Por qué Salamanca dormía

Por Reyes Mate, profesor de investigación del CSIC (EL PERIÓDICO, 21/01/06):

La España profunda ha vuelto a dar la nota con el esperpento del PP de Salamanca contra el regreso de los papeles catalanes requisados por Franco. No se los trajo a la ciudad castellana precisamente para fomentar el conocimiento de la historia, sino para afinar una represión sin contemplaciones. El ruido que se ha generado a base de eslóganes malintencionados ("venceréis pero no convenceréis"), declaraciones cuarteleras del alcalde ("expolio a sangre y fuego"), explicaciones políticas a la Zaplana ("es el precio para sacar el Estatut") y ocurrencias de historiadores agradecidos ("atentado a la investigación"), todo este ruido, digo, provoca sonrojo en quienes siempre hemos asociado Salamanca con un cierto señorío de la inteligencia. Pero aquí hay que ir por partes. Esta tierra sabe de trifulcas por traslados. En 1981, en vísperas del viaje de Juan Pablo II a España, el alcalde y el cura de Alba de Tormes encabezaron un motín popular porque las autoridades eclesiásticas habían decidido que el cuerpo de Santa Teresa fuera llevado a Ávila para que allí lo venerara el Papa. Si tanta era su devoción por ella, que fuera a Alba, dijeron los del pueblo. La cosa llovía sobre mojado. La santa carmelita murió improvisadamente en Alba de Tormes camino de Portugal. Las monjas abulenses del convento de San José, cuna de la reforma carmelita, entendían que la madre fundadora era de ellas, así que una noche organizaron una batida para robar el cadáver. Un grupo de mozos contratados llegaron de noche al lugar, hurtaron los restos, los montaron en un borrico y se los trajeron a Ávila. Aquello llegó al alma de los albenses, que se conjuraron para devolverles la jugada. Tuvo que intervenir el nuncio y amenazar a la priora con la excomunión para que devolvieran el cuerpo al lugar donde había muerto por casualidad. Pero la monja pleiteó con salero y fue menester la intervención del papa Sixto V, para que en 1589 volviera el cuerpo donde Teresa de Cepeda había muerto 27 años antes. Y ahí sigue, bajo la atenta vigilancia del vecindario. Basta un rumor para que el pueblo se movilice, como ocurrió en 1914. Alguien hizo correr el bulo de que el cuerpo se había esfumado del sarcófago. Abrieron la urna para comprobar que allí seguía. Tres días estuvo el cuerpo expuesto para que todos se tranquilizaran. Pues bien, este pueblo que tan bien defiende lo que entiende que es suyo, es el mismo que dormía plácidamente mientras tres carretillas devolvían al lugar de procedencia un botín de guerra. La cosa no iba con ellos. ¿Con quién iba entonces? Con un grupo de políticos del Partido Popular que confunden botín con cultura. Hay un dicho en esta ciudad que define bien ese señorío de la inteligencia. Se dice en latín pero traducido al román paladino reza más o menos así: "A quien carezca de talento no le saca adelante ni Salamanca con todo su saber" (quod natura non dat Salmantica non praestat).

ESTAMOS, EN efecto, ante una hornada de políticos conservadores, acostumbrados a moldear la realidad a su antojo, a que las cosas sean no como son, sino como ellos gritan que sean. Han tenido la osadía de torcer el brazo acusador de Miguel de Unamuno para que defendiera precisamente lo que él maldecía. Me refiero a la utilización de su furiosa diatriba contra el fascista Millán Astray el 12 de octubre de 1936. El pobre don Miguel, que en un momento creyó en el carácter catártico de la guerra --una creencia muy extendida entonces-- pronto comprendió su error. A los sublevados no les importaba la
civilización, ni la España en la que él creía; tampoco había razón, ni derecho en su causa. Por eso les espetó lo de "venceréis pero no convenceréis". Se lo estaba diciendo a los que, entre otras fechorías, robaban documentos para perfeccionar el crimen. ¿Cómo podía alguien ahora, en su ciudad adoptiva, utilizar sus palabras críticas para justificar la tropelía e impedir que se reparara el daño que se había hecho? Pues se le ocurrió al portavoz del Partido Popular en el Ayuntamiento de Salamanca. Quería colocar a Unamuno del lado de Millán Astray. Que esta impostura intelectual sea compartida por algún historiador de la zona o cuente con el silencio vergonzante de admiradores de Unamuno pertenece a los misterios de la vida. Para casos de necedad tan notorios, ni siquiera Salamanca tiene remedios.

MÁS ALLÁ DE la ironía o del sarcasmo con que podamos contemplar estas reacciones al cumplimiento de una ley que restituye a Catalunya lo que es suyo, está el daño político. La devolución de esta documentación era una gran oportunidad para avanzar en la reconciliación de las fracturas ocasionadas por la guerra (in)civil, que decía Unamuno. Era el momento para un gesto auténtico de fraternidad. En lugar de aprovechar la ocasión, algunos se han empeñado en agravar las diferencias. ¿Es porque se sienten aún parte de aquella parte o porque es un buen argumento electoralista? Mal asunto en ambos casos pues, si fuera lo primero, tendríamos el posfranquismo entre los dirigentes del Partido Popular y, si lo segundo, entre los votantes. Este episodio obliga a hablar de franquismo sociológico, que no se define tanto por la apología de la dictadura sino por la resistencia a aceptar la legitimidad de la izquierda. Les parece que el poder es por derecho suyo y, por eso, leyes que atenten a sus convicciones, incitan al desacato. Todas estas tristezas que provoca la derecha española no deben, sin embargo, impedir que veamos lo esencial, a saber, que sólo tres salmantinos se molestaron en protestar. Hasta el portavoz ese del ayuntamiento que había sacado pecho alardeando de lo bien traída que era la frase de Unamuno para encabezar la marcha de protesta, hasta ése estaba en la cama.