¿Por qué se radicalizan?

Hace pocas semanas conmemorábamos los atentados de Barcelona y Cambrils que causaron un centenar de heridos y dieciséis víctimas mortales inocentes. Estos incidentes culminaron una oleada de atentados desatada en Europa desde 2014. En un informe elaborado para el Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo pudimos detallar cómo entre 1994 y 2017 los países de la Unión Europa padecieron un mínimo de 60 atentados de inspiración yihadista, ocasionando la muerte a 625 personas. Los responsables de tales horrores invocan a Alá en cada uno de sus atentados y creen que la comunidad islámica estaría sometida a toda clase de ultrajes y asedios. También creen que al asesinar a hombres, mujeres y niños serán recompensados por haber cumplido con cierta obligación sagrada: combatir a quienes se oponen a la misión de reislamizar el mundo musulmán bajo un único régimen (Califato) que reproduzca el modelo de vida establecido en el siglo VII por Mahoma y los tres primeros califas (al Salaf al Salih o píos antepasados).

¿Por qué se radicalizan?Los opositores a ese proyecto son los musulmanes herejes o apóstatas (que para los yihadistas son mayoría) y también sus socios occidentales, a quienes resultaría legítimo matar. En esencia, esas son las claves desde las que los yihadistas dan sentido a su violencia. Con todo, resulta difícil entender cómo es posible que personas residentes o nacidas en Europa que no fueron educadas en los principios de una ideología de odio terminen asumiéndola hasta el extremo de sacrificar sus vidas para matar a otros. Así que la gran pregunta es: ¿por qué se radicalizan?

El problema no deriva de la inmigración más reciente, pues la mayoría de los musulmanes que han atentado en Europa nacieron o crecieron aquí, mientras la mayor parte de los que sí eran inmigrantes solo se radicalizaron después de llegar al viejo continente. Existe una relación innegable con el arraigo de diásporas musulmanas, aunque el vínculo con esas comunidades no siempre es proporcional a su tamaño: hay naciones que no han sufrido un solo atentado yihadista, pese a contar con un amplísimo porcentaje de población musulmana (como Bulgaria), mientras otras con un volumen comparativamente inferior han encajado uno o más ataques (así en España).

Los radicalizados son mayormente varones y jóvenes, pero su rango de edad es bastante amplio y el número de mujeres ha ido aumentando. No son más pobres o están peor educados que los no radicalizados. Unos tienen trabajo, casa, familia. Otros no. Un número cada vez mayor tiene antecedentes delictivos no relacionados con el terrorismo, lo cual puede facilitarles su inmersión en círculos yihadistas. Pero la delincuencia solo es una vía más de entrada a tales ambientes.

La discriminación, las dificultades de integración y la propagación de interpretaciones salafistas del islam suponen problemas reales que pueden facilitar la radicalización yihadista, pero no siempre operan como causas necesarias ni suficientes. El alcance de la discriminación ejercida contra los musulmanes europeos se ha exagerado a menudo. Por lo demás, solo una minoría de los musulmanes que se han sentido discriminados se han radicalizado. La consideración del yihadismo como síntoma de una integración fracasada, tesis que continúa gozando de amplio crédito, resulta problemática por distintas razones.

Muchos yihadistas han acusado la gravosa experiencia de no lograr identificarse con el país en que han nacido o crecido, ni tampoco con el de sus padres o abuelos, problema relativamente frecuente entre hijos o nietos de inmigrantes. Sin embargo, la mayoría de esos musulmanes de segunda o tercera generación han logrado enfrentar sus crisis de identidad por vías alternativas al activismo yihadista. Asimismo, tampoco faltan ejemplos de yihadistas que durante años vivieron perfectamente adaptados al sistema de vida occidental. Además, las dificultades de integración no han podido cumplir ningún papel en el proceso de radicalización de individuos europeos nacidos en el seno de familias no musulmanas que llegaron a la militancia yihadista tras convertirse al islam. En cuanto a las corrientes salafistas, su difusión puede contribuir a la radicalización a base de difundir ideas y valores ultraconservadores que los salafistas pacíficos comparten con los yihadistas y que cuestionan la legitimidad de nuestras instituciones laicas. No es extraño, por ello que muchos terroristas hayan sido reclutados cuando formaban parte de alguna congregación salafista. Pese a todo, la mayoría de los salafistas rechazan la violencia como estrategia de islamización.

En definitiva, no hay ninguna gran causa única que explique la radicalización de los yihadistas europeos, fenómeno donde confluyen múltiples factores:

Primero, una ideología y un conjunto de mensajes simples y contundentes, servidos a través de una estrategia de comunicación y propaganda atractiva, sofisticada y globalizada. Segundo, la existencia de guerras abiertas en países musulmanes donde el yihadismo consigue alinearse con alguno de los bandos, como ocurrió sucesivamente en Afganistán, Argelia, Bosnia, Chechenia, Irak, Libia o Siria, estimulando un aumento del número de individuos radicalizados en Europa. Tercero, la trayectoria vital de los sujetos radicalizados, a veces marcada por agravios (real o imaginado, personal o colectivo), frustraciones o crisis personales de distinta naturaleza en su origen. Cuarto, relaciones establecidas con amigos, parientes, vecinos, compañeros de estudio o trabajo, con líderes y congregaciones religiosas, comunidades de internet, las cuales pueden ayudar a familiarizarse con las ideas yihadistas y conocer a otros sujetos ya radicalizados o integrados en círculos extremistas. Quinto, el acceso a entornos físicos (lugares de culto, centros culturales, barrios, prisiones) y virtuales (internet, redes sociales) frecuentados por otros individuos que se encuentran en trance de radicalizarse o que ya operan como agentes de radicalización: imanes radicales, líderes religiosos en internet, miembros de redes u organizaciones yihadistas que actúan como captadores y reclutadores. Y sexto, las actividades y pautas de relación social desarrolladas una vez iniciado el proceso de radicalización, similares en bastantes casos al tipo de interacciones promovidas por ciertas sectas destructivas.

Todas esas influencias derivan en la reinterpretación de diferentes sentimientos y aspiraciones preexistentes a partir de una nueva concepción del mundo y la trascendencia, una nueva identidad y un sentido de misión, capaces de inducir una extraña ilusión por matar y morir.

Luis de la Corte Ibáñez, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid.

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