Por qué se equivocaron los economistas

Nial Ferguson es un personaje poco corriente: académico respetado al tiempo que polemista de éxito. Ferguson, británico, ha enseñado en Oxford, en la Universidad de Nueva York y ahora Harvard. Ha escrito sobre la Primera Guerra Mundial, el Imperio Británico y los Rothschild (la dinastía bancaria más poderosa de Europa). Uno de los argumentos secundarios más intrigantes de la actual crisis económica es el fracaso de la mayor parte de los economistas a la hora de predecirla. Estamos inmersos en la crisis más espectacular desde la Gran Depresión, y el único colectivo que dedica la mayor parte de su horario laboral a analizar la economía no la vio venir. Oh, sí, unos cuantos economistas pueden reivindicar cierta previsión. Pero son minoría. A la mayoría le pilló por sorpresa como al resto de los mortales. ¿Por qué? Esta es la pregunta de rigor que, a fecha de hoy, no tiene una respuesta clara. En la práctica, los economistas no han hecho un ejercicio serio de autocrítica para explicar su fallo. Hemos visto algunas teorías puntuales y recriminaciones partidistas. «La ideología del libre mercado» es el chivo expiatorio estándar bajo la premisa de que la mayoría de los economistas son «ideólogos del libre mercado» Pero eso no es cierto. La crisis sorprendió a los economistas conservadores y a los izquierdistas, a republicanos y demócratas por igual.

Ferguson es un guía capaz. Relata la creación del mercado de bonos por las ciudades-estado italianas del siglo XIV como una manera de financiar sus guerras entre sí; explica las burbujas de la compañía South Sea y Misisipí en Inglaterra y Francia en el Siglo XVIII como manipulaciones del mercado basadas en las riquezas soñadas del Nuevo Mundo; y finalmente, se detiene en la reciente burbuja inmobiliaria. El trepidante recorrido de Ferguson sugiere que existen dos motivos para que la actual crisis avergüence a la mayor parte de los economistas. El primero implica al propio sector de las finanzas. La crisis se originó en los mercados financieros (de acciones, bonos y muchos títulos complejos), y aun así las finanzas ocupan una posición accesoria en la economía de referencia. Son estudiadas por una subfamilia de economistas, y los mercados financieros -sus subidas, bajadas y efectos colaterales- no son considerados grandes causas de expansiones o contracciones económicas. Si usted resta importancia a los mercados financieros y los mercados financieros son decisivos, está usted con el pie cambiado. Los mercados financieros inflaron la verdadera burbuja inmobiliaria; el mayor nivel de riqueza inmobiliaria y accionarial despertó la ampliación del gasto del consumidor; las pérdidas en los títulos hipotecarios «de riesgo» provocaron el derrumbe de la confianza. Algunos economistas han reconocido el error a regañadientes, aunque de forma disimulada.

Pero hay un error más extendido: ignorar la Historia. En general, a la mayor parte de los economistas no les preocupa gran cosa la Historia. La bibliografía universitaria dedica poco espacio, si es que dedica alguno, a explorar los ciclos económicos del siglo XIX. El acento se pone en «los principios de la economía» (el título de muchos textos básicos), como si la mayor parte de ellos fueran inmutables. Los economistas elaboraron modelos matemáticos elegantes. «Durante años los teóricos dominaron el terreno», escribe el historiador económico Barry Eichengreen, de la Universidad de Berkeley. «Fueron los miembros más prestigiosos de la profesión». La Historia es caótica y en cambio permanente, recuerda Ferguson. Depende de las instituciones, las tecnologías, las leyes, los valores culturales y religiosos, los gobiernos, las opiniones generalizadas y mucho más. La creación de modelos y teorías proporciona nociones básicas. Pero con frecuencia, las premisas de los modelos se alejan de manera tan radical de la realidad que las conclusiones se vuelven inútiles. Alguien que estudia la Historia se vuelve humilde ante los cambios incesantes y la mezcla caprichosa de incentivos.

Robert J. Samuelson, columnista de The Washington Post.