en reconocer la primacía del PSOE en el espectro ideológico de la izquierda, siendo ahora su aspiración máxima apuntalar y mantener una posición visible, aunque subordinada, en el nuevo Gobierno de Pedro Sánchez, y en el que pudiera salir de las próximas elecciones legislativas si la coalición que ha ganado la moción de censura suma una nueva mayoría absoluta. Esa visibilidad le permitiría seguir existiendo como fuerza política con cierta capacidad de influencia –no cayendo en la marginación que caracterizó a IU– y que su máximo dirigente pudiera pagar holgadamente la hipoteca.

Por el contrario, Ciudadanos, que era, hasta fechas recientes, un partido en peligro de extinción, se convirtió, como consecuencia del desafío catalán, en la mayor amenaza que el sistema partitocrático ha tenido en cuarenta años. Una amenaza mucho mayor de lo que nunca supuso Podemos, gracias a su ideología moderada, su proyecto de regeneración democrática y su defensa de la Constitución y de la Nación española, y sobre todo, al acontecimiento electoral más importante de la reciente historia de España: su triunfo en las elecciones catalanas del 21 de diciembre de 2017, que supusieron también la reducción a la marginalidad del PP en esa región.

Desde esa fecha Cs no ha dejado de crecer, atrayendo a numerosos votantes del PP pero también del PSOE, convirtiéndose en la fuerza política favorita de los españoles y en un serio aspirante a sustituir a los populares como fuerza hegemónica del centro derecha e incluso a ocupar todo el espacio de centro.

Si este hecho llegara a producirse, tanto PSOE como PP se encontrarían en la misma situación que entre 1977 y 1982, cuando la UCD fue hegemónica; imposibilitándose así cualquier alternancia política que no pasara por Ciudadanos, y reduciendo, por tanto, la influencia parlamentaria de nacionalistas catalanes y vascos. Ante esta tesitura, que podría convertirse en una realidad si se hubieran celebrado elecciones legislativas en el corto plazo, han reaccionado rápidamente tras la sentencia del caso Gürtel poniendo en marcha un programa articulado sobre los siguientes objetivos:

1. Apoyar la llegada al poder de Sánchez.

2. Retrasar al máximo la celebración de nuevos comicios, ya que esperan que eso reduzca las expectativas electorales de Ciudadanos.

3. Poner las bases para la negociación con los nacionalistas, que esperan que no sólo dote a Sánchez de talla política, sino que ayude a destensar la situación en Cataluña, debilitando la ola de patriotismo constitucional que ha sido el principal alimento electoral del partido de Rivera, y permitiendo al PSOE recuperar a parte de los votantes socialistas que han optado por este partido.

4. Aprobar algunas medidas sociales –subida de pensiones, salarios de funcionarios públicos, ayudas a la dependencia, etc.–, que permitirán ensanchar la base electoral del PSOE por la izquierda, arrebatando votantes a Podemos.

5. Regenerar el PP, lo que unido a su potente estructura territorial le permitirá recuperar parte de los votos que se han ido a Ciudadanos. De hecho, esa regeneración constituye uno de los grandes deseos de Pedro Sánchez, como así se lo espetó a Rivera el jueves 31 durante el debate de la moción de censura.

6. Moderar públicamente las reivindicaciones de los independentistas; ayudando así a desactivar la ola de patriotismo español. Esto explica el cambio de actitud de Quim Torra en relación con los consellers presos o huidos.

Si estos seis objetivos se cumplen, Ciudadanos perderá buena parte de la base electoral que tiene en la actualidad, siguiendo el triste destino de UCD, el CDS o UPyD. Pues, el sistema partitocrático actual no acepta la existencia de organizaciones que ocupen el centro político, salvo que se convierta en hegemónica. Pues, podría reducir el papel del PNV y del actual PDCAT, dos de los bastiones fundacionales del sistema, así como también de otros partidos como ERC o incluso Coalición Canaria.

Una última cuestión queda por plantearse, ¿tiene culpa la dirección de Ciudadanos de lo que ha ocurrido? La respuesta es sí porque ha pecado de inexperiencia política, cometiendo tres grandes errores. El primero, no seguir la máxima del maestro Giulio Andreotti: “el poder desgasta, sobre todo cuando no se tiene”. Pues, sólo desde el Gobierno se puede poner en marcha un proyecto político de cambio y regeneración.

El segundo, creer que el tiempo político se corresponde con el natural, cuando es mucho más lento. En este sentido, pensar que se podía esperar hasta el final de la legislatura, apuntalando el Gobierno del PP, para recoger el poder cual fruta madura, ha sido un error de cálculo imperdonable. Máxime cuando la economía estaba estabilizada y la legislatura totalmente agotada por el bloqueo existente en el Congreso de los Diputados. En estas circunstancias, Rivera debía haber forzado las elecciones; negándose a apoyar los Presupuestos elaborados por Rajoy y el PNV. Al no hacerlo, perdió un tiempo precioso.

El tercero, afirmar, tras conocerse la sentencia del caso Gürtel, que la legislatura estaba acabada; lo que puso en alerta a sus adversarios políticos que temieron que forzara unas elecciones anticipadas. Ante esta tesitura, el PSOE –con el apoyo del resto de los partidos del sistema y la más que notable pasividad del PP– reaccionó con una moción de censura que no sólo descolocó a Rivera, sino que le situó en una posición imposible, que era el objetivo buscado por sus adversarios para debilitarlo: pedía lo que el PSOE y el PP no querían darle –elecciones anticipadas y la dimisión de Rajoy respectivamente–, ofreciendo lo que ni Sánchez ni Rajoy necesitaban –sus 32 votos–.

Tras este fracaso, a Ciudadanos se le abre un panorama que puede ser desolador, pues los comicios que desea no tendrán lugar hasta finales de 2019. Sin embargo, todavía dispone de dos armas de gran valor. La primera, la denuncia de las más que posibles cesiones que Sánchez haga a los nacionalistas, aunque en este caso competirá con el PP, que también lo hará para mantener a sus votantes. La segunda, su gran baza, utilizar las sentencias de los casos de corrupción que afectan a PP y PSOE, para presentarse como el gran regenerador de la democracia. Si la dirección del partido es capaz de mantener viva la llama del patriotismo constitucional y de la regeneración democrática es posible que sus expectativas electorales se mantengan e incluso se acrecienten en lo que resta de legislatura.

Roberto Muñoz Bolaños es doctor en Historia Contemporánea y profesor de la Universidad Camilo José Cela.

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