¿Por qué se somete a juicio a los bancos centrales nuevamente?

En la última década los bancos centrales han pasado de ser héroes a villanos, y viceversa. ¿Comienza ahora otra caída de su reputación y sus fortunas?

En 2006, cuando Alan Greenspan se jubiló tras 18 años como Presidente de la Junta de la Reserva Federal de Estados Unidos, era difícil que su reputación fuera mayor. Había estado al mando de la economía de su país, esquivando cuidadosamente el auge y caída de las “puntocom”, y la amenaza potencial al crecimiento de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. En su periodo hubo un fuerte crecimiento del PGB y la productividad. En su reunión final de la Junta, Timothy Geitner, entonces Presidente de la Fed de Nueva York, lo alabó en términos que hoy parecen embarazosos, diciendo que era probable que la altísima reputación de Greenspan aumentara en el futuro en lugar de disminuir.

Apenas tres años después, el economista y premio Nobel Paul Krugman, tomando prestada la expresión del sketch del papagayo de Monty Python, pudo decir que Greenspan era un ex “maestro” cuya reputación estaba ya bajo tierra. La opinión generalizada era que los bancos centrales no estuvieron lo suficientemente alerta en los primeros años de este siglo, permitiendo que se acumularan los desequilibrios globales, siendo benignos con una enorme burbuja crediticia, no prestando atención a las señales de peligro del mercado hipotecario y admirando sin espíritu crítico los productos novedosos pero tóxicos diseñados por bancos de inversión dirigidos por ejecutivos con sueldos sobredimensionados.

También fueron vacilantes las primeras reacciones de los bancos centrales a la profundización de la crisis. El Banco de Inglaterra (BoE) daba lecciones sobre el riesgo moral mientras a su alrededor implosionaba el sistema bancario, y el Banco Central Europeo seguía matando dragones inflacionarios imaginarios mientras casi todos los economistas veían riesgos mucho mayores de que se produjera un colapso en la eurozona y la consiguiente contracción del crédito.

Sin embargo, a pesar de estos errores de cálculo, cuando los gobiernos de todo el mundo tuvieron que ponderar cómo responder de la mejor manera a las lecciones de la crisis, los bancos centrales, que antes se consideraban parte del problema, comenzaron a verse como parte esencial de la solución. Recibieron nuevos poderes para regular el sistema financiero y se les recomendó adoptar nuevas políticas, altamente intervencionistas, en un intento por evitar la depresión y la deflación.

Los balances financieros de los bancos centrales han crecido de manera notable, así como las nuevas leyes para fortalecer sus medidas. En Estados Unidos, la Ley Dodd-Franck dio a la Fed competencias en áreas del sistema financiero que nunca había regulado, y poderes para hacerse cargo de bancos en quiebra y resolver su situación.

En el caso del Reino Unido, el BoE recuperó en 2013 sus poderes de regulación bancaria, que había perdido en 1997, convirtiéndose por primera vez en el supervisor prudencial de las compañías de seguros, en lo que significó una gran ampliación de su papel. Mientras tanto, el BCE hoy supervisa directamente a más de un  80% del sector bancario de la Unión Europea.

En los últimos cinco años, el sector de los bancos centrales se ha convertido en uno de los de más rápido crecimiento del mundo Occidental. Pareciera que han superado a sus críticos, surgiendo triunfantes de la crisis. Sus medidas innovadoras y a veces polémicas han ayudado a que la economía mundial se recupere.

Pero hoy hay señales de que esta exaltación puede tener consecuencias ambiguas. De hecho, a algunos banqueros centrales les preocupa el que su papel se haya ampliado demasiado, exponiéndolos al riesgo de sufrir un contragolpe.

Existen dos peligros relacionados entre sí. El primero se resume en el título del último libro de Mohamed El-Erian, The Only Game in Town (El único juego en la ciudad). Los bancos centrales cargan con gran parte de las expectativas del ajuste post-crisis. Sus enormes adquisiciones de activos sirven de sistema de apoyo vital para la economía financiera. Sin embargo, no pueden solucionar por sí mismos los problemas globales subyacentes y el enorme problema de sobreendeudamiento. De hecho, puede que sean un obstáculo para los demás ajustes que hacen falta, ya sea fiscales o estructurales, para solucionar los impedimentos a la recuperación económica.

Esto es particularmente cierto en Europa. Mientras el BCE mantiene al euro a flote al “hacer lo que sea necesario”, siguiendo la frase de su Presidente, Mario Draghi, es poco lo que hacen los gobiernos. ¿Por qué adoptar medidas complicadas si el BCE administra dosis cada vez más intensas de sus medicamentos monetarios?

El segundo peligro es una versión de lo que a veces se llama el problema del “ciudadano con demasiado poder”. ¿Será que los bancos centrales han recibido demasiadas atribuciones y esto pueda afectar su propio bien?

Un caso ilustrativo es la facilitación cuantitativa. Las críticas han ido en aumento, ya que diluye los límites entre las políticas monetaria y fiscal (que sin duda deben ser  competencia de los gobiernos electos). Podemos verlo en Alemania, donde muchos hoy cuestionan si el BCE es demasiado poderoso, independiente y falto de la obligación de rendir cuentas. En Estados Unidos, se advierte una crítica similar entre quienes quieren “auditar a la Fed”, lo que a menudo quiere decir someter la política monetaria a la supervisión del Congreso.

También existen inquietudes sobre la regulación financiera, especialmente los nuevos instrumentos macroprudenciales de los bancos centrales. En su nuevo libro The End of Alchemy (El fin de la alquimia), el ex Gobernador del BoE Mervyn King argumenta que la intervención directa en el mercado hipotecario mediante la limitación del crédito debería estar sujeta a decisiones políticas.

Otros, entre quienes destaca Axel Weber, ex presidente del Bundesbank, consideran que es peligroso que el banco central supervise directamente a los bancos. Cuando algo falla en los mercados financieros, se culpa a los supervisores. Si el banco central está al frente, existe el riesgo de contagio y pérdida de confianza en la política monetaria.

Y eso apunta a la mayor preocupación de todas. Fue difícil ganar la independencia de los bancos centrales en materia de política monetaria, que ha conllevado grandes beneficios para nuestras economías. No obstante, cabe exigir una forma diferente de rendición de cuentas políticas de una institución que compra bonos con dinero público, toma decisiones sobre la disponibilidad de las finanzas hipotecarias y reduce el ritmo de los bancos, afectando de manera importante a sus accionistas.

El peligro es que la toma de decisiones apresuradas tras la crisis para dotar de funciones adicionales a los bancos centrales tenga consecuencias imprevistas e indeseables. En particular, la política monetaria también podría verse afectada si estas funciones quedan sujetas a una mayor supervisión política. Por esto, habrá que diseñar con extraordinario cuidado los nuevos mecanismos que se adopten para mejorar la rendición de cuentas de los bancos centrales.

Howard Davies, the first chairman of the United Kingdom’s Financial Services Authority (1997-2003), is Chairman of the Royal Bank of Scotland. He was Director of the London School of Economics (2003-11) and served as Deputy Governor of the Bank of England and Director-General of the Confederation of British Industry. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

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